La lucha libre es un teatro del exceso. Y es en ese barroquismo popular que encuentra la originalidad que lo hace un espectáculo y no un deporte. En un ambiente diseñado para la exhibición de la masculinidad, donde las máscaras sirven para ocultar al individuo que encarna una pasión humana pura, Saúl Armendáriz entendió que el maquillaje servía para resaltar su propia identidad queer. Cassandro, la biopic de Roger Ross Williams, cuenta la historia de este hombre, que llegó a la cima de la industria dando vuelta sus obsoletas convenciones de género.
Cassandro: el Liberace Proletario
Estamos en los años 80’s, en los bajos fondos de Cuidad Juárez. Un taller mecánico transformado en un ring precario. Saúl (Gael García Bernal) es El Topo, un personaje inofensivo de la lucha libre mexicana, esos prototipos delgados diseñados para perder contra oponentes masivos de nombres inverosímiles -como Gigántico-. Sabrina (Roberta Colindrez), otra outsider del catch, le sugiere que pelee como un exótico, esos luchadores definidos por su extravagante feminidad. Saúl no está convencido: los exóticos siempre pierden también.
Roland Barthes comparó a la lucha libre con el arte clásico: “Nadie pide al catch más verdad que al teatro. Este vaciamiento de la interioridad en provecho de los signos exteriores, este agotamiento del contenido por la forma, es el principio mismo del arte clásico. Y es más eficaz, porque el gesto del luchador no precisa ninguna imaginación, de ningún decorado, de ninguna transferencia para parecer auténtico”.
Saúl se reinventa en Cassandro -nombre tomado de una telenovela-, el Liberace proletario, un alter ego vestido de látex y animal print, con un par de ojos perfectamente delineados y labios rojo carmesí. Esencia lumpen y sensibilidad queer. Su personaje es un manifiesto de sí mismo, una autenticidad marcada por el brillo y el glamour de los pobres.
Creía, como David Bowie y Oscar Wilde, que el encanto está en la forma, que la verdad de una persona se encuentra en su exterior, que ser natural es solo una pose y solo los superficiales se conocen a sí mismos. “El hombre es menos sincero cuando habla por su cuenta. Dale una máscara y te dirá la verdad”. La máscara de Saúl Armendáriz estaba hecha con su propia piel y rastros de carmín. Así se autoinventó como un héroe glam, un Dorian Grey kitsch que trastocó los principios políticos y filosóficos de la lucha libre mejicana.
Gael García Bernal, el héroe kitsch
Siglos de cultura machista y conservadurismo católico colapsan ante la efervescencia gay perfectamente ejecutada de Cassandro. La multitud no puede resistir la pura fuerza magnética de su actuación. Este exótico no se conforma con aparecer: está diseñado para ganar sus combates.
Ver a García Bernal transformarse cuando entra al ring como Cassandro por primera vez es electrizante. Es su mejor interpretación en años: destila el tipo de magnetismo que lo convirtió en un it-boy del cine mundial después de su trabajo como travesti en La Mala Educación de Pedro Almodóvar. Saúl es divertido, contagioso, a veces dolorosamente vulnerable, y Bernal exhibe esas pequeñas y delicadas expresiones que contrastan con los gestos hiperbólicos de Cassandro.
Williams -un cineasta entrenado en el género documental- mantiene la mirada curiosa y llena de empatía para describir a un personaje kitsch y marginal. Elige simplificar la historia -no registra el agotador costo físico que un deporte como la lucha libre supone para sus participantes -el Armendáriz de la vida real se sometió a muchas cirugías- para hacer menos una biografía que la celebración de un héroe icónico y poco reconocido. Cassandro es demasiado segura y ordenada para representar la fuerza subversiva de su protagonista, pero es una conmovedora historia de triunfo queer frente a la intolerancia, un vodevil enloquecido de atletismo y teatralidad.