La figura de Napoleón Bonaparte es parte del inconsciente de la cultura pop. Su presencia en pantalla es casi tan antigua como el cine mismo: en 1897 debutó en Entrevue de Napoléon et du Pape, un corto de 42 segundos de Louis Lumière. A partir de allí, fue la figura central o secundaria de epopeyas históricas, lujosos dramas de época, precarios dramas pesimistas, comedias de amigos y películas infantiles.
Alrededor de Napoleón giran los temas que configuran la historia humana: la inevitabilidad del destino, la naturaleza del genio y la tragedia de la ambición ilimitada. Como todo personaje histórico gigante, Bonaparte es extremadamente adaptable: puede encapsular en una sola figura toda la arrogancia francesa y la megalomanía humana, o ser rebajado a la caricatura de snob enano y pretencioso.
La escala de sus logros y fracasos es prácticamente irrepresentable. Por eso pocos directores intentan abarcar la totalidad de su vida -acaso los únicos fueron Abel Gance en su manifiesto modernista de 1927 o Sacha Guitry en su biopic homónima de 1955-, y limitan su enfoque a una batalla importante (Waterloo, Austerlitz), a una relación específica (Désirée, El Conde de Montecristo), como el catalizador de los acontecimientos reales en dramas de época (Guerra y Paz, Águila Enjaulada, El Rehén de Europa) o retratan su días en el exilio (Conquista, Napoleón en Santa Elena).
Incluso las películas sobre Napoleón Bonaparte que nunca se materializaron a veces eclipsan a las finalizadas. El guion de Stanley Kubrick sobre el militar -que próximamente será filmado por Steven Spielberg– es el Ciudadano Kane de los proyectos no realizados. Charlie Chaplin escribió varios borradores de El Regreso de Napoleón de Santa Elena, antes de abandonar la idea y fundir sus temas en El Gran Dictador.
Napoleón fusionó su destino individual con el de Francia, fue la fuerza bruta de la Revolución antes de autocoronarse en su coronación y se envolvió en la bandera tricolor después de su abdicación. Creyó que el destino le ordenaba recuperar la corona francesa de los basureros de la Historia, mientras amenazaba con suicidarse si su esposa Josephine lo seguía engañando.
Su bicornio negro le otorgaba un perfil inconfundible. Era un genio estratega, un teórico del caos, capaz de ver líneas estructurales de orden en la anarquía de las masas en movimiento, pero su desastrosa retirada de Moscú en el invierno ruso es el déjà vu más grande de la historia: una premonición del destino del ejército nazi en la II Guerra Mundial. Fue el tirano responsable de la muerte de millones de personas, y sus méritos y fracasos arrastraron al mundo hacia una nueva modernidad. Al negársele el martirio, murió solo en una isla azotada por el viento.
Con el estreno de la gigantesca Napoleón de Ridley Scott, presentamos la lista de películas que el cine dedicó a la figura inabarcable de Napoléon Bonaparte.
Napoleón y la Emperatriz Josephine (1909)
Dirigida por el pionero J. Stuart Blackton, Napoleon and the Empress Josephine es la primera película biográfica de Napoleón en la historia del cine. William Humphrey interpreta al líder francés como un hombre vanidoso y melodramático. El corto de 13 minutos se centra en la relación con Josephine y su eventual divorcio, presentado como una herida emocional para los dos. Incluso la presencia fantasmal de Josephine -creada mediante superposición de imágenes- persigue a Napoleón después de que ella se retira a Malmaison.
Hay desmayos y poses teatrales filmados en fotogramas estáticos -como es característico del cine anterior a Murnau-, y la brevedad y uniformidad de los flashbacks de batalla -presentados cronológicamente desde Marengo hasta Waterloo- pone de relieve las limitaciones del medio en ese momento.
Napoleón (1927)
Napoleón, la épica muda de 1927 de Abel Gance es un manifiesto vanguardista en la historia del cine. François Truffaut deconstruyó sus méritos en un artículo de Cahiers du Cinema en 1955; Francis Ford Coppola supervisó personalmente su reedición estadounidense en 1980; Martin Scorsese la llamó “una sensación genuina” y Stanley Kubrick “una obra maestra de invención cinemática”.
