Glass Onion: Un Misterio de Knives Out, la ópera policial de Rian Johnson
Con Glass Onion: A Knives Out Mystery (Glass Onion: Un Misterio de Knives Out), Rian Johnson encontró la fórmula para hacer del cine un elaborado artefacto pop art: la película es una hermosa trivia de la cultura popular llena de referencias, citas y reelaboraciones, que captura el zeitgeist de la época a través de una ironía ácida que denuncia la sociedad de consumo, la falta de inteligencia que circula por las redes y la megalomanía tecnológica, en el marco de un género -el policial clásico- que había muerto de falta de creatividad hasta que Knives Out (2019) lo sacó del cementerio cinematográfico.
Si Knives Out fue un híbrido lisérgico de comedia y misterio, Glass Onion amplía su alcance narrativo: todo es más grande, llamativo y retorcido. Las dos películas funcionan como espejo de la otra: el detective más grande del mundo debe resolver un asesinato en el ambiente tóxico de la riqueza, pero el centro de gravedad de la trama es el marginal, víctima de las conspiraciones y envidias de los personajes codiciosos e hiperbólicos que se mueven por dinero.
Pero mientras que en Knives Out fueron la avaricia y el racismo inherente a una parte de la sociedad estadounidense los que pagaron el precio del humor incendiario de Johnson, Glass Onion se centra en los nuevos ricos de la tecnología -y en la miseria moral y cultural que acompaña a sus cuentas bancarias pornográficas-, para hacer una sátira mordaz sobre el contexto social actual. Después de los Thrombeys, Johnson pone en escena a otro tipo de familia disfuncional, unida menos por lazos de sangre que por los lazos del dinero.
El súper hombre tecnológico
Miles Bron (Edward Norton) es el villano perfecto del siglo XXI: es siniestro y aterrador, no tanto por su poder sino por su mediocridad y su convencimiento que todo es comprable: desde la Mona Lisa hasta la fidelidad de su grupo ricos inadaptados, los eslabones necesarios para poder llevar a cabo su plan de resetear el sistema de poder con un nuevo combustible que potencialmente puede destruir el mundo.
Miles invita a sus viejos amigos a un fin de semana en una isla griega, en el que deberán resolver el “asesinato” de su anfitrión, un juego que derivará en un enigma sangriento en el que todos son sospechosos. El grupo se autodenomina los perturbadores, personas que no siguen las reglas, una versión capitalista del Übermensch (superhombre) de Nietzsche.
Está la modelo pasada de moda y actual influencer Birdie Jay (Kate Hudson), que ha cometido suficientes errores alcohólicos en Twitter como para que su asistente Peg (Jessica Henwick) le haya quitado el teléfono; Duke Cody (Dave Bautista), un macho alfa streamer que hace de las tetas y las armas un discurso político, con su novia Whisky (Madelyn Cline); la gobernadora Claire Debella (Kathryn Hahn) y el genio científico Lionel Toussaint (Leslie Odom Jr.), financiados por Bron. La outsider es Cassandra Brand (Janelle Monae), la ideóloga de la empresa con la que Miles se hizo millonario y dejada afuera del negocio con complicidad de los demás.
Pero el invitado inesperado a la fiesta es Benoit Blanc (Daniel Craig), el heredero de Auguste Dupin y Sherlock Holmes. Esta vez Blanc no es solo el gran racionalista que resuelve el enigma a partir de una secuencia lógica de presupuestos, hipótesis y deducciones, el detective con un fetiche por la inteligencia pura con la que construye la trama sobre las huellas vacías de lo real, sino que se convierte en una especie de narrador/columnista que subraya las sombras de los distintos personajes desde un punto de vista ético y moral.
Glass Onion: la complejidad transparente del misterio
La canción de los Beatles Glass Onion le sirve a Johnson como metáfora de la complejidad transparente del misterio, pero la inspiración real es ese disco que destilaba ironía sobre los de Liverpool y su Sgt. Pepper: el We´re Only In It for the Money (Estamos en Esto Sólo por el Dinero) de Frank Zappa.
Johnson estructura su película en tres partes diferenciadas: la primera es una comedia delirante en la que la pandemia y la cultura popular se mezclan en una vertiginosa y bizarra secuencia de situaciones que sirven para presentar a los personajes; la segunda es un largo flashback en el que se narran las historias de fondo de los protagonistas, y que le sirve al director para poner en escena las fuerzas en el campo y sembrar pistas falsas; la última parte es la resolución del enigma, para el que Johnson crea un clímax casi operístico.
Glass Onion es un objeto y su cometario, que atraviesa la cultura contemporánea con un discurso-collage desmedido y barroco. La vena exquisitamente pop de Johnson nos ofrece una obra que se toma a sí misma lo suficientemente en serio como para resultar vertiginosa e irónica en el equilibrio precario de la sátira, la detective story y el comentario social. Todo es maximalista, etéreo y rebuscado, pero el director logra controlar el caos de referencias, cameos y pistas falsas en una coreografía absurda y lógica, opaca y translúcida: como una cebolla de cristal.
DISPONIBLE EN NETFLIX