Elvis hizo de la música algo hormonal, le puso cuerpo a la voz, ritmo al hedonismo del blues y a la resignación del country; Dylan le agregó inteligencia y poesía; Brian Wilson -y The Beatles– transformaron el rock en arte; Ian Curtis cambió angustia existencial por vanguardia; The Factory Records hizo de Manchester el mejor centro cultural de la historia; Elton John se vistió de lentejuelas y se puso plataformas para hacer levitar al rock.
Las biopics de rock parten de un dilema estructural: conseguir los derechos de las canciones y hacer un retrato pseudo oficial, higiénico, que conforme a los herederos y contenga las dosis indispensables de sordidez, superación personal, melodrama y épica final, o hacer una película que vaya más allá de los protagonistas y trabaje sus propias limitaciones desde el fanatismo y la comprensión histórica de una determinada figura o movimiento, que salga del cliché sexo-drogas-rock n’ roll y reflejen la manera en que ciertas personas modificaron la configuración del mundo para siempre.
¿Cómo hacer un retrato verídico de la vida y de la innovación artística de los músicos que siguen importando hoy? El cine toma dos caminos: desde la previsibilidad de un esquema probado en el que el ascenso a la fama es seguido por una crisis personal y profesional, para terminar con un tercer acto redentor. O desde la asimilación de la obra de su personaje, que se traduce en formas cinematográficas arriesgadas y vívidas, que parten menos desde la biografía que de la celebración de lo que siempre debe ser el foco: la música.
Las mejores biopics de rock del cine
1. I’m Not There (2007)
Bob Dylan siempre se negó a ser lo que el público y los críticos decían que era: la voz de su generación, el traidor que se vendió al pop, la consciencia de Estados Unidos, el revolucionario, el genio acabado que dejó la inspiración en el altar de un Dios que no era el suyo. Hizo canciones inmortales que no tienen un sentido único, sino que hacen del mundo un laberinto y nos obliga a encontrar nuestro propio camino.
Todd Haynes (Velvet Goldmine, Carol, The Velvet Underground, May December) acepta la naturaleza esquiva del compositor y entiende que la única manera de retratar a Dylan es dentro de los códigos que él inventó para sí mismo.
“Inspirada en la música y en las muchas vidas de Bob Dylan”, I’m Not There (Mi Historia Sin Mí) de 2007 no es una crónica convencional, sino que pone en escena la esencia poética de Dylan y su capacidad de reinventarse. Es mucho más que una biopic: es la autopsia de un fantasma.
Dylan es un músico que tuvo que expandir los límites de la canción popular para no quedar encasillado y disolvió a la persona en el proceso. La película no busca revelar ningún secreto, sino que busca a través de impresiones visuales ser coherente con el ethos de Dylan. “Hasta el fantasma era más que una persona. Pero una canción es algo con vida propia”. Haynes elige distintos momentos de su vida y seis actores para encontrar su carácter polimorfo: Poeta, Profeta, Fugitivo, Farsante, Estrella de la Electricidad. Son sólo algunas de las máscaras que usó Dylan a lo largo de su vida, máscaras que muchos llegaron a confundir con su propia piel.
Cate Blanchett es la fuerza anfetamínica y nerviosa del Dylan insomne de mediados de los 60’s; Heath Ledger es la conflictuada estrella de cine en un matrimonio roto; Christian Bale es el trovador folk del Greenwich Village y el iluminado pastor de fines de los 70’s; Richard Gere es el exiliado de un mundo que ya no le pertenece; Marcus Franklin es el púber afroamericano vagabundo que dice ser Woody Guthrie; Ben Wishaw es el poeta que da las claves del proceso creativo: “Nunca crees nada: será malinterpretado. Nunca hagas nada que la otra persona no podrá entender”.
Haynes sabe lo inútil de buscar a Dylan -el hombre que no está allí donde debería estar-. Por eso hace un relato cubista, que se mueve entre lo abstracto y lo concreto, sin ningún mapa explicativo. Un collage audiovisual en el que todas las superficies tienen la misma importancia y en el que se vislumbra la figura del cantante sin que quede atrapada nunca por los contornos de la narración. Un vocabulario de ideas, imágenes y ritmos visuales a la medida de su personaje: “No pienso en mí mismo como Bob Dylan. Como dijo Rimbaud: Yo es otro”.