Por su frenético trabajo de cámara, sumado al un estilo de montaje veloz y su enorme alcance narrativo, es una de las películas más ambiciosas del cine mudo, a pesar de que Gance logró producir solo la primera de las seis entregas planeadas.
En el centro está Albert Dieudonné como el joven y ambicioso oficial Napoleón, a quien retrata con esa intensidad hipnótica más asociada con sus contemporáneos expresionistas alemanes. El tríptico final en pantalla ancha -que representa al líder militar reuniendo a su ejército en Italia-, obligó a los cines a instalar un sistema de proyección Polyvision, lo que asfixió su potencial comercial. Es el artefacto cinematográfico hiperbólico y fascinante de un director que consideraba el cine algo “en el que no se debe dejar de arriesgar la vida si surge la necesidad”.
Águilas Triunfantes (1927)
Si Napoleón de Abel Gance fue una obra experimental que impulsó el medio cinematográfico conceptual y técnicamente hacia adelante, Fighting Eagle (Águilas Triunfantes) de Donald Crisp -estrenada con un mes de diferencia- es un pie de página olvidable en la historia del cine.
La película es una comedia basada en el personaje menos conocido de Arthur Conan Doyle, el brigadier Gerard, un húsar francés que constantemente autosabotea con alardes hiperbólicos de sus logros. Identificándose con orgullo como el “soldado favorito del emperador”, Gerard se ve envuelto en una extravagante trama de espionaje para exponer la traición de Talleyrand -el Ministro de Asuntos Exteriores de Francia- y darle a Napoleón una excusa para invadir España.
Interpretado por Max Barwyn -quien más tarde interpretó varios papeles menores no acreditados en clásicos como The Big Sleep (El Sueño Eterno) y Grand Hotel– este Napoleón entra y sale de escena para gritar órdenes, exigir explicaciones y socavar su carrera militar.
Napoleón en Santa Elena (1929)
Dirigida por Lupu Pick y con guion de Abel Gance, Napoleón en Santa Elena es la más hagiográfica de las tres películas de esta lista centradas en Napoleón en el exilio. Aquí, se declara que el emperador fue “renunciado por aquellos que deberían haberlo defendido hasta el final” y llamándolo (citando a Chateaubriand) “el aliento más poderoso que jamás haya animado la arcilla mortal”. Su carcelero británico, Hudson Lowe, es un infame que (según Lord Wellington) “carecía tanto de educación como de juicio”.
La lucha por el poder entre Lowe y Napoleón domina la narrativa. Pero a diferencia de sus sucesores, incluye el viaje de Napoleón a Santa Elena y un debate en la Cámara de los Lores sobre su trato como cautivo. El último tercio de la película está saturado de patetismo mientras Napoleón es abandonado por su séquito.
Werner Krauss lo interpreta con desesperación maníaca, una actuación border que se sitúa justo entre las películas que definen su carrera: la obra maestra del expresionismo alemán de 1920 El gabinete del Dr. Caligari y la película de propaganda nazi de 1940 Jud Süß.
Conquista / María Walewska (1937)
Dos años después de su colaboración en Anna Karenina, el director Clarence Brown y Greta Garbo se reunieron para hacer otra película sobre una historia escandalosa y políticamente tensa. Conquest (traducida como Conquista o María Walewska) se basa en el “romance inmortal” de Napoleón y su amante más famosa: la nacionalista polaca, la condesa Marie Walewska.
La interpretación de Charles Boyer como Napoleón es de una seguridad y confianza extremas. Una personalidad fuerte, porque no le preocupa en absoluto el decoro. Vestido con magníficos trajes -diseñados por Adrian, el vestuarista de El Mago de Oz-, le transmite a la condesa que la ayuda que está dispuesto a brindar para la causa nacional polaca está condicionada a su presencia en su cama.
Cuando los altos mandos polacos la instan a aceptar esta misión diplomática, Marie Walewska le da a la película su momento de autoconciencia: “¿Por qué cada vez que este salvaje escupe, todo hombre decente debe limpiarse la cara?” El Napoleón de Conquista es un hombre condenado para siempre a elegir la ambición por encima del amor. Ni siquiera él puede tenerlo todo.
