“La Historia no la escriben los tipos como yo”, dice Julio Strassera, el hombre a punto de construir la Memoria de un país donde muchos preferían la comodidad de la ignorancia, la unidad sin justicia, el ansiolítico ético de la versión oficial que los medios habían difundido durante los 7 años que duró la dictadura: que fue una guerra sucia. Argentina, 1985 es el reverso de esa frase, la demostración de cómo el fiscal y su equipo de trabajo pusieron en escena el dolor, la humillación y el daño que habían sufrido las víctimas en un juicio que se volvería parte del inconsciente colectivo del país.
Santiago Mitre logra capturar no sólo el momento en que la barbarie se hace pública, sino también el recorrido legal de la fiscalía que para encontrar pruebas debía atravesar el miedo y la incertidumbre instalados en el estado de ánimo de la población. Argentina, 1985 tiene pulso de thriller: una historia en la que la atmósfera está saturada de la amenaza fantasma de los militares, un terror siempre inconcreto que se materializa sobre la existencia del fiscal, su familia y sus colaboradores.
Crítica Argentina, 1985 de Santiago Mitre
Mitre representa la relación entre lo visible y lo invisible de la época en la figura de Strassera (Ricardo Darín). El fiscal vive en un estado de sospecha permanente: cree que su hija está saliendo con un infiltrado de los servicios secretos, que no hay voluntad de la Justicia de hacer el juicio a las Juntas, que el Gobierno lo quiere utilizar como chivo expiatorio mientras negocia con los militares. Reminiscencias del pasado reciente, el terror que persiste, alojado en el subconsciente de las personas y en los círculos de poder.
La dictadura (1976-1983) fue el horizonte impensable de la historia argentina, en el que la planificación rigurosa del exterminio se combinó con el borrado de sus huellas. Por eso los 4 meses que tuvo el fiscal para recopilar la evidencia necesaria para condenar a la cúpula militar, con una Justicia que seguía perteneciendo ideológicamente a la derecha y con la policía directamente implicada en los secuestros y torturas, se volvió una tarea épica, llevada a cabo con la ayuda del adjunto que le impuso el Gobierno, Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), y un plantel de jóvenes inexpertos pero no contaminados por el clima político dominante en el Poder Judicial.
Ricardo Darín está enorme como un hombre menos interesado en la gloria que en hacer justicia, y logra hacer un héroe moderado pero lleno de matices, que se mueve entre la incertidumbre y la paranoia, el deber y la ansiedad, el miedo y una inquebrantable vocación. Lanzani es perfecto componiendo el retrato de un joven idealista con un pasado familiar cosido en la piel, atrapado entre sus convicciones personales y la traición a su clase social.
Argentina, 1985 y la arquitectura de la memoria
La literatura y el cine declararon su incapacidad para dar cuenta del horror vivido en los Centros Clandestinos de Detención, territorios de lo irrepresentable. Mitre -con un guion coescrito junto a Mariano Llinás– recorre el formato del drama legal y logra un impecable equilibrio narrativo entre la vida doméstica del fiscal, la recopilación de testimonios de las víctimas y lo que es el centro de gravedad de la película: el juicio a las Juntas.
Con el director de fotografía Javier Juliá y el compositor Pedro Osuna, Mitre crea una atmósfera de profundo nerviosismo, aunque no siempre una sensación de urgencia dramática. En Argentina, 1985 hay emoción pero no explotación, una recuperación de los recuerdos sin distorsionarlos en la conmoción que provocan los rebrotes de la memoria en su forcejeo con los cuerpos y las identidades de los sujetos.
El problema con esta clase de películas suele ser que la magnitud del evento que representa se basta a sí mismo, restándole fuerza como dispositivo cinematográfico. Pero Argentina, 1985 sortea la dificultad del cine-memoria con un relato preciso a la altura del suceso, que se adentra en la introspección de un país enigmático y en el círculo interno del infierno como un testigo del recuerdo de la muerte.
Argentina, la hija de lágrima, donde los inocentes eran los culpables hasta que el 18 de septiembre de 1985, en la Sala de Audiencias del Palacio de Justicia de la Nación, se escuchó el cierre del alegato de Strassera: “Quiero pronunciar una frase que no me pertenece, porque le pertenece a todo el pueblo argentino: señores Jueces, Nunca Más”. Pocos momentos históricos tienen esa fuerza simbólica, que Santiago Mitre traduce al cine como una forma de entregarse a las imágenes, buscando en ellas una sombra de eternidad.
Argentina, 1985 está disponible en Prime Video.