Dune Parte 2: el desierto y el laberinto
Para Borges, el desierto es el laberinto perfecto, aquel del que nadie puede salir: su sofisticación está en su simpleza, en su falta de simetrías y referencias que producen la sensación de simultaneidad, como si fuera una puesta en escena del infinito. En ese sentido, Denis Villeneuve es borgeano: en Dune Parte 2, el desierto de Arrakis es vertiginoso, masivo, homogéneo, una trampa mortal para quienes no pertenecen a él. Su escala no tiene otra medida que lo imposible: es la clase de infierno primitivo, pleno, idéntico a sí mismo, que castiga la soberbia de los intrusos con ínfulas de poder.
Dune Parte 2 es una continuación excitada, retorcida, gigante, de una primera parte excitada, retorcida, gigante. Pero si la primera entrega no pudo escapar al hecho de que, a pesar de todos sus méritos, parecía amputada, el prólogo de una historia perdida, la secuela profundiza los temas de la novela – el impacto deshumanizador de la guerra y las intrigas políticas, la explotación del planeta y la búsqueda de algún absoluto (el amor, dios, un lugar en el universo) – en una mezcla lisérgica de espectáculo, fábula ecológica y misticismo religioso a una escala inverosímil. Es Shakespeare y Lawrence de Arabia, un sueño de opio digital y una remera de Green Peace.
El ataque sorpresa de la Casa Harkonnen supervisado por el barón Vladimir, la masa flotante de Stellan Skarsgård – que ahora recluta a su sobrino Feyd-Rautha (un Austin Butler psicótico y eléctrico) – y decretado en secreto por el Emperador Shaddam IV (Christopher Walken) – acompañado por su hija, la princesa Irulan (Florence Pugh) – , diezmó al clan Atreides en la primera película.
El comienzo de Dune Parte 2 se centra en Paul Atreides (Timothée Chalamet) y su madre, la Bene Gesserit lady Jessica (Rebecca Ferguson, con vocación para el martirio y la intriga religiosa), mientras se ganan su lugar como parte de los Fremen, un pueblo dividido entre los que creen que Paul es el mesías profetizado y los que creen que el mesías profetizado es un mal trip de especia, una superstición anacrónica que entumece su lucha contra los invasores con la falsa esperanza de un salvador.
Paul Atreides, el mesías con cuchillo
El entrenamiento fremen está cargado de detalles: Paul se hace uno con el desierto, aprende sus secretos y rituales, asimila la pulsiones de vida y de muerte que anidan en esa atmósfera caliente. Villeneuve logra que el contexto no sea sólo lo que rodea: es algo activo y creador. Por eso los Fremen habitan menos el desierto de lo que el desierto los habita a ellos. Es un espacio personal, que hace de la austeridad un estilo de vida y define la personalidad seca, árida y leal de su pueblo originario.
Para Paul, ser el elegido es importante en la medida en que ese estatus divino le permite permanecer con el grupo. Un Chalamet enorme transmite distintos estados de ánimo en distintas partes de la película: la vulnerabilidad y las contradicciones de alguien tratado con servicial veneración y violenta sospecha, empujado a una responsabilidad imposible de asimilar; un guerrillero feroz contra el aparato de recolección de los Harkonnen; y un Edipo horrorizado incapaz de alterar las terribles consecuencias de su destino, entrevisto en visiones oníricas-psicodélicas que crecen en intensidad.
Los sentimientos de Paul están con Chani (Zendaya), quien niega su divinidad, y con su tutor Stilgar (Javier Bardem), un fundamentalista que tiene la lógica irracional de todo verdadero creyente: su fe interviene la realidad, ve síntomas de divinidad en toda la materialidad de Paul con la alegría de quien presencia un milagro repetido. En Dune Parte 2, la profecía es a la vez un poder y una herramienta de manipulación, una posibilidad y una conspiración, pero en definitiva es algo que no se puede controlar. La película de Villeneuve (coescrita por Jon Spaihts) aborda de manera seria cuestiones de soberanía, explotación y las diversas formas en que las creencias religiosas se forman, se difunden y alteran la realidad psíquica de las personas.
Dune Parte 2: textura visual y artesanía
Denis Villeneuve de alguna manera logró hacer su camino a través del cine convencional sin sacrificar la sensibilidad artística. A la largo de su carrera, el director canadiense nunca dejó de responder a la pregunta fundamental de arte cinematográfico: ¿cómo se puede aprehender lo que no se puede ver con un artefacto que sólo captura el movimiento evidente de las cosas? Dune Parte 2 tiene un plano intelectual, matemático, visible a través del diseño de producción elefantiásico; pero además tiene un plano poético, con su capacidad para restituir experiencias o estados de ánimo y que pone en relación lo visible y lo invisible que circula por los intersticios de la novela de Herbert.
Si la primera película despojó a la novela de algunos de sus placeres más escabrosos y excéntricos en favor de una grandeza teutónica, Dune Parte 2 comprime u omite varios episodios, pero siempre a favor del flujo narrativo que equilibra la variedad de personajes y tramas. Villeneuve crea una pensada interacción entre su escala gigantesca e intimidad, entre la luz y la oscuridad, la calidez y el frío, lo futurista y lo medieval, el silencio y el estruendo (cortesía de la fuerza demoledora de la partitura de Hans Zimmer).
Como las tragedia griegas, como Shakespeare, Dune Parte 2 es una arquitectura sobre el destino y la fatalidad. Pero al negarse a trivializar a su protagonista, produce un campo minado moral, que transforma el camino de Paul Atreides para convertirse en un dios místico en algo siniestro. Es un resplandor fugaz, casi póstumo, que envuelve al heroísmo un segundo antes de que desaparezca para siempre. Por eso la saga de Villeneuve es la obra de ciencia ficción más oscura y fascinante desde de Blade Runner y The Matrix.
Dune Parte Dos es el preludio de un verdadero final. El futuro no puede llegar lo suficientemente pronto.