Désirée (1954)
Ningún Napoleón cinematográfico reflexiona tanto como la versión de Marlon Brando en Désirée, basada en la novela homónima de Annemarie Selinko de 1952. En el cuerpo de Brando, Napoleón es grosero y cómicamente serio. Sólo para besar a la inocente Désirée de Jean Simmons bajo la lluvia torrencial.
Al igual que Conquista, Désirée está contada desde el punto de vista de una mujer que no es su esposa. Pero esta dama se libera de Napoleón de una manera que la condesa Walewska de Garbo nunca lo hace. Su arco dramático y su matrimonio con el general Bernadotte -interpretado por Michael Rennie-, es lo que hace de Désirée una corriente subterránea de desafío feminista recorre lo que podría haber sido un empalagoso drama de época de los años 50’s.
Napoleón (1955)
El problema con Napoleón de Sacha Guitry es que aborda todos los puntos principales de la trama de la vida del emperador de manera eficiente y seca, el modelo wikipedia tan higiénico de las biopics del siglo XXI.
El propio Guitry interpreta al ministro Tallyrand, y sus recuerdos de Napoleón proporcionan la narración y el marco de la película, filmada en locaciones originales: Fontainebleau, Château de Malmaison y Versalles. Interpretando al joven y ambicioso general, Daniel Gélin canaliza la seductora severidad de Napoléon en una mirada penetrante, como en la escena en la que coquetea por primera vez con Josephine observándola en silencio a la distancia, con un bulto prominente en sus pantalones blancos que habla por él. Raymond Pellegrin lo reemplaza como el anciano emperador.
Guitry hizo una película de tres horas, pero un tercio se suprimió en la sala de montaje para su comercialización internacional.
Guerra y Paz (1956)
Superficial pero siempre hermosa, la adaptación de tres horas y media de King Vidor está protagonizada por Audrey Hepburn, Mel Ferrer y Henry Fonda como el trío icónico de la novela de Tolstoi formado por el príncipe Andrei, Natasha y Pierre. Desde las pinturas históricas que sirven de telón de fondo a los créditos iniciales hasta sus diversas apariciones interpretadas por Peter Lom, Napoleón ocupa un lugar destacado a lo largo de toda la película como un hombre curioso, elocuente y tempestuoso.
También es el vehículo para la degradación de Pierre cuando Napoleón, el “hombre más grande del mundo”, se convierte en el tirano de Europa. Luego del fracaso de la invasión a Rusia, entre las escenas finales, hay un intenso primer plano del emperador llorando en silencio mientras huye al frente de su ejército, una imagen con la que Vidor transmite más empatía que alegría por la desgracia.
Austerlitz (1960)
La batalla de Austerlitz fue la obra maestra militar de Napoleón. Esta película presenta una versión diferente de Napoleón por parte de Abel Gance, quien revisita la figura del Emperador treinta y tres años después de su epopeya de 1927. Austerlitz comienza con la paz, cuando se firma el Tratado de Amiens y con Napoleón envuelto en disputas familiares (casi siempre instigadas por Pauline Bonaparte de Claudia Cardinale).
Gance dedica largas escenas a las escapadas sexuales de Napoleón, a los líderes militares británicos tramando estrategias y riéndose de las caricaturas de James Gillray. Orson Welles aparece como el inventor estadounidense Robert Fulton, quien intenta venderle al líder militar los barcos a vapor. (Welles también aparece brevemente en Napoleón de 1955 y en Waterloo de 1970).
Guerra y Paz (1965-67)
Guerra y Paz de Sergei Bondarchuk es la respuesta soviética de siete horas a la versión norteamericana de King Vidor. Posiblemente sea la mejor película ambientada durante las Guerras Napoleónicas. Aunque el emperador -interpretado por Vladislav Strzhelchik-, es un personaje secundario que sólo aparece esporádicamente durante las batallas y la ocupación de Moscú, es el principal antagonista de la película. Se le conoce como un anticristo y un “Goliat descarado e insolente”, cuyas acciones están “demasiado alejadas de cualquier cosa humana para que él pueda captar su significado”.
