El Juego del Calamar, el Battle Royale definitivo
A medida que la serie se convirtió en uno de los programas más vistos de Netflix de todos los tiempos y mantuvo la atención del público mucho más allá del alcance cultural de Corea del Sur, surgió la pregunta de por qué este programa resonó en la gente a escala internacional. De ninguna manera el concepto de obligar a las personas a participar en un juego de vida o muerte es original, entonces, ¿qué hace Squid Game (El Juego del Calamar) de manera diferente?
La narrativa Battle Royale debe su nombre a una película de culto japonesa homónima de Kinji Fukasaku, estrenada en el año 2000 y desde entonces se ha convertido en un pilar de la cultura pop. Desde el largometraje, este principio de una multitud de personajes obligados a enfrentarse entre sí hasta que una persona sobreviva se ha extendido: libros, películas y series toman esta temática. The Hunger Games, As The Gods Will, The Condemned, Liar Game y Alice in the Borderlands. Pero sobre todo, se ha convertido en un género de videogames, apodado BR, en los que Fortnite, Call of Duty: Warzone o Apex Legends son sus exponentes más famosos.
Al comparar estos predecesores con El Juego del Calamar, se pueden encontrar una serie de diferencias y enfoques distintivos. Estos incluyen, entre otros, la estructura y las reglas del juego, el consentimiento y los derechos humanos, el papel de la deuda y la desesperación, el espectáculo y la deshumanización, la especificidad cultural.
Si bien se cita al director Hwang Dong-hyuk diciendo que quería crear una serie que fuera claramente coreana, la recepción internacional pide una mirada más cercana a lo que está haciendo de manera diferente.
El Paraíso Capitalista
¿Existe un tema más unificador en la cultura pop global que “el sistema capitalista es injusto”? La brecha entre los que tienen y los que no se sienta cada vez más irreversible. La desigualdad de la riqueza es una forma de decir que aproximadamente 2.000 multimillonarios poseen más dinero que el resto de la población mundial junta, y que muchas personas pueden identificarse con la realidad social que esto plantea. Y es probable que se encuentren entre los espectadores que han contribuido a que El Juego del Calamar sea el programa más visto del mundo en las últimas semanas.
Es fácil hacer comparaciones entre la serie de nueve episodios del escritor y director surcoreano Hwang Dong-hyuk y con una obra de 2019 de su compatriota Bong Joon Ho. Parasite (ganadora del Oscar a Mejor Película) también está marcada por personajes que se ahogan en billetes, sótanos y sistemas de túneles que esconden una variedad de secretos. Y lo que es más importante: una aversión por el status quo social y económico.
Sin embargo, estas similitudes y una exploración de la corrupción de conciencia del capitalismo no deberían oscurecer lo que El Juego del Calamar hace bien, que es deleitarse con el rechazo de la sutileza.
La violencia está siempre graficada con grandes ráfagas de sangre, tan roja y viscosa que casi puede olerse el tinte metálico en el aire. El diseño de producción es un híbrido de casa de juegos para niños/casa embrujada, con pinturas en colores pastel, literas gemelas, lámparas multicolores, guillotinas y rifles de francotirador asomando por las paredes. La miseria es imparable, interminable. “Estamos en el infierno aquí. No hay reglas en el infierno “. Los personajes plasman el argumento central de Hwang de que la traición y los actos personales más atroces, son el subproducto más devastador de un sistema económico que no tiene en cuenta a las personas de escasos recursos: los excluye para luego condenarlas.
No hay ninguna inclinación satírica: el programa no nos deja olvidar que son los jugadores los que eligen competir entre sí por la pequeña posibilidad de un premio multimillonario, o que sus organizadores consideran el juego mortal una distracción de sus mundanas vidas.
Todos, desde los competidores que fueron investigados para asegurarse de que estaban lo suficientemente desesperados, hasta los investigadores que recopilan la evidencia de esa desesperación, tienen los ojos bien abiertos al hecho de que el sistema causa una serie de plagas.
Y el mejor episodio, Gganbu, sexto de nueve, que sirve como el punto de inflexión narrativo para el acto final, deja en claro cómo las demandas y decepciones del sistema inspiran y refuerzan el egoísmo y la indiferencia que el capitalismo requiere para vivir dentro de él.
Los personajes son transformados desde adentro hacia afuera, mientras cualquier poder que puedan encontrar en la solidaridad debe ser sacrificado por la supervivencia. Hay algo en común en ese mensaje que trasciende el género y las fronteras, y en Gganbu las actuaciones, los matices del guion de Hwang y la violencia, se combinan para transmitir una urgencia irresistible y una melancolía inquietante.
El Juego del Calamar: La Condición Humana
La serie establece su premisa desde el comienzo, en el metro de Seúl, la capital de Corea del Sur. Una especie de vendedor usa un inocente juego para probar si los participantes tolerarán ser abusados físicamente por dinero. Esas personas en realidad están siendo reclutadas por una organización misteriosa que les promete la oportunidad de ganar una mucho dinero en efectivo. Son drogados y transportados a una isla equipada para una serie de juegos peligrosos, para deleite de sus organizadores.
En total, hay 456 jugadores en la isla. Todos los que gobiernan el lugar llevan una máscara, parecen tener entrenamiento militar y armas, que no dudan en usar. Además, está el premio, colgando sobre sus cabezas en una gigantesca alcancía transparente con detalles en oro: 45,6 mil millones de wones, alrededor de $ 38,5 millones de dólares.
