The Jester, la fantasía homicida de un ilusionista
El silencio hace que el homicida slasher funcione como una forma pura de la maldad. Es la nada de la razón, un significante vacío donde poder colocar nuestros miedos más profundos. Esa economía de la voz reduce el acto comunicativo a su performance: el gesto compulsivo e hiperbólico del asesinato. Por eso los íconos del género –Michael Myers, Jason, Alien, el primer Freddy Krueger, Predator– no son sádicos: los personajes de Sade hacen de la aniquilación del objeto-víctima una teoría, son racionalistas del goce perverso. En el homicida slasher no hay placer, no hay deseo: lo que queda es una pulsión de muerte sin otra lógica que su propia reproducción.
The Jester (El Bufón) hace del silencio una ética: el asesino titular es un personaje grotesco, llamativo, expresionista, que hace del asesinato un mudo acto de magia. Como Art the Clown, The Jester (Michael Sheffield) es un silencioso fetichista de la crueldad que en Halloween acecha a los hijos de un hombre que tiene algún tipo de conexión con él. Pero mientras que Terrifier es un delirante festival gore que transforma su incoherencia inherente en alegre sadismo, El Bufón recorre los tropos gastados del género, con un drama familiar en el centro y vagas conexiones con el trauma y la culpa.
En la introducción de la película, The Jester entra en escena como una especie de representación de los pensamientos suicidas de John (Matt Servitto), un padre abandónico que después de intentar una llamada desesperada para obtener el perdón de su hija, es ahorcado y arrojado de un puente por la fuerza sobrenatural de la criatura de traje naranja y sombrero de copa.
Todo se desarrolla como un violento truco de magia, que permite cierta ambigüedad: si John es un hombre definido por la culpa, que tiene alucinaciones con su hija y está en un abismo de desesperación, The Jester es su ángel de la muerte, la parte oscura de su mente que necesita colocar en Otro la decisión final del suicidio.
En el Bufón de Colin Krawchuk, la muerte es un acto de vodevil
En su primera película, el director Colin Krawchuk -que realizó varios cortometrajes, incluida una trilogía sobre The Jester- elige un camino menos directo a Freud, y hace del personaje una presencia terrenal que asesina al azar mientras acecha a la familia de John: Emma (Lelia Symington), que debe superar la culpa por negarse a hablar con él antes de su muerte y convivir con el hecho de tener una media hermana, Jocelyn (Delaney White), la hija que su padre tuvo después de abandonarla. The Jester comienza aterrorizar a las hermanas, a jugar con el resentimiento de Emma y con la sensación soledad, de haberse quedado sin familia que paraliza a Jocelyn.
Debajo de la superficie de El Bufón hay un intento de trama sobre la pérdida, el dolor y los errores del pasado, que domina gran parte de la película. Usar las vulnerabilidades, los temores y las agitaciones internas de los personajes en su contra es una fórmula clásica de horror. Pero al hacer de The Jester un serial killer en el mundo real, Krawchuk se aleja de cualquier analogía psicoanalítica sin dejar nada en su lugar y sin llevar la incoherencia del relato hacia el terreno privilegiado de los excesos.
El Bufón apuesta todo su potencial a cierta teatralidad en los asesinatos y a la naturaleza excéntrica de un monstruo con ínfulas de ilusionista. Pero el guion no asume su falta de sentido y la película se pierde en el desequilibrio entre el melodrama familiar y el horror perverso. Si en Terrifier 2, Damien Leone reescribió el gore desde su vértice más surrealista, El Bufón parece su versión esterilizada, que se conforma con ser otra intrascendente película de Halloween.