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Crítica El Buen Patrón: Edipo en la Fábrica

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Crítica El Buen Patrón | Fernando León de Aranoa hace un retrato contemporáneo de la arbitrariedad de las relaciones laborales, de una manera obsoleta de poder absoluto, de un hombre con una máscara, que él mismo ha llegado a confundir con su propia piel.
3.5/5

Para Fernando León de Aranoa, el cine comienza en un bar y termina en el mundo. Caña y vermouth barato a las 4 de la tarde. Poesía sin épica de los pobres, desocupados, buscas, excluidos, silenciados, que el cineasta trata como una especie exquisita y moribunda. Si Los Lunes al Sol (2002) -una de las maravillas del cine español de los últimos tiempos- era una crónica de la derrota del proletariado, El Buen Patrón es el otro lado del espejo: un empresario vintage, que maneja su fábrica de balanzas de manera paternalista, se preocupa por sus empleados y cree que todos forman una gran familia. Fordismo siglo XXI. 

Pero las grietas de ese spirit du corp -manual de autoayuda para la felicidad doctrinaria del trabajo- se reflejan en la personalidad mezquina del jerarca, un godfather de provincia, que en nombre del buen nombre de su negocio tuerce las voluntades de quienes tiene alrededor. Un Maquiavelo contemporáneo, carismático y protector, siempre con una sonrisa profesional y un chiste en la boca. 

En su casa, Blanco (un inmenso Javier Bardem), tiene una pared llena de placas, pero está incompleta. El espacio vacío iluminado es su nueva obsesión: el premio que la falta, el de la excelencia empresarial. Una comisión llegará en los próximos días para tomar su decisión final. Blanco prepara a la prole para que nada falle, pero en el camino van surgiendo problemas: el jefe de producción en crisis matrimonial, un empleado despedido haciendo un escrache en la puerta de la empresa, la pasante nueva que es demasiado joven y sexy como para no aprovechar su título de jefe.

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Como en casi toda su filmografía, Aranoa hace un guion inteligente, con distintos niveles de lectura, de un cuidado excesivo por los detalles. Puro humor negro mezclado con sensibilidad social, que lo acerca a grandes directores como Aki Kaurismäki, Ken Loach o los hermanos Dardenne. Pero donde Loach y los Dardenne hacen que las imágenes pierdan toda su inocencia para darnos un retrato de crueldad y desesperación, Aranoa es más artesano, crea empatía a fuerza de personajes ambiguos, completos, que involucran emocionalmente al espectador sin subestimarlo.

Blanco no duda en meterse en la vida privada de sus empleados, de apadrinar hijos problemáticos, de despedir a sus más fieles colaboradores. Su fachada de hombre justo es tan perfecta, su discurso sobre el sacrificio y las virtudes del esfuerzo (cuando en realidad heredó la empresa de su padre) es tan creíble, su desprecio disfrazado de condescendencia tan maquillado, que parecen llegarle a nivel sanguíneo, en una autoficción que sostiene en equilibrio toda su autoridad, su ética, su vida. 

El Buen Patrón -ganadora absoluta de los premios Goya 2022- es antropología de precisas exageraciones europeas. Una película que se mueve entre el absurdo y el realismo, en la que lo humano se traduce en servicio y la desigualdad social se puede medir en una balanza. Un retrato contemporáneo de la arbitrariedad de las relaciones laborales, de una manera obsoleta de poder absoluto, de un hombre con una máscara, que él mismo ha llegado a confundir con su propia piel.

Dirección y Guion: Fernando León de Aranoa  Fotografía: Pau Esteve Birba   País: España  Duración: 120 min.  Con Javier Bardem, Manolo Solo, Almudena Amor, Óscar de la Fuente, Sonia Almarcha.

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