La película de Bondarchuk ve en Napoleón el responsable de tanta muerte y destrucción sin sentido en Rusia, con largos planos de cadáveres -que recuerda a “el travelling es una cuestión moral” de Godard– después de escenas de batalla alucinantes y masivas, y con la representación del saqueo francés de Moscú como una masacre de inocentes.
El gobierno soviético no reparó en gastos, decidido a superar la versión de Hollywood por un sentido de orgullo nacional. Es una obra maestra en todos los sentidos. Con Guerra y Paz, la Unión Soviética ganó la Guerra Fría cinematográfica.
Waterloo (1970)
Sergei Bondarchuk regresó a su villano favorito sólo tres años después con Waterloo. Con más de 15.000 extras uniformados y la escena de la batalla titular -de casi una hora de duración-, Waterloo es monumentalismo práctico y sin concepto. Sin embargo, aporta profundidad al colocar al duque de Wellington (un conciso y ecuánime Christopher Plummer) y al militar francés como contrastes.
El Napoleón de Rod Steiger abdica del trono y sella su destino al exilio en la isla de Elba en los primeros 20 minutos. La interpretación de Steiger es temperamental, con Napoleón impulsado por una determinación furiosa y pura desesperación. Bondarchuk esquiva la identificación con los franceses, británicos y prusianos (que aparecen más tarde en una sorprendente traición de eficiencia alemana) para centrarse en el bando derrotado.
Águila Enjaulada (1972)
Eagle in a Cage (Águila Enjaulada) es ese tipo específico de película histórica de serie B que puedes encontrar gratis en YouTube. Tiene un lema antológico: “La guerra y las mujeres eran sus pasiones… ¡y ninguna isla fortaleza podría enjaular su ansia de poder!”.
La película plantea una historia alternativa. Comienza con la llegada de Napoleón a Santa Elena, donde se empeña en usar la menor cantidad de ropa posible. Kenneth Haigh interpreta al ex emperador exiliado como un libertino irónico resignado a coger con chicas y jugar al billar, hasta que los británicos se le acercan con una oferta que no puede rechazar: lo dejarán escapar si restablece el orden en Francia e invade Prusia. ¿Lo aceptará? ¿Se pondrá la ropa primero?
Amor y Muerte (1975)
Love and Death (Amor y Muerte) es una de las primeras genialidades de Woody Allen: una parodia llena de admiración por el cine y la literatura rusa -incluso menciona directamente a Guerra y Paz de Tolstoi y a Sergei Bondarchuk-. Allen interpreta a su prototípico neurótico en la forma de Boris Grushenko, un soldado campesino que carece de devoción por morir en nombre de la Madre Rusia. Inútil como soldado, se involucra en debates pseudofilosóficos con Sonja (Diane Keaton) sobre la existencia de Dios y la ética de la violencia. Cuando el mujeriego lascivo de Napoleón (James Tolkan) ocupa Moscú, la pareja decide intentar asesinarlo.
Pocas películas están saturadas de humor slapstick y existencialismo, y toca con seriedad trastornada la superficialidad de la angustia filosófica contemporánea.
Los Héroes del Tiempo (1981)
Hubo un momento en los años 80’s en el que las películas infantiles adquirieron un tono absurdo e incluso nihilista. Time Bandits (Los Héroes del Tiempo) del lisérgico Terry Gilliam -ex Monty Python- está protagonizada por Sean Connery y John Cleese, y sigue a Kevin, un joven arrastrado por un alegre grupo de pequeñas personas que viajan en el tiempo con intención de robar a los grandes hombres de la historia.
El primero en la lista es el Napoleón de Ian Holm, encontrado después de la Batalla de Castiglione. Es un personaje ridículo y un borracho descuidado, más preocupado por ver un espectáculo de marionetas que por una estrategia militar. El humor despreocupado de Time Bandits contrasta con su final pesimista: la tecnología como antesala del Mal, Dios como un invento fundamentalmente apático, la inherente falta de alma de consumismo. No es Disney. Ya no se hacen películas para niños así.
El Rehén de Europa (1989)
Del director polaco Jerzy Kawalerowicz, el drama -hablado en francés e inglés- El Rehén de Europa es la mejor película del dictador en el exilio. En gran parte debido al actor francés Roland Blanche, cuya antológica interpretación lo visualiza pudriéndose física y espiritualmente de adentro hacia afuera.