2. Elvis (2022)
Baz Luhrmann pone en escena una revolución pop a través de una figura que con un solo movimiento prendió fuego la cultura, generó un nuevo estado de ánimo, activó la mecánica del goce. La biopic Elvis de 2022 es una película caliente, excitante, hecha de imágenes que recorren las zonas erógenas de una juventud que parecía estar divirtiéndose por primera vez. La película no intenta ser una cronología precisa de la vida de Elvis, sino que busca su espíritu transgresor en un viaje anfetamínico donde la leyenda se mezcla con lo real y es todo tan alucinógeno y vivo que encuentra la esencia de su música y de su personalidad.
La primera parte de esta biopic es una experiencia cinética vertiginosa, una estética del exceso marca Luhrmann, que en una escena -y muchos planos- puede hace convivir distintos tiempos y espacios que definen al personaje y su contexto. El director australiano esquiva las densas construcciones dramáticas, no le interesa profundizar en el manoseado tema de la pobreza, de la muerte del hermano gemelo, de la relación enferma con la madre, sino en el por qué Elvis fue Elvis y cómo cambió el mundo. A little less conversation, a little more action, please.
Elvis está narrada desde el punto de vista alucinado del mánager, mientras un gotero de morfina anestesia su vejez y lo lleva del hospital donde se encuentra a las salas de un casino de Las Vegas para contar la historia de Elvis Presley (Austin Butler), su mejor apuesta, el que le hizo ganar los millones que perdía en las ruletas.
Luhrmann entiende el cine a través de la música: busca el ritmo emocional de la narración a través de planos cortos, enérgicos y nerviosos. Barroca, desacomplejada, efervescente, su película captura la electricidad de su personaje y del rock n´roll, el principio de placer que circulaba por la zona roja del deseo de una juventud que dejaba de sentirse embalsamada.
Elvis es una fuerza centrífuga que transmite la capacidad infecciosa de la música mientras recorre una vida que se abrió camino en un mundo hostil mientras inventaba uno nuevo a su medida. Y si parece obvio es únicamente porque hemos heredado el mundo de Elvis. Y vivimos en él.
3. 24 Hour Party People (2002)
24 Hour Party People de 2002 es una biopic noctámbula, eufórica, un viaje a una ciudad transformada en un afterhour permanente. A 20 años de su estreno, sigue siendo la película de rock definitiva, la que mejor capta la capacidad infecciosa de la música y su multiplicación por las zonas erógenas de la sociedad. Es la historia de Manchester en los momentos en que se transformó en la capital del mundo, en el centro de gravedad de una cultura en estado de combustión, el paraíso artificial de una generación que se estaba dedicando a inventar el futuro.
Michael Winterbottom hace un film es tan falso como cualquier biopic, pero asume sus intenciones de mitología desbordada desde una perspectiva llena de ironía postmoderna. Su genialidad está en sus excesos. Porque al director -junto al guionista Frank Cottrell Boyce– le importa menos la fidelidad de los hechos que traducir la energía creadora de la época en estados de ánimo cinematográficos, haciendo explícita su postura a través del narrador, el fundador de Factory Records Tony Wilson (Steve Coogan): “Estoy de acuerdo de John Ford: cuando tienes que elegir entre la verdad y la leyenda, publica siempre la leyenda”.
Winterbottom utiliza el formato documental con imágenes de archivo menos como un recurso de veracidad que para transmitir la inmediatez física del evento, menos como una clase de historia alternativa que para subrayar la ironía de la película. Coogan rompe la cuarta pared, le habla directamente a la cámara, sabe todos los matices de la historia que acaba de comenzar.
