La Sustancia (The Substance), la segunda película de Coralie Fargeat, es un viaje desquiciado hacia la obsesión contemporánea por el cuerpo. Protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley, no es solo una muestra más de horror corporal, sino una fábula feminista llevada al extremo sobre la juventud eterna y los estándares imposibles de belleza. Fargeat lleva todo más allá del punto de moderación y decencia, hasta convertir su película en un discurso desenfrenado sobre las fuerzas individuales y culturales que llevan a las mujeres a la locura en busca de la perfección física.
Tras el éxito de Revenge, la directora francesa mantiene en La Sustancia la misma ambición: crear una película de género que no solo hable de género, sino que lo deconstruya desde adentro para exponer sus tropos más arraigados en la cultura. Si en Revenge la violencia se presentaba como una respuesta inevitable al abuso masculino, aquí es la belleza el monstruo devorador, y la protagonista, Elizabeth Sparkle (Moore), se encuentra atrapada en el laberinto de su propio cuerpo, acosada por la versión idealizada de sí misma.
La Sustancia y la belleza como cárcel
Elizabeth Sparkle, una celebridad en declive, se enfrenta a la condena más brutal que Hollywood puede ofrecer: el olvido. Por eso recurre a “La Sustancia” (una alegoría precisa de la cirugía estética, las dietas extremas y las terapias que constituyen el lenguaje del cuerpo en la actualidad), un tratamiento revolucionario que promete regenerar su juventud. Sin embargo, debe coexistir con una versión perfeccionada y joven de sí misma, Sue (Qualley), que surge de su espalda en una especie de parto corporal. Como en El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, no es el original el que brilla, sino su copia, mientras Elizabeth se consume en su propia decadencia.
La Sustancia establece un contrato infernal. Elizabeth y Sue alternan semanas de consciencia: mientras una está despierta, la otra permanece en un letargo inducido. En este ciclo, la cámara de Fargeat se recrea en las texturas, en la piel, en los cuerpos. Cada escena parece un grito sobre el significado de “perfección”, sobre cómo el cuerpo juvenil se convierte en objeto de deseo y, simultáneamente, en una cárcel. La película gira en torno a una pregunta: ¿Qué es la juventud, y qué estamos dispuestos a perder por ella?
Fargeat hace del desequilibrio un principio rector. Su horizonte estético se desborda, con una multiplicación de efectos de montaje y encuadres incongruentes. Filmar, para ella, es devorar. Las cámaras de televisión son jeringas con las cuales se extrae la sustancia vital de los cuerpos femeninos.
En cada encuadre Fargeat adopta las reglas implícitas de la mirada masculina. Pero al igual que en Revenge, el estilo sexualizante de la cineasta es menos un deseo escópico y viril que una alegre apropiación fetichista que resalta su asco. Al hacerlo, objetiva la sexualidad juvenil a la vez que censura que a los hombres (a través del personaje de Dennis Quaid y del cerebro invisible del producto) como creadores y vendedores ambulantes de belleza tóxica.
La Sustancia es una crítica a la industria de Hollywood
En La Sustancia, las referencias al cine de David Cronenberg, con sus mutaciones corporales y la obsesión con los fluidos, son evidentes. Sin embargo, Fargeat va más allá de la simple apropiación postmoderna: crea una narrativa visual donde el cuerpo –ese espacio tangible y mutable– se convierte en el campo de batalla del poder, el envejecimiento y, fundamentalmente, del valor de la mujer en una sociedad obsesionada con lo joven.
En La Sustancia, Fargeat retoma uno de los tropos más poderosos del horror: la transformación corporal como metáfora de la psique. Al igual que en Videodrome de Cronenberg, donde el cuerpo se convierte en el campo de batalla de la mente, en La Sustancia es el deseo de juventud y belleza lo que deforma, no solo el cuerpo de Elizabeth, sino también su propia identidad. Con un estilo visual que roza lo vulgar y lo grotesco, Fargeat transforma lo cotidiano en repulsivo, haciendo de cada transformación física un espectáculo perturbador.
Más allá de las palmeras y del juego del desdoblamiento en la tradición de Mulholland Drive, La Sustancia evoca, quizás más que ningún otro, el cine de David Lynch, no por su dimensión enigmática y onírica, sino por su carácter pulp y putrefacto. Como en Lynch, la belleza elegíaca de ciertas visiones encubre siempre una forma de impureza y corrupción.
La relación de Elizabeth con Sue, una conejita de gimnasio narcisista y de mirada muerta, es un acto de vampirización en slow motion. A medida que Sue gana control sobre la vida de Elizabeth, se establece una crítica hacia la manera en que la industria cinematográfica –y, por extensión, la sociedad– consume y deshecha a las mujeres que ya no encajan en el canon estético dominante.
El final de La Sustancia, explicado
La grotesca transformación de Elizabeth en una versión caricaturesca de sí misma es la metáfora perfecta de lo que Hollywood hace con las mujeres que ya no cumplen con sus estándares de belleza. El tercer acto de la película es donde este horror corporal alcanza su clímax: con referencias a El Hombre Elefante de Lynch y a Carrie de Brian DePalma, la mutación final de Elizabeth (un cuerpo que ya no le pertenece), da lugar a una secuencia de imágenes viscerales que mezclan fluidos, gore y carne deformada. Es un momento de liberación y destrucción, donde el cuerpo y la mente ya no pueden coexistir en el mismo espacio.
La trayectoria de La Sustancia es una progresiva malformación de una imagen –la de Elizabeth–, de la que no queda más que una máscara, que prefigura el plano final, grotesco y perturbador, en el que la maltratada actriz termina su carrera sobre su estrella en el Paseo de la Fama.
La Sustancia no es solo una película sobre el horror corporal; es una disección feroz de la obsesión contemporánea con la belleza y la juventud. A través de su estilo visual exacerbado y sus imágenes viscerales, Coralie Fargeat nos obliga a confrontar el inevitable envejecimiento y la decadencia, exponiendo la brutalidad de un sistema que transforma a las mujeres en objetos desechables.
La Sustancia está disponible en MUBI.