En Strange Darling (2023), la violencia de género, el erotismo y el deseo se entrecruzan en un escenario de brutalidad estilizada. La película de J.T. Mollner juega con los tropos del thriller para inscribir a The Lady de Willa Fitzgerald en una línea cinematográfica en la que figuras femeninas complejas comienzan a desplazar los roles arquetípicos de víctima y victimario, transformándose en protagonistas que no solo sobreviven a la masacre, sino que la producen con sexy psicopatía.
Strange Darling se presenta como una persecución, donde el asesino sigue a la heroína con la intensidad de una cacería implacable. Pero Mollner no tarda en desdibujar las líneas entre acosada y acosador. The Lady, la mujer en fuga, no necesita ser salvada. Ella es la que transforma el espacio, el relato, y la violencia que se despliega en la pantalla.
El feminismo y la violencia como emancipación en el cine
Si en el cine las mujeres orbitan la violencia desde la subordinación o pasividad, muchas películas también han construido un panteón singular de mujeres que matan: desde la metódica Monica Ranieri en El Pájaro de las Plumas de Cristal a la gélida Catherine Tramell de Bajos Instintos, pasando por la vengativa Ms. 45 de Abel Ferrara y la inocencia aparente de Asami Yamazaki en Audition, cada una representa una forma distinta de subvertir el mandato de la docilidad femenina. Ellas matan con un estilo que es, también, una firma personal. El cine ha entendido que la mujer asesina no lo hace desde el arrebato testosterónico, sino desde una elaboración casi artesanal del crimen.
En Strange Darling, esta tradición continúa con un thriller fragmentado que navega entre el homenaje y la deconstrucción de los arquetipos homicidas. ¿Por qué resulta más perturbador -y secretamente más seductor- el asesinato cuando lo ejecuta una mujer? Estas figuras femeninas representan la última frontera de la transgresión: no solo matan, sino que al hacerlo ponen en escena todas las ansiedades masculinas y sus presupuestos sobre lo que una mujer debería ser.
Las asesinas seriales del cine son, en última instancia, un espejo oscuro de nuestras propias contradicciones sobre el poder femenino. Son la materialización de un miedo atávico: que aquella da la vida decida también administrar la muerte.
La asesina serial y su construcción en el cine
Pocas figuras desestabilizan con tanta eficacia los estereotipos de género como la asesina serial. La presencia de estas figuras femeninas, desde el cine clásico hasta el contemporáneo, despliega una serie de tensiones y contradicciones que penetran el imaginario colectivo. En cada una de ellas, surge una capacidad para reconfigurar lo doméstico y lo íntimo en el territorio de la ambigüedad moral.
El género ha evolucionado desde las femmes fatales del noir hasta las vengadoras contemporáneas. Si en el cine negro las mujeres podían ser autoras intelectuales de un crimen específico, todavía necesitaban seducir a un hombre desesperado para llevarlo a cabo. Hasta los años 70’s, las mujeres eran asesinas indirectas o involuntarias. Su violencia suele operar en espacios íntimos —el hogar, la relación romántica, la maternidad—, y está cargada de un simbolismo que alude a la traición o el deseo oculto.
El Pájaro de las Plumas de Cristal de Dario Argento
Con El Pájaro de las Plumas de Cristal (1970), Dario Argento definió el giallo italiano con una película barroca, casi onírica, en la que juega con la idea, para el varón, de imposibilidad de una asesina serial mujer. Sam (Tony Musante), el testigo del primer homicidio, recuerda la escena del hecho, pero sabe que quedan detalles guardados en su inconsciente: esos detalles que revelan que la mujer a la que intentó ayudar no era la víctima, sino la homicida.
Bajos Instintos de Paul Verhoeven
Con Bajos Instintos, el cine mainstream descubrió que no hay nada más perturbador que una mujer que devuelve la mirada. Catherine Tramell (Sharon Stone) no es solo una asesina en serie: es una escritora que controla la narrativa de los homicidios. Su famoso cruce de piernas durante un interrogatorio es menos acto de provocación sexual que intelectual: una demostración de control sobre la economía de las miradas, en la que cada respuesta es un desafío a la autoridad masculina. Los detectives creen estar investigándola, pero es ella quien los está estudiando para su próxima jugada.
Catherine transgrede la sexualidad femenina: no es una “mujer fatal”, sino una especie de reflejo de la manipulación llevada a su punto más extremo: la muerte como el último orgasmo de la seducción. La actividad lésbica de la película también supone un superávit de calor sexual, un feminidad desbordada y una manifestación del miedo del hombre a ser prescindible.
Bajos Instintos marcó un punto de inflexión en la representación del poder femenino en el cine mainstream. No es tanto una película sobre una asesina serial como sobre una mujer que entiende que el verdadero poder está el control de la narrativa. Su verdadero tema no es el crimen sino la autoría, no es el sexo sino el poder, no es el instinto sino el control.
Audition de Takashi Miike
Siete años después, Takashi Miike radicaliza esta inversión de la mirada en Audition (1999). Si Tramell juega con las convenciones del noir americano, Asami Yamazaki (Eihi Shiina) destruye las expectativas del melodrama romántico japonés. Durante la primera mitad de la película, Asami se presenta como el ideal de la sumisión femenina asiática: dulce, tímida, obediente. La cámara la observa desde la perspectiva de Aoyama, el viudo que la “audicionó” junto a otras jóvenes para el papel de esposa.
