The Menu (2022): radiografía de un negocio
Cuentan que al atardecer, el chef Michel Bras llevaba a los integrantes de su equipo de trabajo a la terraza de su restaurante en la campiña, y los obligaba a permanecer allí hasta que el sol se ocultaba en el horizonte. Luego, señalando el cielo, les decía: «Ahora vuelvan a la cocina y pongan eso en los platos.» El chef de The Menu se guía por un principio similar pero más ambicioso para esta noche: no sólo que sus platos condensen la belleza en partículas de sabor perfectas, sino que todo el menú sea una especie de ópera culinaria que revele las zonas oscuras de la vida de sus invitados.
Slowik (Ralph Fiennes) es un chef celebrity a cargo del Hawthorne, un restaurante exclusivo ubicado en una pequeña isla en algún lugar del Pacífico, un ecosistema cerrado que se abastece a sí mismo y que provee los ingredientes necesarios para elaborar las obras de este vanguardista gastronómico. El cubierto sale 1250 dólares y hay 12 comensales por jornada. La Última Cena, pero menos lumpen.
De hecho, Slowick se cree el Da Vinci de lo que considera un arte superior: la cocina gourmet. Pero donde el italiano buscaba en sus imágenes una sombra de eternidad, Slowik es consciente de que el suyo es una experiencia de lo efímero, el goce pasajero pero sublime de un plato que traduce la Naturaleza al lenguaje del paladar. “¡No coman! Degusten, saboreen, caten. Pero no….coman”.
El menú de este día está pensado especialmente para la ocasión. No hay clientes, solo gente elegida por él: Lillian Bloom (Janet McTeer), la crítica que lo puso en el mapa de la cocina gourmet y su editor Ted (Paul Adelstein); un estrella de Hollywood en decadencia (John Legizamo) y su infeliz asistente Felicity (Aime Carrero); tres jóvenes corporativos (Rob Yang, Arturo Castro y Mark St. Cyr) que trabajan para el dueño del Hawthorne; una pareja de millonarios, habituales del lugar; la madre de Slowik; y Tyler (Nicholas Hoult), un fan del chef que está acompañado por Margot (Anya Taylor-Joy).
Pero lo que comienza siendo una agradable velada se va transformando en un teatro de la crueldad lisérgico en el que Slowik oficia de maestro de ceremonias y ángel exterminador en su cruzada contra los que atentan contra su arte. Porque sus invitados están ahí por una razón: son un plantel de snobs menos interesados en la experiencia culinaria que en poder comprar esa experiencia y hablar sobre ella.
The Menu es una película sobre el arte transformado en un negocio y sobre los discursos que se forman alrededor de un oficio, que tienen menos que ver con la comida que con el dinero y las apariencias de una clase social que produce un saber pretencioso y afectado y en el que la ostentación deserotiza la experiencia para transformarla en una práctica vacía y sin misterio.
El fundamentalismo culinario de The Menu
La dirección de Mark Mylod y el rigor del guion de Seth Reiss y Will Tracy hacen que The Menu trascienda las convenciones de la comedia negra para construir con ese material una ficción psicodélica tallada en el esnobismo más absoluto. Su trabajo anterior en Succession es evidente, cargando la atmósfera de toxicidad, histeria y autoritarismo. No parece posible mantenerse a una distancia prudencial de la barbarie.
Slowik es una especie de John Doe (el personaje de Kevin Spacey en Se7en de David Fincher) filtrado a través del prisma de la gastronomía. Fiennes acentúa el carácter resentido de su personaje, que se mueve entre el romántico sensible y el fascista que dirige su restaurante como si fuera un cuartel, que presenta cada plato con una performance conceptual que va revelando de a poco sus intenciones y genera una angustia contenida en sus invitados, condenados según un caprichoso y perfecto ritual de expiación, que resulta alterado por un cambio de último momento y que no estaba en los planes: Margot, una chica que no estaba en la lista y que no debería estar ahí.
The Menu es una película de combustión lenta, llena de ingenio y morbo y con un insinuado comentario social. Se puede rastrear un antecedente en la genial La Grande Bouffe (Marco Ferreri, 1973), un filme desmesurado y de hastío vomitivo que representaba la relación del amo con la comida y que condenaba a morir a la burguesía víctima de sus propios excesos. Pero mientras Ferreri habla de la insaciabilidad del consumo, El Menú habla sobre otra muerte: la de la sofisticación de la naturaleza trabajada con precisión e impecablemente presentada para el goce frígido de las clases altas.