Crítica American Horror Stories 2×1: Dollhouse
Para Van Wirt (Denis O’Hare), una muñeca es un ser humano mejorado. Un ente puro, libre del pecado de la carne y el deseo: el ideal de Dios. El capítulo estreno de la segunda temporada de American Horror Stories comienza con su historia, la de un demiurgo en busca de la perfección: un dios mejorado. O menos masoquista.
Estamos en Natchez, Mississippi, 1961. Van Wirt es el dueño de una fábrica de muñecas casi artesanales. Es millonario, viudo por elección y muy creepy. Su experiencia con los humanos le enseñó que las personas son poco confiables: su esposa lo engañó con otro hombre y terminó en el fondo de un pozo. Las muñecas suelen ser más sumisas. Y más castas.
Por eso construye una dollhouse tamaño natural para hacer una especie de casting entre mujeres que ha secuestrado, que tendrán que disfrazarse y pasar pruebas de comportamiento aristocrático para ver cuál merece ser la muñeca perfecta, que también será su esposa y una madre para su hijo. Las eliminadas tendrán el mismo destino que su ex.
El guion de Manny Coto se centra más en la tensión inherente a todo juego Battle Royale, con las chicas compitiendo entre sí y por la simpatía de Otis, el hijo de Van Wirt. Las participantes están estereotipadas: Aurelia (Abby Corrigan) es despiadada y dispuesta a todo para ganar; Harlene (Simone Recasner) no puede ocultar su esencia bondadosa y trata de ayudar a la última en llegar: Coby (Kristine Froseth); las demás cumplen con una función narrativa de relleno sin espesor ficcional.
American Horror Stories 2×1: Dollhouse es menos un capítulo de terror clásico que un intento de género fantástico, que se aleja de la estética realista en favor de los procesos psicológicos en una situación límite y de la personalidad excéntrica de Van Wirt. Pero se queda en una zona gris indeterminada, que no profundiza los temas que sugiere -una sexualidad reprimida, la falta de deseo como paroxismo de la virtud y las fantasías masculinas de castración- ni logra ser convincente en el juego a muerte que propone.
Dollhouse establece una conexión con las brujas presentadas en American Horror Story: Coven y funciona como historia de fondo para Spalding. Es un estreno de temporada al que le falta la tensión dramática que la serie demostró por momentos tener. Con personajes demasiado estereotipados, las actuaciones femeninas no se destacan, pero O’Hare muestra su talento como refinado maniático obsesivo, un hombre que nunca dejó de ser un niño.