Where the Devil Roams es poesía en salvaje movimiento. Una película-vodevil enloquecida, vagabunda e imprevisible, que recorre los bordes astillados de la sociedad estadounidense en plena Depresión para hacer la radiografía de un país extenuado y deprimente. Con un hermoso casting de inadaptados malditos, la familia Adams -John, Toby Poser, Zelda y Lulu- encuentra una vez más el ADN del cine independiente con nuevas formas de abordar el género terror con artesanía y personalidad.
Después de Hellbender -su brujo ejercicio folk de mayoría de edad de 2021-, Where the Devil Roams es pura ambición indie, una puesta en escena que crea un lugar y una época espectrales, donde pequeñas magias y grandes males prevalecen en un paisaje de superstición, trauma y decadencia.
El incipit de la película presenta un poema sobre la tragedia romántica de Abbadón, su posterior rebelión y exterminio por parte de Dios. Pero hay algo que sobrevive: su corazón (gracias, Poe), atravesado por una aguja de coser. Los amigos del Diablo -los asesinos y ladrones, los silenciosos y los rotos, los brutalmente defectuosos- lo encontraron. Él los guía desde abajo, mientras una canción mantiene al cielo dormido: “Cuando el camino es malo, la sangre se espesa. El pulso del Diablo comienza a acelerarse. Mientras el cuerpo se pudre hasta convertirse en polvo y huesos, hay una lágrima en el corazón por donde anda el Diablo”.
Crítica Where the Devil Roams, de la familia Adams
La película narra la historia de una familia itinerante de artistas de feria -Seven (John Adams), un veterano de guerra que sufre de trastorno de estrés postraumático; Maggie (Toby Poser), su esposa impulsiva y con tendencia a la violencia homicida; y su hija Eve (Zelda Adams), que canta vestida de ángel, pero no habla-. Tienen una vida lumpen y en constante movimiento, con paradas para sus presentaciones en esos mercados de freaks, antes de dormir en una carpa improvisada a la intemperie del crudo invierno. Tienen un objetivo: ser elegidos para el Buffalo Horror Show, el carnaval de las almas perdidas, la feria con los mejores talentos excéntricos del país.
La estrella del circuito es Mr. Tips (Sam Rodd), un mago minimalista, que sólo necesita una tijera afilada para realizar su performance: un acto de automutilación. Pero los dedos cortados de Tips siempre aparecen al otro día en el lugar preferencial de su mano. Pronto, Zelda descubre el truco detrás de la magia: dedos en frascos de formol, un mantra embrujado y un cajón con la aguja y el corazón del Diablo, la pulsión incondicional que persiste ignorando las limitaciones humanas.
Terror y psicoanálisis suelen estar conectados. Where the Devil Roams puede ser leída como la escenificación de una teoría de Freud, realizada a través de los recursos formales y narrativos del cine de género, que forman un cotolengo desquiciado, una puntada recto-genital del horror.
El corazón del Diablo equivale al objeto parcial -el objeto que le da cuerpo a la libido, indestructible, que puede traspasarse a sí mismo de un medio a otro-, aquello que Lacan llamó laminilla: un extraño órgano que mágicamente se autonomiza y sobrevive (de manera imaginaria, fantasmática) sin el cuerpo al que debería pertenecer -como la sonrisa del gato Cheshire, flotando en el aire después de que su cuerpo desaparece. “He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, pero nunca una sonrisa sin gato”, dice Alicia en su país de las maravillas-.
Freud llamó pulsión de muerte a esta insistencia ciega e indestructible de la libido, un exceso de vida siniestro, un impulso de muerto-vivo que persiste más allá del ciclo biológico de la vida y la muerte, de la generación y la corrupción.
Where the Devil Roams, el espejo negro de Estados Unidos
La familia recorre las zonas de la América profunda con un particular sentido de justicia homicida. Sus integrantes tienen tics complementarios: Seven es un racional condenado a negar, tapándose los ojos, la compulsión de su esposa Maggie a matar gente; Eve canta pero no habla, como si solo la performance del artista fuera lo auténtico y la vida su simulacro grotesco, lleno de muerte y violencia, que ella registra en silencio con su cámara, transformando los crímenes en arte.
La mudez de Eve puede interpretarse como una inversión de Mulholland Drive de David Lynch, cuando una cantante se desploma en el escenario mientras continúa sonando la canción Crying de Roy Orbison: una voz que no muere, sin cuerpo, donde lo real insiste aun cuando la realidad se desintegra. Eve es un cuerpo sin voz, que sólo funciona cuando la realidad es alterada por los rituales de la performance.
La película -presentada en el Festival de Cine de Mar del Plata y que cerrará el Buenos Aires Rojo Sangre en diciembre- transita un país sacudido por la Depresión, lleno de rechazo e insensibilidad, y solo encuentra humanidad en los extranjeros y en la tribu que habita las ferias de atracciones, un plantel de freaks que hicieron del margen su hábitat natural. El factor Lynch se evidencia en su simpatía por lo deforme, la música monótona, las hermosas voces cantadas, su devoción artística por composiciones inquietantes y un ritmo narrativo que nunca se apura por llegar a destino.
Los Adams fundaron Wonder Wheel Productions, un colectivo cinematográfico que no sólo escribe, dirige, produce, edita y protagoniza sus películas, sino que también opera cámaras, crea efectos especiales e incluso escribe la música. Con una cruda fotografía que transforma las regiones boscosas de Catskill en un lugar espectral de bosques grises y caminos rurales solitarios y una banda sonora anacrónica y demoledora, Where the Devil Roams -a pesar de su presupuesto mínimo-, es de una belleza demente, una pieza de época que se siente auténtica y retorcida.
Entre Badlands (Terrence Malick, 1973) y On the Road de Jack Kerouac, entre El Séptimo Sello (Ingmar Bergman, 1957) y Freaks (Tod Browning, 1932), entre David Lynch y Marilyn Manson, Where the Devil Roads es un monstruo de Frankenstein que reescribe el mito con cuerpos desmembrados y vueltos a juntar con las precarias costuras del más allá. Estados Unidos como un espacio brumoso en el que se mezclan la guerra, la religión y la pobreza: los Adams retratan un país compulsivo, condenado a repetir experiencias dolorosas del pasado. La película es su síntoma, un mensaje codificado acerca de sus secretos íntimos, deseos y traumas inconscientes colectivos. Algo así como la definición del cine de terror.