Toda película biográfica es, en esencia, una negociación con la verdad. El Aprendiz (The Apprentice), el retrato que el director iraní Ali Abbasi (Border, Holy Spider) hace de los años formativos de Donald Trump, mezcla precisión documental con licencias dramáticas. Pero, ¿Dónde termina la historia y dónde comienza el mito? ¿Qué hay de cierto en la génesis de este monstruo con rostro casi humano?
En la Nueva York de los setenta, un joven heredero con el pelo todavía propio y las ambiciones intactas comenzaba su particular deshumanización. Donald Trump, ese nombre que décadas después haría temblar los cimientos de la democracia norteamericana, era entonces solo un aprendiz ansioso por demostrar que podía ser más despiadado que su padre, Fred Trump, el constructor implacable que había edificado su imperio sobre los cimientos del racismo estructural en los barrios periféricos de la Gran Manzana.
La fortuna familiar que Fred había hecho construyendo departamentos para la clase media blanca, no era suficiente para el joven Donald. El heredero quería Manhattan, esa isla-fetiche que su padre siempre había mirado con desconfianza. Quería los rascacielos, los casinos, el brillo de una ciudad libertina, yonqui, sucia, al borde de la bancarrota.
El Trump de El Aprendiz no es una anomalía sino un producto: el resultado de una época que confundió el éxito con la impunidad, el poder con la capacidad de daño, la ambición con la ausencia total de decencia. Roy Cohn no creó al monstruo, solo le enseñó a usar sus poderes. El verdadero horror es que Estados Unidos estaba listo para creer en él.
Qué es real y qué ficción en la película El Aprendiz (The Apprentice)
La discriminación racial
La discriminación racial, el pecado original del imperio Trump, aparece en El Aprendiz como el primer punto de inflexión moral. Sebastian Stan, encarnando a un Donald Trump todavía vulnerable, se enfrenta a una demanda del Departamento de Justicia por negar sistemáticamente apartamentos a inquilinos negros. La realidad, documentada en los archivos del FBI, confirma este episodio: entre 1972 y 1974, la Trump Management efectivamente marcaba las solicitudes de afroamericanos con una “C” de “colored”. La respuesta de Trump y Cohn —una contrademanda por 100 millones de dólares— no es una invención dramática sino un hecho histórico reportado por el New York Times en 1973.
Roy Cohn
Abogado, manipulador serial, cazador de comunistas reconvertido en consejero de la mafia neoyorquina, Roy Cohn le enseña a Trump que la verdad es maleable, que la derrota no existe, que el fin justifica cualquier medio. La actuación de Jeremy Strong le da una complejidad que refleja las contradicciones del personaje real. La dualidad que muestra El Aprendiz —el homófobo público que organiza orgías privadas con hombres— está ampliamente documentada. Su muerte por SIDA, que negó hasta el final, no es una metáfora sino el último acto de una vida dedicada a la manipulación de la verdad.
La película minimiza la influencia que tuvo Roy Cohn en la historia política estadounidense. En la década de 1950 fue el abogado principal durante los juicios del macartismo contra supuestos comunistas, un método utilizado por la derecha para expulsar a oponentes del escenario político. Además, durante el proceso contra Julius y Ethel Rosenberg (la primera vez que civiles estadounidenses fueron ejecutados por espionaje), Cohn
utilizó canales secretos ilegales para lograr que ejecutaran a la pareja.
En la década de 1970, las brutales tácticas de Cohn eran conocidas y se convirtió en un solucionador de problemas para miembros famosos de la mafia como Tony Salerno. Pasó décadas evadiendo la ley, incluso fue acusado de perjurio, manipulación de testigos y más.
El Hotel Commodore
Los años setenta vieron a Trump construir su personaje como quien construye un rascacielos: sobre cimientos dudosos pero con una fachada deslumbrante. El Hotel Commodore, ese edificio en ruinas junto a Grand Central, que en la película se convierte en el símbolo de la ambición de Donald Trump, es más que un decorado histórico. Los registros confirman que Trump obtuvo una exención de impuestos por 40 años, un acuerdo que, según el New York Times, le costó a la ciudad 360 millones de dólares en recaudación perdida.
El Aprendiz sugiere la mano de Cohn detrás de este trato, aunque los registros históricos son más ambiguos, atribuyendo el éxito a las conexiones políticas generales de Trump. Fue el primer gran golpe de Trump, la demostración práctica de las enseñanzas de Cohn: el poder no está en el dinero sino en la capacidad de hacer que otros paguen por tus ambiciones.
Fred Trump Jr.
El retrato que hace Abbasi de Fred Trump Jr., el hermano mayor alcohólico, refleja lo que el propio Donald Trump admitió públicamente. En una entrevista con The Washington Post en 2019, Trump confesó su arrepentimiento por haber presionado a su hermano mayor para que abandonara su sueño de ser piloto y se uniera al negocio familiar. La escena de la boda donde Fred Jr. protagoniza un incidente alcohólico puede ser una licencia dramática, pero la tragedia subyacente —su muerte prematura en 1981 por un ataque cardíaco inducido por el alcohol— es real.
Ivana Trump
El matrimonio con Ivana (Maria Bakalova), que en El Aprendiz sirve como catalizador de la transformación final de Trump, está documentado en sus aspectos más oscuros. El “acuerdo prenupcial blindado” que menciona la película no es una invención: la batalla legal posterior confirmaría su existencia. Lo que resulta más difícil de verificar son las escenas íntimas de violencia doméstica, basadas en la declaración jurada de Ivana durante su divorcio en 1989, una acusación que más tarde matizaría sin llegar a desmentir completamente.
El pelo de Donald Trump
Los ochenta encontrarían a Trump convertido ya en una caricatura de sí mismo: las cirugías estéticas, los casinos en Atlantic City, las apariciones televisivas donde amenazaba con postularse a presidente si perdía su fortuna. Las transformaciones físicas que El Aprendiz presenta en su acto final —la liposucción, la reducción del cuero cabelludo— provienen directamente del testimonio bajo juramento de Ivana Trump en 1990, aunque el equipo de campaña de Trump las ha negado, amenazando con acciones legales contra la película.
Las drogas
La adicción a las anfetaminas que sugiere El Aprendiz permanece en ese territorio gris donde habitan los rumores persistentes pero nunca probados. Trump, siempre declaró que no consume alcohol ni drogas debido a la influencia de su padre y la tragedia de su hermano, representa aquí una de las pocas licencias dramáticas que la película se toma sin respaldo documental claro.
El Aprendiz, en definitiva, es un estudio de la naturaleza humana y sus demonios, una biografía que no pretende ser fiel, sino reveladora. Ali Abbasi ofrece una visión casi mitológica de Trump, no como figura política, sino como síntesis de la ambición americana, impulsada por una insaciable voluntad de poder.
El Trump real, como el de la ficción, surgió de esta época transformado: las lecciones de Roy Cohn sobre la maleabilidad de la verdad, la negación como estrategia, el ataque como mejor defensa, se convertirían en las bases de su futura personalidad política.
La Nueva York de los setenta que retrata Abbasi es un escenario decadente donde se gesta una nueva forma de poder basada en la manipulación mediática y la distorsión de la realidad. El Aprendiz es que no necesita inventar casi nada: la realidad, en el caso Trump, supera cualquier ficción. El monstruo no nació, se hizo, y los documentos están ahí para probarlo. Lo único que necesitamos es la voluntad de mirar.