Los Coen no son hermanos: son su doble maldito. La sangre es la misma, pero circula de otro modo: si Ethan es una psicodélica mariposa technicolor, Joel es un etílico cuervo de Poe. Para un dúo de cineastas que hizo de lo extraño un estilo, es difícil seguir considerando que hay una idea definida de cómo es una de sus películas. Pero Drive-Away Dolls se acerca más al esperpento de sus fantasías neo-noir (desde Crimewave hasta Leer Antes de Quemar) que a cualquier cosa que hayan hecho juntos desde 2008.
En los años transcurridos desde su separación profesional -después de La Balada de Buster Scruggs de 2018-, Joel se puso arty y adaptó Shakespeare. Si La Tragedia de Macbeth representó la capacidad de los hermanos para el drama expresionista (como Miller’s Crossing o No Country for Old Men), Drive-Away Dolls -la primera película narrativa en solitario de Ethan– es su reverso alucinado: una eufórica, sexy y deliciosamente femenina película serie B que se deleita en el absurdo, destila encanto subversivo en cada chiste y no permite que ningún arrebato de normalidad contamine su elaborado artificio.
Drive-Away Dolls, el thriller-comedia postfeminista de Ethan Coen
Drive- Away Dolls comienza en el cambio de milenio, con dos amigas lesbianas que salen a la carretera en un viaje desde Filadelfia a Tallahassee, Florida. Jamie (Margaret Qualley) está escapando de una ruptura implosiva con su novia (una gloriosa Beanie Feldstein en estado de furia). Es retobada, difusa, con un opulento acento sureño y mucha expresividad poscoital en su pelo revuelto. Todo en ella sugiere un espíritu carnal. Marian (Geraldine Viswanathan) es su opuesto: recatada y formal, sólo intenta visitar a su tía, avistar aves y leer a Henry James.
No saben que el baúl de su auto de alquiler contiene algunos objetos codiciados por criminales (CJ Wilson, Joey Slotnick y Colman Domingo) y políticos corruptos (Matt Damon), lo que las conecta con una delirante conspiración falocéntrica. Drive-Away Dolls parece existir en una versión ligeramente paralela de Estados Unidos en 1999, un país saturado de bares de lesbianas insomnes y con una incompetente subclase de delincuentes, más preocupada por su papel en “la industria de servicios” que por su compromiso violento con las mafias políticas.
El guión de Ethan y su esposa Tricia Cooke pone en escena valijas misteriosas, referencias cinéfilas y consoladores tan seguido como otras películas utilizan el diálogo. Un thriller en el que todo queda envuelto en un ingenio alegre y despreocupado, con el que Ethan Coen explora sin nostalgia el pasado en un artefacto cinematográfico que parece más un experimento terapéutico que un exorcismo emocional. La película no es una postal de la pérdida: es una polaroid de la locura ordinaria de los años 90’s.
Cuando en 1955 se publicó Lolita, Groucho Marx dijo que leería la novela seis años después, cuando la protagonista fuera mayor de edad. La Jamie de Margaret Qualley es una Lolita desfasada, que perdió su condición de nínfula en la noche del fin de siglo. El personaje de Geraldine Viswanathan es reservado y huraño, pero ambas actrices desbordan encanto, desaciertos y calidez: la fórmula química de la comedia. Como nos enseñó la novela de Nabokov: ¿hay algo mejor que alguien que quiere pasar desapercibido atravesando Estados Unidos en compañía de una exhibicionista?
Drive-Away Doll: lesbianismo kitsch
Drive-Away Dolls estalla con la energía maníaca de una caricatura de Looney Tunes. Coen y Cooke querían hacer una comedia postfeminista, que no adoptara el gastado tropo salir del clóset ni terminara con los protagonistas siendo víctimas de un crimen de odio. A principios de la década de 2000, cuando se completó el guión, nadie pareció interesado en el proyecto. Dos décadas después, había llegado el momento de volver a intentarlo. “Cuando escribimos la película hace 20 años” -dijo Cooke-, “no pudimos hacerla porque era inconcebible. Si era una película lésbica, tenía que ser un drama importante. No podía ser simplemente lésbico y divertido. Cuando Kristen Stewart leyó el guión me dijo: ‘¡Necesitamos esta estúpida película!'”.
Cooke, que había trabajado con los Coen como editora de El Gran Lebowski, O Brother, Where Art Thou? y El Hombre que Nunca Estuvo Allí, aporta una fuerte perspectiva femenina y una representación honesta del sexo, que esquiva el estereotipado deseo castrado que prevalece en el cine queer. Al igual que Bottoms de 2023, Drive-Away Dolls interroga a los cuerpos y muestra que las lesbianas también pueden estar calientes, y no sólo de forma abstracta o codificada.
Drive-Away Dolls es una película no esencial de una manera que sólo una anti obra maestra estúpida y deforme lo puede ser. Su indisciplina y levedad, su humor irreverente y ritmo ágil la dotan de una fuerza verbal y visual que no decae durante su corto tiempo de ejecución de 84 minutos. (“No he visto Los Asesinos de la Luna todavía porque dura tres horas y media” -explicó el director-. “Estoy seguro de que si lo viera, me gustaría, pero es difícil para mí verla. Nuestra película puede que no sea buena, pero al menos es corta. Puedes poner eso en el afiche”).
Como dijo Douglas Sirk: “Hay una distancia muy corta entre el arte elevado y la basura. Y la basura dotada de locura es, por esta razón, la más cercana al arte”. Drive-Away Dolls borra esa distancia, burbujea en el vértice kitsch de la realidad, allí donde Quiero la Cabeza de Alfredo García se junta con Thelma & Louise. Mientras Joel se siente más cómodo con dramas oscuros y turbulentos, su doppelgänger se está divirtiendo.