Manchester fue la primera ciudad industrializada del mundo. Del vacío devastador del neoliberalismo nacieron escenas alternativas como la Factory, The Hacienda, el punk. De la época new wave de Joy Division a la evasión psicodélica de los Happy Mondays, 24 Hour Party People es el lente a través del cual se refracta y distorsiona la historia. Es la sinfonía de una ciudad que vibra multiplicando las superficies de placer de la conspiración cultural.
Lúdica, hiperbólica, delirante, no deja de ser la película más honesta sobre la épica de la música y cómo cambia las micropolíticas del yo en favor de las estructuras pulsionales de la colectividad. Winterbottom hizo MDMA a 24 fotogramas por segundo, demostrando que el rock, antes que un estilo, es el marco de una experiencia en el que proyectamos nuestro ser.
4. Love & Mercy (2014)
“A veces me asusta pensar de dónde viene la música. Como si hubiera alguien más dentro de mi cabeza. Y no soy yo”. Es la primera escena de Love & Mercy (Amor y Piedad): Brian Wilson está sentado al piano en un estudio de grabación; parece que habla con alguien, pero el plano deja fuera de campo a su interlocutor… si es que lo hay. La película es un viaje a lo profundo de la noche de la mente perturbada del líder de los Beach Boys, y explora la relación entre genialidad y locura a través de la única persona que pudo disputarle a los Beatles el título de la vanguardia pop a mediados de los 60’s.
La biopic de 2014 va y viene por dos momentos clave de la vida de Wilson. Un Paul Dano enorme combina inteligencia emocional e inestabilidad psíquica para interpretar al músico en su cumbre de creatividad a mediados de los 60’s, mientras lucha por grabar los sonidos y melodías que escucha en su cabeza y trata de mantener la cordura ante la presión de seguir en la línea surfer con la que se identificaba la banda. John Cusack encarna al Wilson de los 80´s, después de una larga depresión esquizoide, que vive en la pasividad flotante de los sueños farmacológicos mientras es manipulado por su terapeuta Eugene Landy (un aterrador Paul Giamatti).
Con una puesta en escena precisa y de detalle documentalista, Bill Pohlad hace del estudio donde se grabó Pet Sounds y Good Vibrations una celebración de la tecnología analógica, con un Wilson tranquilo, confiado y alegre, explicando exactamente lo que quería que hicieran los músicos sesionistas mientras la banda estaba de gira en Japón: “Sí. Hay dos bajos que tocan en claves diferentes. Pero en mi cabeza suena bien”. Una mezcla de genialidad y neurosis obsesiva que Dano transmite con una potencia contenida imborrable.
Love & Mercy de 2014 es honesta donde otras películas son sentimentales e incómodas. Es un tour de force hacia los abismos de una mente en estado de combustión permanente -el cine solo había hecho de la locura una experiencia tan palpable en la extraordinaria Das weisse Rauschen (Ruido Blanco, Hans Weingartner, Tobias Amann, 2001) y en The Lighthouse (El Faro, Robert Eggers, 2019). Un retrato lleno de empatía y admiración por un Wilson que tuvo que pagar muy caro su talento.
5. Gainsbourg: Vie Héroïque (2010)
Lucien Gainsbourg fuma un cigarrillo, sale con su modelo viva -“no es conveniente que te vistas… verás… es que no sé pintar corpiños”- canta en un bar dame un poco de cocó para nublar mi mente. Tiene 12 años. Es un niño judío inteligente, mentiroso y manipulador en la Francia ocupada por los nazis. Todavía nadie lo conoce como Serge, pero ya lo es. Luego se convertirá en uno de los compositores, pianistas y cantantes más geniales de la chanson française, en un seductor improbable, en el que hizo de La Marsellesa un reggae que sonaba como el himno de los Frentes anticolonialistas.
Desde los créditos iniciales, la biopic Gainsbourg: Vie Héroïque (Gainsbourg: La Vida Heroica) de 2010 nos advierte que no es una película: es un cuento de Joann Sfar.
