Nadie Podrá Salvarte: entre la realidad y la fantasía
La película de culto de Don Siegel de 1956 Invasion of the Body Snatcher (La Invasión de los Ladrones de Cuerpos) inauguró el snatching, el proceso por el cual se reemplaza a un ser humano por su doble vaciado de emoción -y por consiguiente manipulable-, un dispositivo que promueve un trabajo paradójico sobre la figuración y representación del cuerpo, con seres ubicados en la frontera entre lo familiar y la otredad. La película conocerá uno de los ciclos de remakes más renombrados del cine, y se abrirá a una serie de relecturas en la postmodernidad (The Thing, Slither, The Faculty, Get Out).
Nadie Podrá Salvarte (No One Will Save You), la película de Brian Duffield estrenada en Star+, toma el concepto snatching para realizar un tour de force por los abismos físicos y psicológicos de una adolescente.
Brynn Adams (una enorme Kaitlyn Dever), dice una sola palabra en toda la película. La razón de su silencio no es una mudez congénita: no tiene a nadie con quien hablar. Lleva una existencia rural solitaria en las afueras de su pueblo, en la casa de su infancia. Entre una visita al cementerio local para ver la tumba de su madre y una mirada triste al ver una foto antigua con su mejor amiga, la joven vive atormentada por algún recuerdo insoportable.
El incipit de la película sitúa a la protagonista entre la realidad y su negación. Brynn es una paria. Los habitantes de su comunidad no la saludan y ella trabaja para personas que viven en otros lugares. Ensaya todas las mañanas su sonrisa en el espejo; vive en un simulacro de tranquilidad, representado en el pueblo hecho con modelos a escala en una mesa del comedor: un lugar inmaculado y que puede controlar. Ella baila. Ella sonríe. Ella hace lo mejor que puede.
La película cambia de registro rápidamente: ¿Qué hace que esas tablas del suelo crujen? ¿Por qué la gente del pueblo actúa de forma tan extraña? ¿Quién o qué proyecta esa sombra fuera de la ventana por la noche? Nadie Podrá Salvarte invierte el tropo del terror dándole en los primeros minutos una iconografía definida a los monstruos que acechan la casa de Brynn esa noche: los aliens han invadido la comunidad y se apropian de los cuerpos de los habitantes a través de un proceso parasitario.
Nadie Podrá Salvarte y el trauma como fetiche
La película se establece como una persecución obsesiva y apuesta todo a Dever, que hace una actuación antológica al borde del expresionismo, como víctima hostigada por los extraterrestres y sus propios demonios. Duffield maneja con habilidad la puesta en escena para que las secuencias se sientan inmersivas, pero la falta de material narrativo se hace evidente en la repetición abusiva de las escenas de acoso, una cacería interminable que se desarrolla a lo largo de toda la película.
Sin embargo, el guion dosifica la información para convertir a Brynn en un personaje tridimensional -a pesar de que ella no dice nada- y deja espacio para presentar cierta ambigüedad psicológica: ¿es todo producto de la neurosis de Brynn? ¿Los aliens representan la culpa que siente hace más de 10 años?
Nadie Podrá Salvarte se ubica en la línea de fetichización del trauma de las películas de terror modernas, pero esas personas de la comunidad cambiadas por su versión apática le agregan el componente snatching, que sirve como metáfora de la fábrica de simulacro -para tomar la teoría de Baudrillard– de las sociedades virtuales, un mundo idealizado que hace colapsar la figura humana por su propia imagen, una vida sin problemas y sin accidentes que se hace eco de lo planteado por Aldous Huxley en Un Mundo Feliz.
Duffield se mantiene fiel al espíritu de su película hasta el final con una historia que nunca sacrifica su integridad, incluso cuando inevitablemente acepta la verdad de que bailar nunca es tan divertido cuando tienes que hacerlo solo.
Nadie Podrá Salvarte está disponible en Star+