Debería considerarse uno de los grandes momentos cinematográficos de lo que va del año: cuando La Médium deja de ser una mala película de terror y pasa a ser una genial película bizarra. Un clímax total, en el que deja sus pretensiones de veracidad documentalista y se transforma en una fiesta gore delirante. Lo que había comenzado como un sobrio retrato de la cultura animista de la región noroeste de Tailandia, para luego transitar por todos los lugares comunes de la posesión de una adolescente, termina siendo un festival del más puro cine B, una estética del exceso llevada al límite de lo kitsch.
La Médium parte de un problema estructural: el formato de documental para hacer terror venció el mismo día que Paranormal Activity (Actividad Paranormal, Oren Peli, 2007 ) dejó de estar en cartelera. Si The Blair Witch Project (Eduardo Sánchez, Daniel Myrick, 1999) fue una terapia de shock, el pacto de credibilidad que asumía la audiencia con ambos films estaba basado en la sorpresa y en el morbo que ofrecía un tratamiento novedoso del género, que creaba un mundo cerrado que se abastecía a sí mismo.
No queda claro si Pisanthanakun hace una película autoconsciente de sus limitaciones o simplemente no encuentra un medio adecuado para contar la historia. Parece como si quisiera que nunca creyésemos en su propuesta, en la que no hay nada que se sienta verdadero. La primera parte de La Médium se basa en lo exótico de su contenido: un escenario donde se juntan lo natural salvaje y los cultos a una multitud de deidades, y en el que la creencia popular adjudica un espíritu a cada cosa viva o inanimada.
La Médium, terror y color local
Estamos en Isan, un territorio humilde, rodeado de una naturaleza virgen impactante, donde una médium está habitada por el espíritu protector del pueblo, la diosa Ba Yan. Por un pollo y alguna ofrenda, Nim (Sawanee Utoomma) te cura el entumecimiento del cuerpo por haber bebido licor de cobra. Su casa es un santuario hecho de objetos, velas y peticiones. Está conforme con su vida de ayudar a sus vecinos, pero su destino era otro: Ba Yan, que pasa de cuerpo en cuerpo a través de las generaciones de la rama femenina de la familia, la eligió porque su hermana mayor Noy rechazó la herencia.
Cuando la hija de Noy, Mink (Narlya Gulmongkolpech) comienza a tener un comportamiento errático, sospechan que Ba Yan está pidiendo asilo en la adolescente. Nim se da cuenta de que es otra cosa: el karma masculino de la familia, que tiene una historia oscura, hecha de enfermedades, suicidios e incesto. Tras un ritual de aceptación mal hecho, todos los espíritus malignos de alrededor tienen free access al cuerpo de la joven.
Gulmongkolpech cae en todos los tics de la poseída: ojos en blanco, risa sobradora, ataques físicos, llanto de bebé, espasmos, movimientos animales. Es un catálogo de clichés que van de The Excorcist (William Friedkin, 1973) a The Ring (Hideo Nakata, 1998). Si hasta ese momento la película no tenía un centro de gravedad y se perdía en escenas sin densidad dramática, a partir de la segunda parte establece un punto de apoyo con los preparativos de la ceremonia iniciática en la que finalmente Noy aceptará a Ba Yan para alejar el resentimiento de los espíritus que tomaron a su hija.
La Médium fue un éxito en su país y ganó el Festival de Cine Fantástico de Bucheon, pero basa todo su potencial internacional en el pintorequismo de ciertas costumbres locales -los lugareños, como unos Eternals lumpen tratando de convocar a la Unimente conectándose con hilos, son imperdibles-. El efecto documental de la película, complementado con cámaras de vigilancia e infrarrojo, es torpe y la historia pierde fuerza por la acumulación de elementos anecdóticos. Como terror nunca funciona.
Pero si Pisanthanakun hizo otra cosa, nos dio una clave. Un chamán dice a cámara antes de alejarse: “¿Viste la calcomanía de la camioneta gris?”. Corte. Vemos la calcomanía, que contiene la frase “esto es un auto rojo”. Quizás La Médium fue solo un chiste, que entendimos al final, pero ya era demasiado tarde para reirse.