Amy Winehouse, la niña abandonada por su padre devenida cantante y fetiche de la industria discográfica, luego enamorada terminal, luego adicta, luego causa perdida y finalmente cadáver prematuro. Retobada, vulnerable, insomne, Amy recorrió las zonas erógenas del R&B con un sonido demoledor hecho a partir del masoquismo emocional. Back to Black de Sam Taylor-Johnson es todo lo que Amy no era: inocua, inofensiva, convencional, que elige el mito esterilizado por sobre la persona real que había detrás de esa voz absoluta, llena de desesperación, desamor y resaca. Biopic is a losing game, baby.
Las biografías musicales parten de un dilema estructural: conseguir los derechos de las canciones y hacer un retrato pseudo oficial, higiénico, que conforme a los herederos y contenga las dosis indispensables de sordidez, superación personal y melodrama o hacer una película que vaya más allá de las convenciones del cliché sexo-drogas-rock n´roll para reflejar la manera en que ciertos artistas modificaron la configuración de la música para siempre.
Las grandes biopics de rock (I´m Not There, Elvis, 24 Hour Party People, Control) no se limitan a imitar o copiar los contornos superficiales de una vida, sino que capturan lo intangible de una personalidad para traducir la energía creadora en estados de ánimo cinematográficos. Se trata de buscar la esencia antes que el redundante retrato naturalista del original. Una versión, no un cover: la autopsia de un fantasma.
Back to Black, la película biográfica de Amy Winehouse
Como la mayoría del cine rock (sobre todo desde que Bohemian Rhapsody ganó 4 premios Oscar y recaudó más de 900 millones de dólares), Back to Black elige la previsibilidad de una fórmula probada en el que el ascenso a la fama es seguido por una crisis personal y profesional, para terminar con un tercer acto redentor. La película recorre casi una década de la vida de Amy Winehouse -desde aproximadamente los 18 años, mientras trabajaba en su álbum debut Frank, hasta su muerte a los 27 en 2011- con toda la indulgencia y simplicidad de un conmovedor homenaje.
De la misma manera que su relación tóxica e intermitente con Blake Fielder-Civil es el centro de gravedad de las canciones del álbum, la película Back in Black gira en torno a una obsesión romántica. Amy Winehouse (Marisa Abela) conoce a Blake (Jack O’Connell) en un pub de Londres y ya nada será lo mismo: el looser encantador liberara todos los demonios de su personalidad adictiva: el amor se vuelve manía, dependencia, drogas, tatuajes, fragilidad emocional convertida en hit.
Ese primer encuentro es un duelo de personalidades: los dos son demasiados carismáticos como para no enamorarse. Pero Back in Black es una película acomplejada, demasiado ATP para ellos. La pareja real vivía en una atracción bruta, impulsiva: un amor en estado de orgasmo inminente. Se cogían con los ojos y compartían la máscara de sordidez de la falta de sueño, los estragos del alcohol y las drogas duras, que les daba ese aire de familia disimulado que solo comparten los miembros de una misma raza viciosa. Eran la versión hipster de Sid y Nancy.
Abela y O’Connell tienen una química de telenovela trash. Las expresiones de Abela se limitan a las de una adolescente enamorada y desafiante, sin que la historia de Back in Black reconozca la naturaleza de la tragedia y la explotación de Winehouse. La directora Sam Taylor-Johnson (Nowhere Boy, 50 Sombras de Grey) y el guionista Matt Greenhalgh recorren los tropos del amor trágico, pero están más preocupados en no ofender a nadie que les pueda hacer un juicio que en explorar las contradicciones, los enigmas, las causas de los rasgos disfuncionales que inevitablemente estallarían en un infierno de autodestrucción pública.
Amy Winehouse, la yonki del amor
Back to Black funciona como una coartada para aquellos en la vida de Amy que se aprovecharon de su vulnerabilidad y se beneficiaron de su éxito. El más favorecido por esta versión de la vida de la cantante es su padre, Mitch (Eddie Marsan).
Si el poderoso y devastador documental Amy de Asif Kapadia lo presenta como un parásito de su hija (Mitch se separó de la madre de Amy cuando ella tenía 9 años, para reaparecer en su vida después de la edición de Frank), el origen freudiano de su fobia al abandono y su codependencia de los hombres tóxicos (como si fuera una especie de Adela H. del jazz), en Back to Black es un padre encantador y preocupado, que se escandaliza por un porro adolescente pero confía en que su hija -ya famosa, alcohólica, adicta al crack- no necesita rehabilitarse.
El guion de Back in Black subraya permanentemente que nadie está allí por el dinero. Amy no se cansa de repetir que ella no es una fucking Spice Girl. Solo quiere que la conozcan por su voz. Y tal vez sea verdad. Marisa Abela lo deja todo -incluso canta ella misma las canciones- pero lucha con una historia superficial diseñada para mostrar más que para explorar, para imitar más que para recrear, para satisfacer más que para buscar alguna verdad. Consciente de su propio papel en el complejo industrial de Winehouse, la película sitúa a veces su propia mirada entre los paparazzi que la esperan delante de cada puerta.
Back to Black y la vida prefabricada de Amy Winehouse
La película de Kapadia de 2015 retrató a la mujer detrás del mito y dio una idea más clara de su exigente musicalidad y profesionalismo, lejos de la broma sensacionalista de la drogadicción incesante. Transmitió la capacidad infecciosa de su voz, el sonido crudo y urbano con el que logró que lo viejo sonara nuevo (una sensual Sarah Vaughan en la intersección con Ronnie Spector y la fragilidad de Edith Piaf) sin dejar de ser ella misma. Cómo, casi con la misma rapidez que se volvió una celebridad, sucumbió al cliché definitivo del mundo del espectáculo: morir por intoxicación accidental de alcohol en 2011.
Back in Black se queda en la provocadora personalidad de chica mala, en la importancia de su familia -en especial, la relación con su abuela Cynthia (Lesley Manville), de la que heredó el amor por el jazz y los peinados vintage, y cuya muerte es un catalizador de gran parte del dolor público de Amy- y en su plantel de demonios (el eufemismo para nombrar sus trastornos alimentarios, sus adicciones y su tempestuoso matrimonio con Blake), pero su falta de ambición y riesgo producen un retrato que se siente respetuoso pero oportunista, cariñoso pero intrascendente.
Amy Winehouse ya había hecho su autobiografía en sus canciones. Nos había dicho que era un problema, que no era buena. Back to Black hace todo lo posible por contradecirla.