Los Beatles y los The Rolling Stones fueron lo mejor que le pasó al mundo después de la pastilla del día después. Pero a principios de los 70’s, mientras los de Liverpool pasaban a la historia, los Stones perfeccionaban su propio mito: discos gloriosos, exilio en Francia por no pagar impuestos en Inglaterra, problemas con la policía, novias mal automedicadas, una gira por Estados Unidos antológica, amenazas de muerte, recitales nerviosos y calientes, groupies ídem, países que les negaban la visa, rehabilitaciones en Suiza, titulares en los diarios que no siempre mentían. Para 1973 la fiesta se había terminado y Goats Head Soup era el disco ideal para que los invitados se vayan de una maldita vez a sus casas.
Si Exile on Main St., su álbum anterior, era noctámbulo, celebratorio, primitivo, Goats Head Soup era su continuación lógica: un álbum de resaca, casi terapéutico, con letras sombrías llenas de intimidad y romanticismo y una atmósfera cargada de bruma jamaiquina. Habían encontrado la fórmula -una balada con destino de hit (Angie), un par de rocanroles (Silver Train y Star Star), algún blues (Hide Your Love), más baladas (Coming Down Again, 100 Years Ago, Winter) y lo que esté a mano para completar las dos caras del LP- que les permitía preservar su esencia y seguir sonando en la radio en medio de la siesta del rock sinfónico, la invasión extraterrestre de David Bowie, el soul afrodisíaco de Marvin Gaye y la euforia trasnochada del funk.
The Rolling Stones en Jamaica: la grabación de Goats Head Soup
A comienzos de la década, en medio de una creciente crisis económica mundial y la radicalización de la izquierda y la derecha, el rock se había vuelto corporativo. La música había pasado de ser un medio para cambiar a la sociedad a un medio para entretenerla. La justicia social era un difuso anacronismo, un mal trip de LSD. La cocaína y los Quaaludes habían activado la mecánica del goce. De los sueños liberales de los 60’s sólo quedaban el hedonismo y la liberación sexual, y los Rolling Stones se adaptaron al pathos de la época sin protestar demasiado. Cuando no hay nada más que decir, mejor tocar.
La STP (Stone Touring Party), más conocida por su nombre artístico: Cocaine and Tequila Sunrise Tour, de 1972, fue la gira en la que se convirtieron en la banda más grande del planeta. El margen se había vuelto centro: la contracultura, ahora asimilada al mainstream, se volvió chic, y los camarines de los recitales de los Stones se convirtieron en una guardería medio trash para aristócratas, celebridades y demás parásitos que reclamaban su dosis de aventura y diversión.
Pero al terminar la gira en agosto, los Stones eran parias internacionales que no eran bienvenidos por las autoridades de muchos países. Keith Richards había tenido que dejar Francia cuando la justicia de ese país lo acusó de tráfico de heroína durante las grabaciones de Exile. Se instaló en Suiza, en una casa cercana a la clínica de rehabilitación a donde iba a desintoxicarse. Las visas a Estados Unidos de la banda estaban caducadas y no había forma de renovarlas. A Inglaterra no podían volver de forma permanente por su enorme deuda con el fisco. Decidieron ir a grabar a Jamaica, una especie de Nashville tercermundista, cuya música estaba por salir de los guettos de Kingston para colonizar el mundo.
Se reservó el Dynamic Sound Studio por un mes, las 24 horas del día. Allí, Bob Marley acababa de grabar Catch of Fire junto a los Wailers, su primer disco para una multinacional, Island Records, que saldría al año siguiente y llevaría al reggae a escala masiva. También se había grabado la banda de sonido y partes de la película The Harder They Come, el film con Jimmy Cliff que sería un éxito en las funciones de medianoche de los cines underground de Estados Unidos, y que fue el primer contacto del reggae con el público norteamericano.
Kingston era una ciudad salvaje, violenta, que por las noches se llenaba de humo autóctono, disparos y rumores tribales que salían de los tambores que parecían estar diseminados por todos los barrios. (Richards pensó que era el lugar ideal para unas vacaciones en familia y se compró una casa frente al océano en la que pasó varias temporadas después de haber terminado el disco).