Proyectado en sombras oscuras y filmado incómodamente de cerca, el emperador de Blanche es macabro y perverso, lleno de indignación e impotencia en el centro de patéticas luchas de poder con su carcelero Hudson Lowe, que culminan cuando Napoleón afirma que la eventual importancia histórica de Lowe se deberá únicamente a la proximidad: “Pasarás a la historia gracias a mí… ¡Todo lo que está vinculado a mi persona pertenece a la historia!”
Con intensidad y decadencia, El Rehén de Europa capta hábilmente la cruel ironía del final anticlimático de Napoleón.
El Nuevo Traje del Emperador (2002)
Napoleón no muere en Santa Elena: escapa a París usando un doble y se convierte en un hombre que defiende a una madre soltera y su hijo. The Emperor’s New Clothes (El Nuevo Traje del Emperador) es una abominación llena de buenas intenciones producida por el cruce de History Channel con Lifetime.
Su premisa se vuelve psicodélica cuando Napoleón trata de convencer a un grupo de franceses en 1816 de que él es él y termina en un manicomio repleto de locos que también dicen ser Napoleón -con mejores uniformes-.
El Conde de Montecristo (2002)
Antes de que la sublimación sado-divina de La Pasión de Cristo lo encaminara hacia el fanatismo de derecha, Jim Caviezel (El Sonido de la Libertad) era simplemente otro actor mediocre que hacía películas mediocres. El Conde de Montecristo se destaca por el compromiso de Caviezel como Edmond Dantès y Guy Pearce como Fernand Mondego para rehacer una versión siglo XXI del clásico sobre el costo de la venganza de Alejandro Dumas.
Aunque solo está presente al inicio de la película, Napoleón (Alex Norton) pone en marcha la trama: sespués de remar hasta Elba en busca de un médico, los marineros Edmond y Fernand son atacados por soldados británicos y posteriormente salvados por un Napoleonus ex machina. El dictador emerge de la oscuridad en uniforme, dice algunas bromas ingeniosas y le confía a Edmond la tarea de sacar de contrabando una carta de la isla.
También suceden otras cosas: traición, encarcelamiento, una entrada a una fiesta al estilo de Baz Luhrmann en un globo aerostático, un interrogatorio en una sala de vapor que no tiene sentido, como el resto de la película.
Noche en el Museo: Batalla del Smithsonian (2009)
El actor francés Alain Chabat interpreta al Napoleón reanimado, uno de “los líderes más despreciables y temidos de toda la historia”, que el malvado faraón Kahmunrah alista junto a Al Capone e Iván el Terrible para ayudar a abrir un portal al inframundo.
“Tú eres Napoleón. Hay como un complejo que lleva tu nombre. Eres famoso por ser pequeño”. Ben Stiller da esta esclarecedora lección de historia.
Napoleón (2023)
El Napoleón de Ridley Scott es un hombre de pasiones fuertes: él mismo, Francia, Josephine, la guerra. Es un animal no domesticado, intenso y urgente en su camino hacia la gloria desmedida que transforma a un hombre en mito y que marca su inevitable caída. La película captura el patetismo inherente de la megalomanía sin esquivar el erotismo y la peligrosidad del poder, y en ese equilibrio de lo imponente y lo absurdo, Scott ofrece un retrato antiheroico del militarismo, un relato gigante sobre el poder, la obsesión y la explotación humana.
Con esta película, Scott se reafirma como el heredero de la épica monumentalista de David Lean y Sergei Bondarchuk. Como ningún otro director contemporáneo, la guerra es una hermosa y masiva coreografía de la muerte, escenas monumentales codificadas por una matemática del plano que proporciona vistas macro de maniobras y movimientos estratégicos y microinstantáneas hechas de heroísmo y miedo, gloria e indignidad, sacrificio y codicia. Es el señor de la guerra de masas del cine moderno.
Napoleón es la puesta en escena de una violencia desmesurada y primaveral, el espectáculo épico de un ego desproporcionado, una mezcla de genialidad estratégica, neurosis y orgasmos de poder que construyen la permanente tragedia humana.