Dune de Alejandro Jodorowsky: los favores de la irrealidad
Denis Villeneuve contó con un elenco excepcional y un gran presupuesto para hacer Dune, pero necesitará más que eso para que su película compita con una adaptación anterior de la misma novela. Esta adaptación no es la versión de David Lynch de 1984, que debería situarse en la parte superior de cualquier lista de las peores superproducciones de la historia; tampoco es la miniserie emitida por Sci-Fi en 2000. La versión en pantalla más significativa e impresionante del best seller de ciencia ficción de Frank Herbert es una que nunca se hizo.
La historia del cine está plagada de proyectos de ensueño abandonados debido a una guerra de egos, arrogancia o presupuestos inflados, pero, en general, la cordura prevalece sobre la vanidad. Todo esto palidece en comparación con la mejor película jamás realizada: la producción de Dune de Alejandro Jodorowsky.
Jodorowsky, l’ enfant terrible de Chile, es una de las figuras más peculiares de la cultura de ese país, aun cuando su vasta obra se haya desarrollado casi en su totalidad en el extranjero. No resulta fácil describir en pocas palabras las diversas facetas del trabajo de este personaje imaginativo, provocador y carismático, que de ser un actor y cineasta extravagante se convirtió en guía espiritual.
A mediados de la década del ‘60, Jodorowsky concentró sus esfuerzos en la escritura de guiones para comics y en la dirección cinematográfica, desarrollando un trabajo con influencias del surrealismo, la ciencia ficción y el misticismo oriental. Su producción fílmica le dio un gran prestigio entre ciertos círculos de la contracultura, que lo reconocen hasta hoy como una figura de culto.
El Topo (1970) y The Holy Mountain (La Montaña Sagrada, 1973) fueron tan alucinógenas que causaron sensación en el circuito under. Estas producciones ayudaron a establecer el movimiento de ‘películas de medianoche’, un fenómeno que comenzó a producirse en Nueva York a principios de los 70’s y en el que destacaron muchos films que crearon un gran fenómeno de culto: largometrajes que se veían mejor a altas horas de la noche, con preferencia después de ingerir un poco de alcohol o drogas, incluso ambas. La participación del público era esencial: cosplay, interacción con la pantalla y coreografías: era el cine como fiesta freak.
El Topo y The Holy Mountain resultaron tan rentables que un productor francés, Michel Seydoux, se puso en contacto con Jodorowsky en 1974 y se ofreció a financiar la producción que quisiera hacer a continuación. El director eligió adaptar una novela de ciencia ficción, Dune. Cuando Seydoux estuvo de acuerdo, Jodorowsky se dio cuenta de que ahora tendría que sentarse y leer la obra de Frank Herbert.
El acid dream team
Alejandro tenía habilidades necesarias para llevar a cabo la empresa. Todo lo que necesitaba a continuación era contratar a un equipo de compañeros, a los que llamaría “guerreros espirituales”, para que lo ayudaran a lograr lo que describió como “la imagen más importante en la historia de la humanidad”.
El director Frank Pavich deja al descubierto los hechos en su documental Jodorowky’s Dune (2013). Uniendo fuerzas con el visionario ilustrador francés Jean ‘Moebius’ Giraud para materializar su visión, el chileno convenció a Salvador Dalí y a Orson Welles para que actuaran; para crear los efectos visuales contrató a Dan O’Bannon, quien había trabajado en la ópera prima de John Carpenter, Dark Star; para crear el planeta natal de los villanos eligió a HR Giger, un artista suizo especializado en horrores biomecánicos siniestros y elegantes. La mayor parte de la música estaba a cargo de Pink Floyd, que acababan de lanzar su octavo álbum, Dark Side of the Moon.
Para realizar la nave espacial, Jodorowsky contrató a Chris Foss, un artista británico conocido por sus pinturas con aerógrafo en las portadas de las novelas de Isaac Asimov y sus dibujos en el revolucionario manual sexual The Joy of Sex. En la introducción de Jodorowsky a un libro posterior de pinturas de Foss, el director explica lo que esperaba del artista:
“Quería joyas, animales-máquina, mecanismos del alma … naves-útero, antecámaras para renacer en otras dimensiones … barcos impulsados por el semen de nuestras apasionadas eyaculaciones … ornitópteros colibríes que nos vuelan para sorber el antiguo néctar de las estrellas enanas dándonos el jugo de la eternidad … hot roads con orugas tan grandes que sus colas desaparecerían detrás del horizonte… máquinas más grandes que soles vagando enloquecidas y oxidadas, gimiendo como perros en busca de un amo … ruedas pensantes escondidas detrás de meteoritos, esperando, camufladas como rocas metálicas, que una gota de vida pase a través de esas franjas galácticas perdidas para saciar los tanques sedientos con secreciones psíquicas”. ¿Cómo podría resistirse Foss?
