Crítica Samaritan con Sylvester Stallone
Samaritan tiene una estructura narrativa vintage, pero maquillada con elementos existencialistas modernos: es la misma historia de siempre con un héroe con crisis de personalidad. Pero si los personajes Samaritan / Némesis son seres acomplejados y con motivaciones cambiantes, el principal problema de la película es un villano que no tiene altura dramática: Cyrus es una figura sin relieve y con un discurso vacío, cuya maldad es tan exagerada que sirve como símbolo de la ideología conservadora del relato, que relaciona pobreza y delincuencia, una amenaza que hay que controlar.
“Hace 25 años, el superhéroe más grande del mundo desapareció”. En una vertiginosa estética cómic que sirve como introducción, Sam (Javon Walton) relata de historia de su ídolo: Samaritan y Némesis, su hermano gemelo, eran niños freaks que los habitantes del pueblo consideraban peligrosos por la extraña fuerza que tenían. Tomaron medidas higiénicas: prenderle fuego la casa donde vivían. Los padres terminaron calcinados, pero los niños estaban intactos. Samaritan decidió usar su fuerza para el bien; Némesis para vengarse de la humanidad por su inhumanidad. Después de un último enfrentamiento a muerte, nadie los volvió a ver.
Hay muchos que creen que Samaritan sigue vivo. Sam tiene 12 años y un deseo: encontrarlo, sacarlo de su letargo heroico y devolverle al mundo su dosis violenta de justicia. Varias veces creyó haberlo localizado, pero luego descubrió que el portero de su escuela no necesitó superpoderes para mover con facilidad un pesado escritorio. Cuando su vecino Joe Smith (Sylvester Stallone) lo rescata del ataque de una pandilla adolescente, Sam sospecha: nadie puede doblar el filo de una navaja con la mano sin lastimarse.
Stallone le inyecta a Joe un aire de marinero algo neurótico y cansado del mundo, la tranquilidad inestable de ermitaño que trabaja de basurero y vive en un complejo habitacional en un barrio lumpen desolador. Granite City es un lugar en el que hasta un niño bueno como Sam debe robar para que no lo desalojen por no pagar el alquiler. Una escenografía que explota la miseria con el subtexto policial que recorre toda la historia, amplificada por la aparición de un mesías que promete -como lo hacía Bane en Batman Rises (Christopher Nolan, 2012)- “devolverle al pueblo lo que le pertenece”.
Pero si Bane atacaba el símbolo del poder económico real, Samaritan atribuye la pobreza endémica a las “máquinas que sustituyeron el trabajo humano”. Cyrus (Pilou Asbæk) se presenta como un agente del caos devaluado, que tiene menos un discurso articulado que un eslogan vacío, que igualmente logra convencer a la masa de volver a un estado primitivo de saqueos y violencia de pobres contra pobres. Un guion que parece sacado directamente de la era Reagan o Trump: los comentarios antiestablishment están bien, pero cualquier acción directa de los marginales conduce a una pesadilla distópica.
Samaritan se vuelve repetitiva y cae en una espiral de previsibilidad, con la guerrilla de Cyrus -que adora a Némesis- haciendo terrorismo suburbano para destruir Granite City y Joe que se va transformando en una figura paterna para Sam, que trata de convencerlo de que deje de negarse a asumir su condición de héroe. Un película que atrasa el reloj del género, pero se revela consciente de sí misma cuando intenta tomarle el pulso a los superhéroes actuales. Lo hace de una manera tan cosmética que no alcanza para tapar la naftalina que circula por los agujeros del relato.
Dirección: Julius Avery Guion: Bragi F. Schut Fotografía: David Ungaro Música: Kevin Kiner, Jed Kurzel País: Estados Unidos Año: 2022 Duración: 102 min. Con Sylvester Stallone, Martin Starr, Pilou Asbæk, Moises Arias, Dascha Polanco, Javon Walton, Michael Aaron Milligan, Joe Knezevich, Olaolu Winfunke.
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