Jeanne du Barry hizo una revolución antes de la Revolución: una bastarda plebeya -hija de una costurera y un monje- que recorrió un camino prohibido para las mujeres de su clase, llegando a ser la maîtresse-en-titre (amante oficial) de Luis XV. La película de la directora-actriz Maïwenn es el oscuro cuento de hadas de una marginal atrevida y retobada, que siente todo el rigor de las convenciones de la Corte en los ambientes rococó de una realeza al borde de la guillotina.
Jeanne du Barry: La Preferida del Rey es, en definitiva, una película sobre el cuerpo femenino: sus poderes, su agencia, sus peleas. Un territorio sobre el cual Jeanne (Maïwenn) reclama su soberanía, en una época en la que muchos se creen sus dueños, sus mercaderes, sus turistas y benefactores.
Jeanne du Barry y el feminismo
El incipit muestra a una niña que está siendo retratada por su tutor; su estadía en un convento, donde es expulsada por leer literatura erótica; su etapa como cortesana de la aristocracia, que le permite llegar al Salón de los Espejos de Versalles. Su cuerpo es el medio para dejar de ser nadie, para sacar de la pobreza a su madre y que su marido -el empobrecido conde du Barry- obtenga beneficios. Maïwenn no muestra a una víctima, sino a una mujer que somatiza su identidad a través de su cuerpo, que lo utiliza como arma para conseguir lo que quiere: ser la favorita del rey.
Cuando los presentan, Luis XV (Johnny Depp) tiene 58 años. Acaba de perder a su hijo, a su esposa legítima y a Madame de Pompadour, la predecesora de Jeanne. Ella le encanta, lo seduce, le obliga a ser audaz y a romper el protocolo. Aristocracia y plebe son especies diferentes, y Jeanne altera el ecosistema de Versalles con su simple presencia. Jeanne du Barry: La Favorita del Rey es un juego de supervivencia, en el que la protegida del rey pelea por el reconocimiento contra una familia real unida para destruirla.
La mirada indulgente de Maïwenn con su personaje afecta negativamente a la película. La directora se coloca más allá del feminismo, como si no pudiera escapar del encanto frívolo del entrono. Con inflexible academicismo, reduce Versalles al escenario lujoso e incorpóreo de una trágica historia de amor. Filma el palacio -su oro, sus lámparas, sus líneas de perspectiva- con ojos maravillados, pero sin intentar modernizar su modelo de representación.
La directora no cuestiona el sistema real en el que las mujeres son rechazadas del poder y donde la corte impone un protocolo de costumbres que crea un juego conspirativo de apariencias. Pasa poco tiempo antes de que la grandeza de Versalles eclipse toda crítica. En Jeanne du Barry no hay pueblo ni país, solo una chica de la calle en una Wonderland de oro.
La dulce Jeanne desactiva todos los peligros, triunfa sin ambición, sin orgullo, sin ni siquiera recurrir a la intriga. Su subversión se limita a rechazar el protocolo, soltarse el pelo o llevar pantalones. No hay complicidad con ninguna mujer a su alrededor. Maïwenn rechaza cualquier forma de sororidad: cada mujer es una rival, cada hombre un ángel protector.
Jeanne du Barry, el egotrip de Maïwenn
Maïwenn admitió que no pensó en nadie más para interpretar a la famosa cortesana. La actriz acapara por completo su película, relegando a los demás personajes al rango de utilitarios, incluido el espectral y silencioso Luis XV de un Johnny Depp con jet lag. El único que sobresale es La Borde -el ayudante de cámara del rey-, interpretado por un Benjamin Lavernheen excepcional: impenetrable y conmovedor, introduce a Jeanne en el protocolo burocrático, la protege de los insultos, la convierte en su Pigmalión. Desde su lateralidad, conduce la película hasta su dramático epílogo.
Jeanne du Barry: La Favorita del Rey termina siendo un egotrip anémico, que respira -como suele ocurrir en las películas históricas- de la complicidad de nuestra mirada y del goce perverso de la ilusión retrospectiva: ver a estos personajes tan ocupados en existir, inconscientes de su destino (la llegada al palacio de la inminentemente trágica María Antonieta (Pauline Pollmann), coloca a la película en una línea de fuga cinematográfica).
Jean du Barry es el espejo histórico en que Maïwenn se mira a sí misma. Pero la puesta en escena atenta contra la naturaleza misma de su personaje, sofocando su vitalidad y subversión. Lejos de la estilización rockera de María Antonieta de Sofia Coppola, aquí todo es demasiado rígido para representar la locura libertaria y el ascenso sexual de su protagonista. Lo que queda, es el boceto de una figura que quiere ser punk, pero termina siendo rococó.