Dicen que el desierto guarda secretos. Que bajo sus dunas infinitas se esconden verdades que podrían hacer temblar imperios. En Arrakis, el planeta donde todo comenzó y donde todo terminará, esas verdades tienen ojos azules. El final de temporada de Dune: La Profecía nos lleva, por fin, al planeta que da nombre a la saga. Pero antes de pisar sus arenas, la serie entrega un episodio que es un teatro de poder, traición y secretos familiares que no solo concluye tramas importantes, sino que deja sembradas las bases para el futuro del universo de Dune.
Desmond Hart, el arma involuntaria de las Máquinas
¿Quién es realmente Desmond Hart? Durante toda la temporada lo vimos moverse como una araña tejiendo su red de intrigas. Ahora sabemos que él mismo era otra marioneta más: sus ojos -esos ojos que aparecían en las pesadillas compartidas de la Hermandad– son en realidad el virus, la Revancha, el faro de algo más oscuro. Una Máquina Pensante. Los robots que la humanidad juró destruir hace milenios siguen ahí, en las sombras, manipulando los hilos de la historia.
Desde Raquella hasta la última acólita, la Hermandad ha tenido visiones de un gusano de arena y dos ojos azules en la oscuridad. Esta visión era una especie de biovirus, exacerbado por el miedo y propagado, de forma un tanto involuntaria, por Desmond Hart. Cuando Valya logra enfrentar su miedo y derrotar al virus que embrutece la mente, ve la película completa de lo que le sucedió a Desmond Hart en Arrakis. En pocas palabras: un robot le arrancó el globo ocular, le implantó los transmisores del virus y luego lo envió de regreso al mundo.
Valya se da cuenta de que sus enemigos ocultos están “usando una máquina pensante” para ejecutar sus planes. Los dos puntos de luz azules no eran dos ojos, sino un ojo de la máquina pensante, que se había dividido en dos porque la visión de Hart estaba deteriorada. Como Valya le dice a su hermana Tula: “Han puesto una máquina pensante dentro de él. Su ojo es el virus. Él es su arma”. Desmond Hart fue manipulado por una IA y ahora es controlado por otra persona. Valya quiere eliminarlo y terminar con el virus, pero Tula la detiene con la Voz.
El episodio final de Dune: La Profecía confirma que Desmond Hart es el hijo de Tula Harkonnen y Orry Atreides. Tula lo abandonó para protegerlo -o eso dice ella, pero en este universo hasta el amor maternal puede ser una jugada política más. El reencuentro medre-hijo dura lo que un suspiro: Desmond vuelve a su rol de Bashar del Imperio y la hace arrestar.
La revelación de que Desmond Hart fue manipulado y modificado por una máquina pensante es masiva, pero en la visión de Valya, hay otra figura encapuchada que controlaba la situación. Como le dice a Tula: “No pude distinguir un rostro… hay otra mano oculta, tratando de tomar el control”.
Quién maneja a Desmond Hart
Pero, ¿quién está detrás de todo esto? Es probable que sea un personaje llamado Omnius, una especie de IA de mente colmena que se convierte en el gran enemigo de la humanidad en los libros derivados de Kevin J. Anderson y Brian Herbert, incluida La Hermandad de Dune (Sisterhood of Dune) de 2012, la novela en la que se basa Dune: La Profecía.
La muerte de Javicco y Francesca en el final de Dune: La Profecía
Mientras tanto, el Emperador Javicco (Mark Strong) – ese títere que creía manejar los hilos – termina por fin de entender que en este juego él siempre fue prescindible. Su muerte, como su vida, es un acto político más en el gran teatro del Imperio.
Acá van los dos amantes. Con furia contenida. Con la tensión del que sabe que todo -absolutamente todo- puede terminar mal.
Francesca le dice que sí, que lo ama, que las cosas cambiaron, que las órdenes eran de Valya. Javicco la mira y piensa -los que van a morir siempre piensan- que ya nada importa. El puñal entra fácil en su carne: el suicidio es la última forma de libertad que le queda. Francesca llora. Las Bene Gesserit no deberían llorar pero ella llora igual.
