La convención para las películas históricas establece que deben finalizar con un texto informativo sobre el destino de las personas involucradas en el núcleo del relato. Pero Martin Scorsese ofrece un epílogo fascinante, que no sólo es una forma de desafiar las expectativas narrativas, sino que termina siendo un mea culpa y una acusación.
El final de Los Asesinos de la Luna puede leerse como una confrontación directa a las verdades más incómodas de la industria de la que él mismo forma parte y cómo el mainstream produce ansiolíticos morales al desinfectar la brutalidad contra los nativos americanos para la tranquilidad de la mayoría blanca y reducir la masacre a un pie de página olvidado en la historia de Estados Unidos.
El final de Los Asesinos de la Luna, explicado
En una atmósfera cargada de calma intensidad, Mollie (Lily Gladstone) se aleja de Ernest (Leonardo DiCaprio) por última vez, sabiendo que su marido la ha estado envenenando para quedarse con los derechos de propiedad de sus tierras. Nada nos prepara para lo que sigue: un epílogo ambientado años después, que se desarrolla en la grabación en vivo de un radioteatro sobre los asesinatos de los Osage. Es una secuencia que se siente discordante, hasta que se instala como una fuerte reflexión sobre el proceso de producir y consumir ficciones.
En una sala colmada, el locutor informa que “ahora la historia ha concluido”, antes de anunciar el destino de Mollie, Ernest y William Hale (Robert De Niro). El público del programa, al igual que los espectadores de la película, se preparan con cómodo entusiasmo. Los efectos de sonido del radioteatro se sienten más importantes que la información misma: ayudan a crear un efecto de realidad para los oyentes. Es en este intersticio entre el espectáculo y los hechos -las palabras y las cosas, diría Foucault- que se ubica el final de Los Asesinos de la Luna.
Después de más de tres horas de observar cómo se desarrollan los horrores contra el pueblo Osage, Scorsese nos desafía identificando al espectador de la película no con los personajes, sino con el público del radioteatro, mostrando el dispositivo con que se mercantiliza y sensacionaliza la vida y la tragedia humanas. Todos los horrores, el racismo y la falta de humanidad que hemos presenciado se condensan en un programa de radio diseñado para hacer de la masacre un entretenimiento, auspiciado por Lucky Strikes (para el establishment las muertes son secundarias, las tragedias intercambiables, mientras Ernest mencione que fuma la marca). El próximo programa podría estar auspiciado por Smith & Wesson.
El final de Los Asesinos de la Luna es una interrogación sobre nuestra propia experiencia como espectadores, que nos obliga a sentirnos cómplices de lo que hemos visto, a conectar los horrores que enfrentó el pueblo Osage -y cualquier minoría- con la rapidez con la que se disuelve la indignación para continuar con nuestras vidas. La secuencia final denuncia cómo se mercantiliza el trauma ajeno y convierte a la película en una mirada a quiénes somos como cultura.
El cameo de Martin Scorsese
Christopher Cote -un consultor del idioma Osage que trabajó en Los Asesinos de la Luna-, explicó que la película “realmente debería hacerse desde la perspectiva de Molly y lo que experimentó su familia, pero creo que se necesitaría un Osage para hacer eso. Martin Scorsese no es Osage, pero creo que hizo un gran trabajo representando a nuestra gente… Al final, la pregunta que te queda es: ¿hasta cuándo seguirás siendo complaciente con el racismo? ¿Hasta cuándo seguirás sin decir nada?”
La idea de que la película podría tener otro nivel de compromiso también es algo que Scorsese reconoce con el final de Los Asesinos de la Luna. Cuando el radioteatro informa a lo que le sucedió a Mollie, los efectos de sonido desaparecen mientras un hombre lee su obituario. La cámara lo toma desde atrás, pero su voz es inconfundible: es el propio Martin Scorsese. Mientras habla, se percibe un profundo sentimiento de dolor y tristeza en su voz. Mira directamente a cámara cuando le agrega una observación a la necrológica: “No se mencionaron los asesinatos”.
Scorsese -quien creó la Film Foundation, una organización sin fines de lucro creada para preservar la historia del cine a través de la restauración de películas antiguas- es alguien decidido a no dejar que el pasado caiga en el olvido. Pero el cameo también es una confesión, con el que el director se reconcilia con el hecho de que es él quien cuenta esta historia, aunque no sea la mejor opción moral para contarla.
La flor de Los Asesinos de la Luna
Durante el último encuentro entre Ernest y su tío, Hal intenta convencer a su sobrino de la inutilidad de testificar en nombre de la justicia para los nativos americanos. “Podría haber una protesta pública por un tiempo. ¿Pero entonces sabes lo que pasa? La gente lo olvida. No recuerdan, no les importa. Simplemente no les importa. Simplemente será otra tragedia común y cotidiana”.
Una vez concluida la trama y condenados los asesinos, la película permanece en cierto modo abierta, dejando que sus heridas históricas persistan. Después de mostrar la verdad oscura de la naturaleza humana y la violencia como el orden subterráneo del sistema, el director interroga no sólo a la audiencia sino a sí mismo: es una invitación a la memoria, la única manera de que estas tragedias no sigan sucediendo. Con este final, Scorsese responde a la pregunta que él mismo hizo en una entrevista reciente a TIME: “¿Cómo entra en escena la decencia humana o el amor?”
La coda final de Los Asesinos de a Luna nos devuelve a las personas que más importan: los Osage. Comienza con el primer plano de un tambor, mientras la cámara se aleja lentamente para revelar una hermosa y colorida flor humana: es la toma de una ceremonia indígena, en la que el pueblo Osage se congrega para continuar sobreviviendo a través su unidad, de sus tradiciones, como un eterno jardín de gente.
Tráiler | Los Asesinos de la Luna