La puerta del estudio estaba custodiada por hombres con escopetas. El frente tenía agujeros de bala. El interior era una minúscula sala con la batería atornillada al piso -en el lugar exacto donde tenía el mejor sonido percusivo-, una consola de 8 tracks y no contaba con ciertas ventajas tecnológicas básicas (como auriculares, que fueron traídos de Estado Unidos junto a una consola de 16 canales), pero tenía algunos micrófonos, algunos paneles y un órgano Hammond B-3.
Las canciones de Goats Head Soup
Las bases que los Rolling Stones grabaron en Jamaica -y que completaron en Los Ángeles y Londres-, crearon un sonido exótico, con mucho ataque y distorsión wah wah sobre el groove impulsado por los teclados -los pianos de Nicky Hopkins e Ian Stewart y el clavinet de Billy Preston-. Los arreglos de Mick Taylor, puro instinto blusero hecho forma, le daban cohesión al eclecticismo de Goats head Soup. Esas texturas, influenciadas por James Brown y Stevie Wonder, se encontraron en el estudio, y la reedición 2020 muestra a una banda explorando su propio material mientras tantean las canciones, yendo de lo básico a lo complejo, buscando la fibra funky que terminaría plasmada en el disco original.
Era la época en que Mick Jagger y Richards habían empezado a componer separados y llegaban al estudio con algunas ideas básicas, en general sin letras. “Muchos temas no los habíamos trabajado antes -explicó el guitarrista- algunos tenían apenas una hora de vida”. Los instrumentales de Dancing With Mr. D. y Heartbreaker, y el demo de 100 Years Ago, con Jagger al piano, son interpretaciones despojadas, con un sonido limpio, sin la agresividad sonora y la atmósfera de danza vudú que tomarían en su versión definitiva.
Pero el highlight de esta reedición es Scarlet, una improvisación nocturna de amigos, grabada en el estudio que Ronnie Wood -quien todavía no era parte de los Stones- tenía en el sótano de su casa en las afueras de Londres. Jagger canta una plegaria emocional mientras Jimmy Page hace punteos de guitarra sobre la rítmica reggae de Richards, con Rick Grech (Blind Faith y Traffic) en bajo y Bruce Rowlands en batería.
Los otros inéditos rescatados de las sesiones de Londres son All the Rage, que Jagger reescribió en su casa de Pocé-sur-Cisse, en Francia, mientras cumplía con la cuarentena del COVID (Es toda la rabia/ déjame salir de esta jaula/ estoy bailando en círculos/ tratando de no volverme loco) y Criss Cross. Dos temas con ADN stone, rock´n´roll rotoso, callejero, con el maquillaje corrido y una media rota, que parecen afirmar que si vivir es estar en peligro, mejor esperar el fin cantando.
La edición de lujo de Goats Head Soup también incluye uno de los discos más pirateados de la historia de la banda: el recital en el del National Forest Arena de Bruselas durante la gira europea de 1973, con Billy Preston en los teclados. Un show acelerado, lleno de testosterona, una terapia de shock en 4/4 que apenas baja para versiones eléctricas de Angie y You Can´t Always Get What You Want y que hacia el final se vuelve proto punk con Jumping Jack Flash y Street Fighting Man. La banda está en plena forma y todo lo que hace Mick Taylor es sinónimo de buen gusto. Sería su última gira con la banda.
Angie llevó a Goats Head Soup directamente al N°1 de los rankings de todo el mundo e hizo de los Rolling Stones una banda apta para todo público. Pero a pesar de las baladas atormentadas, Goats era un disco de supervivencia luego del vodevil enloquecido de los años anteriores. Habían cambiado de dirección, pero las pulsiones seguían ahí, y habría que esperar hasta Some Girls (1978) para que reaparezcan con toda su intensidad. Con Goats Head Soup, los Stones tuvieron una resaca con mucho estilo, como si siempre hubieran sabido que el placer es superior al dolor, porque el placer busca la eternidad.