Cuando finalmente Asami revela su verdadera naturaleza, la película muta en algo más perturbador: una venganza contra toda una tradición de objetificación femenina. Asami tortura a Aoyama como si quisiera penetrar no solo su carne sino toda una historia de dominación masculina.
Monster de Patty Jenkins
Monster (2003) opera en un registro completamente diferente. Patty Jenkins despoja a la asesina serial de todo glamour, de toda erotización. Aileen Wuornos es una mujer atrapada en un ciclo interminable de violencia y marginalidad. La asesina, aquí, es también la víctima; sus crímenes son, de alguna forma, la internalización del contexto brutal que la rodea. Charlize Theron encarna un personaje cuyo poder homicida nace de la desesperación, y la película se aleja de las convenciones visuales del cine de asesinas para ofrecer una mirada cruda y compasiva de la psicosis. La cámara no busca ni seducir ni perturbar: busca entender.
Las tres películas forman un catálogo involuntario de la genealogía de la violencia femenina en el cine de fin de siglo. Tramell mata con premeditación literaria, Asami con precisión ritual, Wuornos con la desesperación de quien ya no tiene nada que perder y The Lady con un goce perverso. Cada una representa un aspecto diferente de cómo el cine procesa la ansiedad social ante la mujer que se niega a ser víctima y decide victimizar.
Cada una refleja y refracta la mirada masculina. Bajos Instintos la seduce y la manipula, Audition la engaña y la castiga, Monster la obliga a confrontar su complicidad, Strange Darling la deconstruye. Formas diferentes de devolver esa mirada: como juego erótico, como venganza sangrienta, como acusación social o como fantasía sexual.
El sexo y la muerte, esos dos grandes temas del cine, se entrelazan de manera diferente en cada película. Tramell hace del acto sexual una extensión de su poder, Asami convierte la promesa del romance en una pesadilla de mutilación, Wuornos mata para escapar de la explotación sexual y The Lady utiliza su goce masoquista como prólogo homicida. Son variaciones sobre el mismo tema: el cuerpo femenino como campo de batalla.
Strange Darling: el cuerpo femenino como campo de batalla
Strange Darling se inscribe en esta tradición, pero con un giro posmoderno que oscila entre el homenaje y el pastiche. Desde el principio, la película se presenta fragmentada, con capítulos no lineales. El personaje de Willa Fitzgerald, The Lady, alterna entre la víctima y la perpetradora. El tratamiento de la relación entre el hombre (Kyle Gallner) y la mujer sigue patrones establecidos: la caza, la persecución y el giro donde las dinámicas de poder se invierten. La protagonista no es una figura lineal que busca liberación o redención, sino una jugadora que pierde en el juego que propone.
La película funciona como una inversión deliberada de las dinámicas de poder tradicionales. El personaje de Fitzgerald redefine el rol femenino dentro del thriller de asesinos seriales. Donde otras películas habrían mantenido la distancia emocional entre la protagonista y su verdugo, Strange Darling obliga a ambos a participar en una coreografía que es tan peligrosa como seductora. La mujer es la que impone las condiciones de la violencia, primero sexual y luego literal. En este sentido, la película es una reflexión sobre la agencia femenina en un género que tradicionalmente la ha negado.
Antes de ingresar al Blue Angel Motel, cuando The Lady le propone al hombre un juego masoquista, deja en claro que “la cuestión real es la seguridad”, ya que “la violencia no es una broma. Es vida o muerte”. En la siguiente imagen está atada a una cama, siendo estrangulada para su placer. El consentimiento es simplemente uno de los muchos elementos que se pueden deformar y manipular para beneficio propio en esta danza erotizada, allí donde el orgasmo se confunde con la muerte.
En Strange Darling el cuerpo es un lugar de conflicto, deseo y poder, donde la fisicalidad se convierte una especie de lenguaje paralelo: las heridas, la sangre, las miradas, todo forma parte de un mismo entramado donde la piel es tanto objeto de deseo como productor de violencia. Aquí es la mujer quien objetifica, quien persigue, quien no acepta un “no” como respuesta.
Strange Darling y la evolución de la violencia femenina en el cine
Lo que todas estas películas marcan puntos en la evolución de cómo el cine representa la violencia femenina. Proponen, en última instancia, es una reconsideración radical del cine de género. No se trata simplemente de invertir los roles de género tradicionales, sino de exponer cómo estos roles han sido construidos y mantenidos por el mismo cine mismo.
La sofisticación noir de Bajos Instintos, la crudeza documental de Monster, el horror psicológico de Audition y la perversión de Strange Darling, trazan una línea que va de la fantasía a la realidad, del espectáculo a la crítica social. Lo que estas películas comparten, a pesar de sus estilos diferentes, es la comprensión de que estas historias son fundamentalmente sobre poder. Sus protagonistas no son simples “mujeres fatales” o “monstruos femeninos”: son sujetos que han decidido tomar el control de la narrativa, sea literaria, romántica, social o psicológica. Sus actos de violencia son, también, una forma de emancipación.