Salvador Dalí y Orson Welles
Ahora todo lo que Jodorowsky necesitaba eran actores. En el papel del mesiánico Paul Atreides, eligió a su propio hijo, Brontis, quien fue sometido a dos años de entrenamiento intensivo en artes marciales. Pero el director miró más lejos para el resto de su elenco, contratando figuras tan legendarias como Mick Jagger, David Carradine, Udo Kier y Orson Welles.
Welles accedió a participar en el proyecto después de que Jodorowsky le prometiera invitarlo a cenar en su restaurante favorito de París todas las noches durante el rodaje. Pero no era la estrella más grande o más exigente de la producción. Para interpretar al emperador de la galaxia, Jodorowsky se acercó nada menos que a Salvador Dalí.
Cuando se conocieron en el Hotel San Regis de Nueva York, Dalí le dijo a Jodorowsky que estaba interesado, pero que tenía algunas condiciones: el trono del emperador tenía que ser “un retrete hecho de dos delfines cruzados”; los propios amigos de Dalí deberían interpretar a los cortesanos. Además, no leería el guion de Jodorowsky: “mis ideas son mejores que las tuyas”, razonó Dalí. También soñaba con ser el actor mejor pagado de la historia de Hollywood, por lo que pidió un pago de 100.000 dólares por hora. Jodorowsky aceptó.
“NO QUERÍA QUE TOMARAN LSD, QUERÍA FABRICAR LOS EFECTOS DE LA DROGA. ESTA
Alejandro Jodorowsky
PELÍCULA IBA A CAMBIAR LA PERCEPCIÓN DEL PÚBLICO.”
Cómo Dune de Alejandro Jodorowsky reinventó el futuro
Por muy inteligente y prometedora que fuera, Dune se estaba volviendo cara. A finales de 1975, Jodorowsky y Seydoux viajaron a Los Ángeles para asegurarse los últimos 5 millones de dólares que necesitaban antes de que el proyecto pudiera entrar en producción. Llevaron consigo un libro de tapa dura especialmente impreso que contenía el guion escrito, los guiones gráficos de Giraud y los diseños de Giger, Foss y O’Bannon. Cada detalle estaba ahí. Sin embargo, nadie esperaba que el loco destructor de tabúes detrás de The Holy Mountain pudiera lograrlo. “Todo fue genial excepto el director”, recuerda Seydoux en el documental.
Esto puede parecer injusto, considerando la preparación metódica que había hecho Jodorowsky. Pero su negativa a acortar el tiempo de ejecución de la cinta podría haber sido un factor. Hollywood quería que Dune tuviera un tiempo de duración de dos horas. Jodorowsky pensó que 10 o 12 horas serían más apropiadas. Dadas las circunstancias, difícilmente se puede culpar a los ejecutivos del estudio que decidieron que si iban a financiar una ópera espacial con un planeta desértico y un joven héroe que desarrolla poderes psíquicos, entonces no sería Dune: iba a ser Star Wars.
Aún así, el trabajo de Jodorowsky no se desperdició. Él y Giraud reciclaron muchos de sus conceptos para una serie de novelas gráficas, The Incal, que comenzó a publicarse en 1980.
O’Bannon escribió el guion de Alien, y trajo de París a Giraud, Foss y Giger para trabajar en la producción de Ridley Scott. Mientras tanto, el guion ilustrado de Dune se difundió por Hollywood y se puede vislumbrar su influencia en Flash Gordon, Terminator, El Quinto Elemento, entre otros éxitos de la ciencia ficción. La locura visionaria de Jodorowsky tuvo un gran impacto con una película que no se hizo. Si hubiera seguido adelante, ¿quién sabe cuán sísmico podría haber sido?
Al hablar del nuevo intento de Villeneuve, tras el fracaso monumental de la versión de Lynch, el cineasta chileno argumenta: “Ojalá su Dune sea un gran éxito, porque Villeneuve es un buen director, de quien ya me han dicho muchas cosas buenas. Sin hacerme ilusiones sobre la naturaleza de su adaptación. El tráiler está muy bien hecho. Vemos que es cine industrial, que hay mucho dinero. Pero si cuesta mucho, debe responder en proporción. Y este es el problema: no hay sorpresas”.
“La forma es idéntica a lo que se hace en todas partes, la iluminación, la actuación, todo es predecible. El cine industrial es incompatible con el cine de autor. Para el primero, el dinero viene antes que el trabajo. Para el segundo, es al revés. Y esto, sea cual sea la calidad de un director, ya sea mi amigo Nicolas Winding Refn o Denis Villeneuve. El cine industrial promueve el entretenimiento, es un espectáculo que no pretende cambiar a la humanidad ni a la sociedad.“