No ve venir a Natalya. No ve el Gom Jabbar – ese veneno que las Hermanas usan para sus pruebas de humanidad – hasta que ya es tarde. Los amantes mueren juntos: ella envenenada, él desangrado. La sangre no distingue rangos. Natalya corre por los pasillos del palacio gritando “¡Asesinaron al Emperador!” y piensa que así se escribe la historia: con medias verdades y gritos desesperados.
Dorotea divide a las Bene Gesserit
Algunos caminan despacio. Otros corren. Tula huye a encontrarse con su hijo.
Se va de Wallach IX como quien deja una bomba de tiempo: sin avisar, sin nombrar reemplazo. La Hermana Avila lo dice, lo murmura, lo repite como un mantra envenenado. Y mientras ella cuenta la ausencia, Emeline predica. Predica las palabras de una muerta. O casi muerta.
Porque en los sótanos de la escuela, la Madre Dorotea está volviendo. No como fantasma: como posesión. El cuerpo de la Hermana Lila es ahora su nuevo hogar. La Hermana Jen le afloja las correas. No sabe que está soltando un incendio.
Dorotea camina por los pasillos que fueron suyos. Encuentra a Emeline en la biblioteca -las bibliotecas son siempre testigos de revoluciones- predicando sus palabras. Se entera que una Harkonnen gobierna ahora. Valya Harkonnen. Cuando Jen finalmente entiende, cuando le cuenta a Emeline que esa no es Lila sino Dorotea, algo cambia. Emeline mira a la vieja fanática y ve el futuro. O el pasado. O ambos. Y decide: será parte de esta revolución.
Van al patio. El estanque central -ese espejo de agua que esconde tantas verdades- se vacía por una tubería. Y allí, en el fondo, están los huesos. Los cuerpos. Las fieles que fueron asesinadas por Valya y séquito por creer. Por creer en Dorotea.
“Volveremos al camino recto”, dice Dorotea. Y el camino recto es un martillo contra Anirul, la máquina pensante. La misma que su abuela usó para construir el poder de la Hermandad. Los Butlerianos -esos fanáticos que odian las máquinas pensantes- tendrían orgasmo al ver esto. Emeline mira fascinada. Jen tiembla. El poder cambia de manos como cambia el viento en el desierto: sin avisar y arrasando todo a su paso.
Dune: La Profecía llega a Arrakis
Y así llegamos a Arrakis. Valya, la princesa Ynez y Keiran Atreides -nombres que resuenan con ecos del futuro- pisan por primera vez las arenas del desierto. “Aquí comienza el camino hacia nuestro enemigo”, dice Valya. No sabe -¿o sí?- que está poniendo en marcha una profecía que cambiará el destino de la galaxia. Los Fremen, los nativos del desierto, recordarán estas palabras durante milenios.
El Lisan al Gaib y la temporada 2 de Dune: La Profecía
En Dune, Paul Atreides y Lady Jessica aprenden rápidamente que las Bene Gesserit plantaron el mito religioso del Lisan al Gaib en Arrakis miles de años antes de su llegada. Esta práctica se conoce como Missionaria Protectiva, con la que la Hermandad manipulan las creencias religiosas de otras culturas con la esperanza de que sus miembros usar esos mitos para su beneficio, siglos después.
La primera novela de Herbert también revela que los Fremen tienen su propia “Madre Superiora” modelada a imagen de la Hermandad Bene Gesserit. Al colocar a Valya en Arrakis en el final de Dune: La Profecía, sugiere que todos los planes de la Hermandad se están poniendo en marcha. En la temporada 2, es probable que Valya predique a los Fremen sobre la llegada de Lisan al Gaib, lo que significa que la profecía del título de la serie tendrá un nuevo significado.
La Hermandad Bene Gesserit siempre jugó el juego largo, muy largo. Plantan semillas de creencias que germinarán siglos después. Manipulan genética, política y religión con la paciencia de quien puede ver el futuro. Pero ahora enfrentan a un enemigo que quizás pueda calcular aún más lejos que ellas: una inteligencia artificial que ha esperado milenios para revelarse.
El desierto guarda secretos, sí. Y algunos tienen ojos mecánicos que brillan en la oscuridad.
“El que controla el archivo, controla el presente. El que controla el presente, controla el futuro”, escribió una vez Frank Herbert. Pero en este universo de medias verdades y manipulaciones, ¿quién puede estar seguro de algo?
DISPONIBLE EN HBO Y MAX.