Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. A Eli Roth no le interesan las mariposas: soñó que era Wes Craven. Cuando se despertó hizo Viernes Negro (Thanksgiving), una vuelta a la esencia del slasher como festival gore alegre y absurdo, mientras construye alrededor una trama de misterio con un asesino enmascarado en su venganza contra un grupo de jóvenes extremadamente asesinables, que cargan la insoportable levedad del ser postmoderno.
Viernes Negro se aleja de la estética vintage del Grindhouse, pero mantiene el mismo nivel de violencia y humor negro que el tráiler de Thanksgiving -presentado en 2007 durante la doble función de Death Proof de Quentin Tarantino y Planet Terror de Robert Rodríguez-, en el que un narrador con voz inexpresiva de psicosis de autocine prometía “Carne Blanca, carne oscura. Todo será cortado”. Es la segunda vez que uno de esos avances de películas falsas (dirigidos por Edgar Wright, Rob Zombie, Eli Roth y Jason Eisener) se convierte en un largometraje, después de Machete de Rodríguez, que en su hipérbole de acción vengativa incluso generó una secuela.
Viernes Negro: los 80’s según Eli Roth
Si George Romero encontró el pathos consumista de la sociedad norteamericana en Zombie (1978), el comienzo de Viernes Negro ofrece una reactualización sin metáforas: el Black Friday previo al Día de Acción de Gracias convierte a las personas en violentos autómatas que se mueven en masa hasta las puertas de un centro comercial. La secuencia es demente y divertida: un caos sangriento en busca de la última rebaja. Estos zombies contemporáneos no necesitan carne humana, sino el nuevo modelo de cualquier producto con descuento.
Un año después de la tragedia, un psycho killer que utiliza la máscara de John Carver -el primer gobernador de Plymouth, Massachusetts, hogar de la primera colonia puritana británica en Estados Unidos, el lugar donde nació la festividad- comienza a aterrorizar al pueblo, apuntando a aquellos que fueron parte del evento: desde los propietarios del centro comercial a los estudiantes de secundaria que se colaron por una entrada lateral, desde los encargados de seguridad hasta los clientes con abstinencia yonki consumista más evidente.
Eli Roth pone en escena una de las tradiciones estadounidenses más arraigadas en su historia, difícil de exportar a otros países. Por eso el humor y la temática de Viernes Negro por momentos se perciben a la distancia, como consignas no universales demasiado ajenas. Pero John Carver no deja de ser un instrumento de la violencia reconocible del colonialismo, que castiga a sus víctimas por su codicia y arrogancia. A pesar de ser una tenue crítica a la orgía consumista, Roth se niega a negociar con la actualidad política con sutileza o profundidad. Reconoce el pecado original genocida de Estados Unidos, pero sin que nadie se sienta culpable por el significado histórico de celebrar el Día de Acción de Gracias.
Desde su final girl y el triángulo amoroso central hasta el regreso del antagonista reprimido y su elaborada venganza, Viernes Negro es un greatest hits de las películas clase B de los 80’s, que ejecuta el manual del slasher perfecto con una serie de asesinatos imaginativos, toques brutales de gore con cierto sentido de lo macabro, y escenas que recorren los límites de la porno tortura, que enlazan con eficacia una serie de elementos que han hecho popular este subgénero durante 40 años.
Mientras una parte del terror contemporáneo se reinventó a través de cierta sofisticación estética para representar lo sobrenatural o poner en escena tensiones psicológicas y traumas personales o colectivos, otra continuó una línea más clásica, que en general parecían un deja vu gastado de tópicos ya hechos. Viernes Negro recupera la alegría desacomplejada del género con un ritual homicida que funciona como sublimación sado justiciera sin otro justificativo que hacer sangrar la pantalla. Fuck A24. Let´s dance.