Cacería en Venecia: la fe o la razón
El cine contemporáneo encontró distintas maneras de seguir poniendo en escena un formato gastado como el género policial: Rian Johnson exploró su lado lúdico, excéntrico y social (Knives Out, Glass Onion); Thomas Hardiman lo sacó de su hábitat natural con ostentación técnica (Medusa Deluxe, filmada en plano secuencia dentro de una peluquería) y Tom George lo postmodernizó con una parodia que servía como comentario autoconsciente de sus límites narrativos (Mira Cómo Corren). Pero Kenneth Branagh es el último romántico, el que destila amor y respeto por la tradición, un purismo de las formas clásicas del misterio que dio vida a la saga de Hércules Poirot (Asesinato en el Expreso de Oriente, Muerte en el Nilo).
La tercera entrega de la serie es A Haunting in Venice (Cacería en Venecia), una película en la que el género entra en contradicción consigo mismo. Branagh trabaja con dos registros antitéticos a la vez: formula un policial desde el gótico, provocando un desfasaje conceptual: si Poirot encarna la Razón, el álgebra de la forma analítica que trabaja la realidad como rastro, como sinécdoque criminal, esa realidad está configurada por una historia de fantasmas.
En la asolada Venecia de posguerra, la cantante de ópera Rowena Drake (Kelly Reilly) vive atormentada por la muerte reciente de su hija. Para la policía fue un suicidio, pero para otros la adolescente fue víctima de una maldición: el pallazzo donde vivía con su madre albergaba un orfanato, donde muchos niños fueron encerrados en las celdas del sótanos para dejarlos morir durante un brote de cólera. Los espíritus de los huérfanos regresan a este plano de la realidad para vengar la inhumanidad de sus cuidadores.
Drake reúne a algunos invitados en su mansión fantasmal para una fiesta la noche de Halloween. Una médium (Michelle Yeoh) intentará comunicarse con los muertos. Y allí hay demasiados. Hércules Poirot asiste a la sesión -invitado por su amiga, la escritora de novelas de misterio Ariadne Oliver (Tina Fey)- para desacreditar a la psíquica, para demostrar a través del análisis deductivo que todo es una farsa.
Cacería en Venecia: entre el misterio y el terror
Cacería en Venecia se mueve entre el thriller de misterio y la película de terror. El acierto de Branagh es crear un ambiente fúnebre y supersticioso para hacer dudar a su gran racionalista, ponerlo en contacto con lo sobrenatural, con voces que vienen de los rincones y figuras que pasan rápidamente ante sus ojos. De alguna manera, él también dedicó su vida a hablar con los muertos para encontrar la verdad.
La película está libremente inspirada en una obra tardía de Agatha Christie, Hallowe’en Party, de 1969. Pero en su núcleo está Edgar Allan Poe. El maestro del horror también inventó y definió las reglas de las detective stories en 1841 con Los Crímenes de la Calle Morgue: un fetichismo de la inteligencia pura, del pensamiento al servicio de la ley, que construye la trama sobre las huellas vacías de lo real. Poe fue contemporáneo del auge del policial y del gótico, pero en su obra nunca se tocan. Son especies diferentes, contradictorias.
El momento de los dos géneros surge en el siglo XIX, entre la muerte de Dios y la aparición del psicoanálisis. Si Dupin y Sherlock Holmes encarnan al racionalista que protege la vida burguesa y resuelve un enigma a través de una secuencia lógica de presupuestos, hipótesis y deducciones, todo el universo de demonios y espíritus representado en el gótico se define y normaliza con Freud. Para el psicoanálisis -otra literatura de masas- el inconsciente es el gótico que todos tenemos dentro: un mundo de muertos que reaparecen, instintos criminales, incesto, vampirismo, fantasmas y deseos sádicos.
Kenneth Branagh, el último romántico
¿Cómo renovar un registro que utiliza sistemáticamente los mismos clichés desde 1841? Cacería en Venecia se inclina por la mezcla genérica, agregándole al policial una textura sobrenatural y cierta sensación de paranoia dentro de su marco narrativo. El resultado es un mecanismo lógico demasiado asimilado y un terror menos emocional que estilístico.
Con Cacería en Venecia, Branagh no intenta reescribir el género policial sino a su personaje, poniendo a la fe en el centro de un enigma criminal. Hércules Poirot ha visto demasiada oscuridad en el mundo para creer en la existencia de un Dios o una vida después de la muerte. Aquí es la Razón interrogándose a sí misma, poniendo en conflicto su propio saber, pero sin salir de las convenciones genéricas. Como dice el personaje de Adrien Brody en Mira Cómo Corren: “es un whodunit: si viste uno, los has visto todos”.