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Crítica La Ballena (The Whale): La Lección de Anatomía

The Whale

Crítica La Ballena

La Lección de Anatomía

La Ballena (The Whale): La Lección de Anatomíaa filmografía de Darren Aronofsky está llena de marginales en sus prisiones obsesivas, donde el aislamiento y las adicciones se convierten en un mecanismo de defensa ante un mundo exterior que lastima más que la autodestrucción. Pi, Requiem for a Dream, Black Swan, Mother! son un tour de force por los abismos de la razón, un teatro nihilista con personajes que quedan atrapados en sus propias preguntas existenciales como vía directa a la locura. 

En The Whale (La Ballena) encontramos la misma atmósfera enrarecida, el mismo pathos compulsivo. Toda su obra es un viaje por infiernos particulares, pero aquí Aronofsky pone en escena la búsqueda de redención como el único sentido posible ante una realidad insoportable. La película es el espejo invertido de The Wrestler (El Luchador) de 2008: dos cuerpos maltratados, extenuados, excesivos, en el límite físico de su condición en el lento camino hacia la muerte; dos hombres que buscaron su destino y en el proceso se convirtieron en padres ausentes. Ahora, necesitan un perdón que quizás sea inalcanzable.

Charlie (Brendan Fraser) es un profesor de literatura a distancia, un outsider obeso, solitario y enfermo, que solo anhela volver a conectarse con su hija adolescente Ellie (Sadie Sink) después de 8 años de ausencia, cuando la abandonó para vivir su gran amor gay con su alumno Alan. Ellie es retobada, lúcida, parece no tener la dosis de hipocresía necesaria para sociabilizar, y desde el comienzo deja en claro su resentimiento y el asco físico que le provoca su padre. Él le ofrece dinero a cambio de sus visitas. Ella acepta.

La Ballena (película 2022)
Sadie Sink, La Ballena
Crítica La Ballena (The Whale)
Sadie Sink, La Ballena

Sink es perfecta para dibujarle a su personaje un aura de ambigüedad que se mueve entre la catarsis, el resentimiento, la lástima y la curiosidad por ese hombre masivo que parece haber asimilado todas las ofensas del mundo. La dinámica entre los dos es la de una guerra civil unilateral: las frases molotov de ella, palabras tan hirientes como sinceras, cargadas de reproche y rencor; Charlie la adora, y ya ni siquiera busca comprensión: es un animal cansado, consciente de sus errores y del poco tiempo que le queda. Solo quiere que no lo odie.

Todo transcurre en un único escenario: el lúgubre departamento de Charlie. La Ballena tiene una puesta en escena teatral -es una adaptación de la obra de Samuel D. Hunter, que también escribió el guion- pero en la que Aronofsky persiste en ese lado casi fantasmal del primer plano, el desencuadre, la densa iluminación y los colores apagados, que transforman el lugar en la topografía oscura de una mente de un hombre con el pasado cosido a la piel, atrapado en su cuerpo, en su casa, en sus errores, en su vergüenza de verse como ve.

Charlie es su propio Ahab, su propia Moby Dick: una decadencia física progresiva, que comenzó luego de que Alan se suicidara hace unos años. Ahora se niega a recibir la atención médica que podría salvarlo. Su única conexión humana real la tiene con Liz (una extraordinaria Hong Chau, nominada al Oscar por esta actuación), la hermana de Alan, una enfermera en el equilibrio precario de respetar los deseos de su amigo y su deseo de mantenerlo con vida.

La Ballena (película 2022) The Whale
Brendan Fraser, La Ballena
Crítica La Ballena (The Whale)
Brendan Fraser, La Ballena

Se dijeron muchas cosas sobre lo que hace Brendan Fraser en La Ballena, y no son exageradas: es una actuación antológica, emocionante, que transmite los diferentes estados de ánimo cuando todo alrededor está roto, pero queda algo a lo que aferrarse. El elemento humano es lo que sangra en la pantalla. Fraser tiene kilos de prótesis, CGI, casi no se mueve, pero en sus gestos y en sus ojos parecen caber todos los pecados del mundo, y él está dispuesto a redimirnos. 

“Todos los hombres de trágica grandeza se vuelven así por algo morboso”, escribió Herman Melville en Moby Dick. Si Aronofsky hubiera permitido que un poco de Hollywood se filtrara en su película, el resultado podría haber sido un repugnante-correctamente-político melodrama. Pero el director solo necesita mucha honestidad brutal para capturar a la ballena, para mostrarnos la humanidad de un santo traumado, que se autoflagela con comida para procesar la pérdida del amor y en el lento suicidio voluntario de su cuerpo alcanzar el nirvana espiritual. 

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