Esa cantidad puede cambiar vidas, especialmente para personas que se están ahogando en deudas. Y puede comprar su silencio. Los jugadores firman otro conjunto de exenciones, y el Front Man les da tres reglas: un jugador no puede dejar de jugar, un jugador que se niega a jugar será eliminado y los juegos pueden terminar si la mayoría está de acuerdo en hacerlo.
El último punto parece prometedor. Una vez que la gente comienza a morir -y 255 de ellos lo hacen después del primer juego liderado por una gigantesca muñeca robot-, decidirán que el dinero no vale la pena. El grupo lo hace, terminando el juego por un margen de un voto. Pero después de un día de regreso al mundo real, con sus miserias, ansiedades y facturas atrasadas, casi todos deciden regresar.
Está Seong Gi-hun / Player 456 (Lee Jung-jae), quien después de ser despedido de su trabajo en una fábrica de automóviles se ha deslizado hacia la adicción al juego, con deudas con bancos, prestamistas privados y gánsteres. Se cruza con su amigo de la infancia Cho Sang-woo / Player 218 (Park Hae-soo), un ex prodigio de las finanzas que perdió el dinero de sus clientes en el volátil mercado de valores de Corea del Sur y ahora es buscado por la policía por fraude y malversación.
Gi-hun forma un vínculo con el jugador más viejo del juego, Oh Il-nam / Player 001 (Oh Yeong-su), que es encantador y sabio pero se hunde más en la demencia, mientras que Sang-woo toma bajo su ala al trabajador migrante pakistaní Ali Abdul / Player 199 (Anupam Tripathi), cuyo empleador ha estado reteniendo su salario. Y flotando en el exterior de este cuarteto está Kang Sae-byeok / Player 67 (Jung Ho-yeon), una desertora de Corea del Norte cuyos ahorros fueron robados por un estafador que prometió rescatar a sus padres y nunca lo hizo. Sin ese dinero, Sae-byeok no puede cuidar de su hermano menor, que ahora vive en un orfanato.
Cada miembro de este grupo puede empatizar con la necesidad de los demás de ganar, porque todos han sido masticados y escupidos por el mismo sistema. En un inicio, parecen dispuestos a trabajar juntos y protegerse unos a otros. Hay fuerza en los números y estas relaciones ayudan a mantener vivos a los jugadores.
A medida que avanzan, los juegos están diseñados para inspirar en los participantes las peores cualidades que los organizadores del juego -ricos y poderosos-, atribuyen a la gente de clase baja, ignorando que han creado las condiciones de posibilidad para que este tipo de miserias se manifiesten. Casi todas las alianzas terminan, y lo hacen porque las personas que las integran necesitan hacer todo lo posible por un día más de vida y una oportunidad más de obtener el dinero.
Combinados, esos elementos equivalen a un dilema ético diseñado por los organizadores que refuerza su opinión de que estas personas merecen ser despreciadas y maltratadas.
Esto nos lleva de regreso al capítulo Gganbu, que captura de manera más pura la naturaleza de la isla. Hasta este punto, los juegos han requerido que los jugadores se defiendan a sí mismos como individuos y jueguen contra los organizadores del juego, o que jueguen junto a otros en un equipo. Esas son las reglas establecidas hasta ahora, y los jugadores esperan que continúen.
Pero en el cuarto juego se les pide que encuentren socios y se den la mano para significar su unión. Sin embargo, el giro es que los jugadores no forman asociaciones, sino que seleccionan a sus próximos oponentes para otra competencia que termina en la muerte de uno.
La Internacional del sufrimiento
La isla anula cualquier alianza. Los aliados se convierte a a fuerza en enemigos, y la tragedia de estos 61 minutos es la rapidez con la que ciertas personas cambian de lado moral cuando el dinero está colgando sobre sus cabezas. Hwang subraya la angustia con teclas de piano quejumbrosas, primeros planos de las caras colapsadas de los personajes y recordatorios de que los ejecutores del juego -que usan un mono rosa- siempre están mirando.
Las fantasías de suerte y riqueza hacen que estas personas se enfrenten entre sí, y toda esta traición se desarrolla de manera personal e íntima. Los enemigos ya no son los organizadores, sino todas las demás personas. Song-woo había pagado previamente el pasaje de autobús de Ali a casa. Ahora lo abandona a su muerte. Gi-hun se había preocupado por Il-hun como un hijo. Ahora tiene la intención de dejarlo atrapado en sus propios recuerdos. Antes de Gganbu, El Juego del Calamar enfatiza cómo el capitalismo destruye de arriba hacia abajo, pero después, la serie adopta un enfoque de adentro hacia afuera: el enemigo es el Otro.
Existen múltiples paralelismos entre la serie y otras historias distópicas como The Hunger Games. Sin embargo, lo escalofriante de la trama es la realidad del escenario: mientras que historias como The Maze Runner o Sinsajo se desarrollan en una sociedad alternativa, El Juego del Calamar lo hace en la actual Corea del Sur, en el corazón del hipercapitalismo actual.
Un sistema basado en la deuda y el creciente distanciamiento entre clases sociales son problemas reales, no sólo en Corea, sino en todo el mundo globalizado. Esta es parte de la razón por la que la serie es tan atractiva como aterradora.