Una fantasía en la que un gato negro de ojos verdes es el mayordomo de Juliette Greco y se puede esperar un taxi tirado en la calle con Boris Vian; en la que se canta a dúo con Brigitte Bardot y se olvida de ella con Jane Birkin -con la que grabó Je t’aime… moi non plus (Te amo… yo tampoco)-. Y en la que un doppelgänger dandy y exquisito -“diablo significa doble”- acompaña a Gainsbourg como la personificación de la mala conciencia, un superyó maldito que lo invita a ser lo que muchos quieren ser pero pocos se animan.
Éric Elmosnino, más allá del inquietante parecido físico, da vida al extraño carisma de Gainsbourg con una precisión temible. Un personaje fascinante y decadente, decidido a probar su dominio sobre los demás, antes de que todo tipo de sustancias lo domine. Vie Héroïque es una epopeya heroica hecha de diálogos sublimes, cómics, invención y realidad, en el que no hay un momento que no esté completamente centrada en esta extraña y absorbente relación entre el artista y su imaginación.
6. Rocketman (2017)
Un demonio con alas de plumas, cuernos de lentejuelas, traje elastizado, plataformas y anteojos de Lolita: con ustedes, sir Elton John. Rocketman de 2019 pone en escena todo el imaginario pop y glitter de los 70’s para reproducir la fantasía rock que vivió el cantante durante esa década. Dexter Fletcher hizo una película libre y delirante, pero que capta la emoción del ascenso a la fama de un chico que sólo quería que lo quieran. Una mirada humanista, melancólica y abiertamente onírica, que escapa de los clichés de la biopic tradicional para hacer el retrato kitsch y salvaje de un músico siempre al borde de un ataque de nervios.
Fletcher traza la vida de Elton John, de un pianista prodigio poco querido por su familia a estrella del pop mundial, mientras descubre en el camino su homosexualidad y su cerebro se convierte en una refinería química de sustancias prohibidas. Rocketman es esencialmente un musical de Broadway, un caleidoscopio de suntuosas coreografías, que viaja con plataformas rodantes aéreas y cámaras fluidas para luego permitirse virtuosas adaptaciones de edición del que emergen episodios que oscilan entre el humor negro y el drama intimista.
El centro de gravedad de la película es Taron Egerton, que se revela como un intérprete de vodevil capaz de alternar drama y comedia, danza y canto en una actuación antológica. Estrenada meses después que Bohemian Rapsody (Bryan Singer, 2018), Fletcher hace una propuesta mucho más arriesgada, divertida y que captura mejor la esencia de su personaje. Allí donde Singer copia, Rocketman recrea. Antes de deprimirse como su desafortunado colega de Queen, este Elton John la pasa bien siendo una neurótica y vulnerable máquina de entretenimiento.
7. Control (2007)
Control es una antibiopic, un homenaje sincero que no se inspira en el mito sino en su significado: no celebra el ascenso a la fama ni la autodestrucción romántica, sino que las muestra como una banalidad intrascendente para Ian Curtis, líder de Joy Division, un joven sensible y perdido que no se hunde el sexo y las drogas sino en un dilema existencial sin salida. Para el holandés Anton Corbijn, célebre fotógrafo del rock, se trata de buscar comprender en lugar de hacer de la nostalgia el hábitat natural para contar una vida que se apagó demasiado pronto.
En un hermoso y contrastado blanco y negro -que evocan tanto la época gris de la era Thatcher como el alma atormentada de Curtis- asoma la verdad del cantante, suicidado a los 23 años. Se siente la vulnerabilidad llevada a nivel sanguíneo en la actuación memorable de Sam Riley. El guion hace evolucionar a Curtis lejos de todo glamour: un joven extraño e introvertido, fanático del glam y de David Bowie, empleado municipal de día y músico de noche, luego padre abrumado que comienza a encontrar fama por sus canciones desesperadas, para terminar hundido en sentimientos de confusión.
Control tiene los hitos de una de la bandas de culto más importantes de Inglaterra y sus mejores canciones –She’s Lost Control, Love Will Tear Us Apart -, pero no se deja llevar por las supuestas expectativas del público. Con un realismo poético casi documental encuentra el alma sangrante de la música de Joy Division, la esencia de una mente atrapada por sus propios demonios.