Yo Capitán, el drama migratorio de Matteo Garrone
Seydou tiene algunas cosas: 16 años y muchas hermanas; una camiseta del Barcelona, tan gastada que parece haber sido usada por todos los que sueñan con salir de la miseria a través del fútbol; algunos ahorros, ojos llenos de ingenuidad y candidez; una madre cariñosa e inflexible; cansancio de ser pobre y ganas de ser famoso. Lo que Seydou no tiene -lo que siente no tener-, es un futuro. Por eso quiere irse a Europa, esa Tierra de Oz para cualquier africano joven e impaciente con ínfulas de progreso.
Yo Capitán (Io Capitano) es un tour de force por la ruta de la migración africana, ese infierno hecho de incertidumbre, desierto, chantajistas, traficantes de personas armadas, milicias armadas, policías armados, racistas armados, estafadores, corrupción, hacinamiento, hambre y desesperación. Próxima estación… esperanza. Matteo Garrone combina inspiración realista y deformación poética para hacer un drama de supervivencia brutal y sensible, una especie de puesta en escena postapocalíptica sin muertos vivos pero con su equivalente cotidiano: los africanos que no necesitan irse a Europa para ganar mucho, mucho dinero: las organizaciones criminales que gestionan el violento negocio migratorio.
Todo comienza en un barrio despojado y bullicioso de Dakar, Senegal. Seydou (Seydou Sarr, puro talento en estado natural) y su primo Moussa (Moustapha Fall) son dos adolescentes con una idea fija: Europa es un lugar mágico, lleno de oportunidades para dos jóvenes con ambiciones. A pesar de las advertencias y de la posibilidad de romper el equilibrio familiar, deciden emprender el largo viaje hasta Italia. Seydou y Moussa no son refugiados de alguna guerra civil, no viven en la extrema pobreza, sus vidas no corren peligro objetivo. Sólo sienten que les falta algo y reclaman su derecho a obtenerlo. Por eso se van, sin una idea precisa de lo que les espera.
Si con Terra di Mezzo y Ospiti, Matteo Garrone ya había explorado la marginalidad a la que estaban condenados los inmigrantes que llegaban a Italia, en Yo Capitán invierte el punto de vista, elige mirar con los ojos de quienes realizan la odisea, un contraplano que muestra el camino agotador y doloroso de quienes abandonan su tierra natal para buscar suerte en Europa. La película es una reescritura del viaje del héroe -el mito analizado Vladimir Propp en Morfología del Cuento, piedra angular del cine clásico-, decorada con dosis de realismo mágico, destellos de bondad y romanticismo, y en el que Garrone evita la porno pobreza y la violencia sádica para no caer en el fetiche de la victimización de los protagonistas.
Yo Capitán: el triunfo de la voluntad
¿Cómo calificar una película cuyo valor social es superior a su valor cinematográfico? La denuncia de Garrone habla con la urgencia del presente, pero supura superficialidad al no ir más allá de representar una parte del mundo necesitada. El esplendor visual, los colores vivos y las derivas oníricas realzan la estética de una historia que, sin embargo, no parece tener una visión política clara. Yo Capitán es una de esas películas para poder dormir tranquilo: está llena de satisfacción burguesa, donde el creciente sentimiento de indignación por las condiciones de vidas ajenas -que pronto se desvanecerá, como un sueño desagradable- reemplaza a la acción real en el limbo de nuestro confort de sensibilidad.
Yo Capitán funciona como un ansiolítico moral, mientras esquiva la perspectiva histórica y la relevancia del capitalismo en el drama migratorio. Estos hombres y mujeres que deciden afrontar todo tipo de peligros para recaer en Europa proceden de países colonizados y explotados. Sin un contexto más amplio de causas y consecuencias, Garrone se centra en una historia inspiradora que refuerza la primacía de la voluntad. El mensaje sirve como advertencia para los africanos –no hay lugar como el hogar, dice Dorothy en el Mago de Oz– y como absolución para Europa en los traumas de la inmigración.
La explotación que atraviesan Seydou y Moussa es vista como parte de las dificultades para alcanzar el sueño, no como una situación indicativa de los mecanismos de un sistema que necesita de la miseria de algunos para generar riqueza para otros. Seydou es un héroe mitificado, representa el triunfo de lo individual sobre lo colectivo, un ejemplo de resiliencia desprovisto de una interpretación política real de la tragedia de los pueblos inmigrantes.
Garrone esquiva el nihilismo brutal de sus mejores películas –Gomorra, Dogman– en favor de una fábula oscura sobre uno de los problemas más angustiantes de la actualidad. Yo Capitán se posiciona como una fuerte candidata para los Premios Oscar 2024: Hollywood -menos interesado en la calidad cinematográfica que en dar una imagen inclusiva de sí mismo-, es adicto a esta clase de sentimentalismos. Como el desgastado logo de la UNICEF en la camiseta del Barcelona de Seydou, Yo Capitán es el fantasma de lo que alguna vez fue el símbolo de una pelea contra la injusticia y la búsqueda de lo que queda de dignidad humana.