Corsage: La Emperatriz Rebelde (2022) de Marie Kreutzer
Una mujer grita y se retuerce como si quisiera salirse de su cuerpo. Está atada a la cama de un manicomio. La mira una Emperatriz. Y esa mirada es una definición de la compasión -la comprensión del sufrimiento del otro-, no por una bondad natural sino por un proceso de identificación: es un reflejo histérico de su vida. Isabel mira esa cama-prisión y ve un dolor hueco y sin forma. La locura no tiene consciencia de la locura; la consciencia de la locura es la neurosis.
Esa visitas al manicomio -como sus clases de esgrima, sus viajes, sus flirteos y su consumo de heroína- son una forma de gastar su ansiedad y su insatisfacción con ella misma, con su papel político y con una imagen pública tan restrictiva como su corset, una metáfora que simboliza las prohibiciones de una vida de privilegio pero sin poder.
Emperatriz e ícono, Isabel de Austria (1837-1898) aparece como una primera dama irreverente, a veces inmadura y siempre cínica. Con Corsage: La Emperatiz Rebelde, Marie Kreutzer hace revisionismo histórico con una propuesta pop, feminista y melancólica, en la que Sissi finalmente respira deseo y está decidida a determinar su propio futuro.
Estamos en Viena, 1877. Isabel (una enorme Vicky Krieps) tiene 40 años (“la expectativa de vida de un sujeto femenino” de la época) y algunos trastornos. Su título de Emperatriz de Austria y Reina de Hungría equivale a ser una figura decorativa en eventos a los que apenas asiste. Hace tiempo es un fantasma político y social. Si los hombres toman decisiones para perpetuarse en el poder, el poder de la belleza es más sutil. Y más efímero. Por eso adiestra el hambre para mantener su imagen y la del imperio que se espera que encarne. Por eso el corset cada vez más apretado, hasta marcarle la piel.
Sissi, la inconformista
Si Isabel / Sissi fue un objeto de un culto en su época y en los 50’s se convirtió en una princesa Disney con la empalagosa trilogía de Romy Schneider, Corsage hace un proceso de desglamourización de una monarquía en decadencia y de una mujer que solo lucha por respirar. Es un alucinado estudio de personaje que revierte el proceso de desaparición que la propia Emperatriz inició cuando se ocultó detrás de un velo negro y se negó a ser fotografiada.
Menos radical que Sofia Coppola, la directora austríaca llena su película de anacronismos que hacen recordar al tono de María Antonieta, pero de manera inversa: si Coppola subvierte la época con los Sex Pistols y con la reina de Francia en sus Convers por Versalles, Kreutzer envejece el pop hasta asimilarlo con la Austria imperial, donde la Emperatriz se retira de una cena con un elegante fuck you y los valses y los himnos vieneses se fusionan con versiones de Help Me Make It Through The Night de Kris Kristofferson y As Tears Go By de los Rolling Stones.
Retobada pero neurótica, oprimida pero narcisista, cruel y punk: la Isabel de Kreutzer escapa de los tópicos dramáticos feministas y hace de Corsage una exquisita subversión de las biopics de mujeres famosas y solitarias. Krieps se mete en el personaje como si fuera una segunda piel: el elemento humano es lo que sangra en la pantalla. Esta Sissi destila encanto conspirador e inconformista como mercancía orgánica del Imperio. El motín existencial de una mujer que no se pertenece a sí misma, la reina kamikaze que busca aire a través del arte de disimular la agonía.