La maternidad es un laberinto de dudas, dicen. Pero ninguna madre tuvo que preguntarse si su hijo es la reencarnación de un demonio con el que se acostó hace dos semanas. Rowan Mayfair sí. Hay series que nos confrontan con preguntas inquietantes, y luego está Las Brujas de Mayfair. Esta creación desquiciada, ambientada en un universo donde la magia es una excusa para explorar el caos moral, regresa con un episodio estreno donde la maternidad, el poder y la identidad chocan con una intensidad fascinante.
Lasher: la maternidad como condena y destino
En el episodio 1 de la temporada 2 de Las Brujas de Mayfair volvemos a Nueva Orleans, a esa mansión que respira secretos. Rowan (Alexandra Daddario) encarna el arquetipo de la madre moderna en versión gótica: medio Reba McEntire, medio Medea. Tras los eventos que cerraron la primera temporada, donde dio a luz a una versión reencarnada de Lasher —su amante, mentor y, tal vez, destructor—, está intentando criar a un niño que no es un niño. Lo sabemos todos, menos ella.
El pequeño Lasher crece como si el tiempo fuera un concepto opcional: de bebé a adolescente en el espacio de un suspiro. Rowan, médica pediatra que debería saber que los bebés humanos no nacen pronunciando nombres con sonrisas maliciosas, se empeña en aplicar técnicas de crianza new age a un ser que arranca sus dientes de leche con una mezcla de entusiasmo y sadismo. El niño es una obra maestra del terror cotidiano, con el que la serie encuentra un nuevo nivel de incomodidad. Rowan, incapaz de aceptar lo obvio, continúa con su ceguera maternal: anota en su diario observaciones como “¿Es humano?” mientras el pequeño Lasher le sonríe con una mueca de inteligencia antinatural.
Este desconcierto se convierte en el corazón del episodio 1 de la temporada 2 de Las Brujas de Mayfair: ¿qué significa ser madre cuando el hijo desafía todas las reglas del vínculo humano? Las contradicciones de Rowan nos hace mover entre el rechazo y la compasión.
Moira Mayfair en el episodio 1 de la temporada 2 de Las Brujas de Mayfair
La casa Mayfair es ahora un campo de batalla donde se libra una guerra de consejos no solicitados. Por un lado, el fantasma de la tía católica que insiste en que matar al diablo no es pecado —toda una experta en teología práctica—. Por el otro, Dolly Jean (Charlayne Woodard), la matriarca que protege al niño mientras lo ayuda a socavar la autoridad de su propia madre. Entre ambas, Rowan navega la maternidad como quien cruza un campo minado con los ojos vendados.
A la vez, personajes secundarios como Moira (Alyssa Jirrels), la prima incómoda con poderes de telepatía, reintroducen un necesario sentido de justicia. Su rabia ante la hipocresía de la familia y su deseo de respuestas tras la muerte de su hermana Tessa la convierten en una figura inesperadamente magnética, aunque, en un universo como este, su destino parece sellado desde el momento en que despierta simpatía.
Ciprien y la conspiración del Talamasca
En el estreno de la temporada 2 de Las Brujas de Mayfair, lejos del drama doméstico, Ciprien (Tongayi Chirisa), –ex amante de Rowan, stalker profesional con causa noble-, continúa su cruzada personal contra el Talamasca, la organización secreta que parece menos un bastión de la magia y más una versión burocrática del mal.
Anticipando que su memoria será borrada, Ciprien graba sus observaciones en una Biblia como si fuera un mensaje de Whatsapp, un acto que refuerza la desconexión entre los personajes y las estructuras que los manipulan. La ironía es deliciosa: el hombre que desconfía de una organización mágica termina confiando en ella nuevamente, como si la ingenuidad fuera una enfermedad contagiosa en este universo.
Y ahí está Cortland (Harry Hamlin), convertido en estatua en el sótano, viviendo su propio infierno personal en un pasillo de hotel infinito donde las mujeres que dañó vuelven para cobrar venganza. Hay cierta justicia poética en que un hombre que construyó su vida sobre el poder sobre otros ahora no pueda ni siquiera abrir una puerta.
Quién es Lucy Mayfair
Rowan parece finalmente perder la fe en sus propias habilidades como madre cuando teen Lasher intenta besarla (el medidor de incesto con Las Brujas de Mayfair está por todos lados). El rechazo de Rowan no impide que Lasher descargue sus hormonas pubescentes recién adquiridas con una chica que encuentra en una fiesta de Halloween: Lucy Mayfair (que en las novelas Las Brujas de Mayfair de Anne Rice es una antepasada directa de Rowan que vivió entre los siglos XVIII y XIX, una descendiente de Suzanne Mayfair, la bruja escocesa que invocó por primera vez a Lasher). Los detalles no están claros, pero Lucy termina muerta y en casa de Rowan.
El episodio 1 de la temporada 2 de Las Brujas de Mayfair cierra con Rowan hundiendo el cadáver de Lucy en aguas turbias mientras la niebla oculta sus pecados. Su hijo-demonio-amante ya es un hombre de treinta y cinco años (en la forma de Jack Huston) que escapa por la ventana del sótano. La pregunta ya no es si es humano –claramente no lo es–, sino cuánto tiempo más podrá Rowan fingir que lo es.
En Nueva Orleans, donde el tiempo es líquido y la moral es negociable, ser madre de un demonio es solo otra forma de pertenecer a la familia Mayfair. Y mientras la ciudad duerme, sus brujas siguen tejiendo una historia donde el incesto, la magia y la maternidad se mezclan como ingredientes en un gumbo demasiado picante para el paladar común.
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