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Crítica Hot Skull: Distopía y Lenguaje

Crítica Hot Skull (Cráneo Febril)
La serie de Netflix Hot Skull (Cráneo Febril) combina una atmósfera distópica y un thriller policial, con escenas lisérgicas que alteran las coordenadas del relato y arman un rompecabezas visual organizado sobre la acumulación de enigmas y en el que la teoría del lenguaje de Noam Chomsky explica la lógica de una epidemia.

En Hot Skull (Cráneo Febril), Estambul es una ciudad apocalíptica, hipervigilada, decadente. Una zona militarizada en tiempos de guerra: el enemigo es invisible, pero se puede escuchar. Un virus se contagia a través del habla y convierte a los infectados en una compulsiva máquina incoherente. El síndrome SEDA parece una teoría de Noam Chomsky: las personas mantienen la competencia lingüística que está en el ADN de todo ser humano, pero lo que ha cambiado es su capacidad de producir oraciones con sentido. El virus provoca una adulteración en el cerebro, donde la sintaxis choca contra la semántica.

La serie es un viaje al fin de la noche de las palabras, en el que Murat Siyavus (Osman Sonant) es un lingüista inmune a la enfermedad. Parece ser el único, y su condición excepcional lo hace deseable tanto por la IA, la corporación que ha tomado el poder mundial, como por la resistencia Más 1. Murat representa para muchos la esperanza de encontrar una cura, pero también es una amenaza para el régimen. Para él, su inmunidad es un infierno privado: escuchar el desvarío (jabbering) de un infectado hace que su cabeza se caliente hasta lo insoportable con una fiebre intensa que lo hace entrar en un delirium tremens en el que tiene visiones en forma de claves para entender cómo funciona su cerebro.

Hot Skull -basada en la novela Sıcak Kafa, de Afşin Kum- toma los elementos clásicos del género distópico -un héroe determinado por su singularidad, por su condición de ser la excepción a la regla en un entorno totalitario- y los combina con teorías del lenguaje, drogas alucinógenas y simbolismo. Un thriller lisérgico y postapocalíptico en tiempo presente, que aprovecha la actualidad postpandémica para hacer un estudio sobre el encierro y la incomunicación, donde el combate contra la enfermedad se traduce en inhumanidad y el Estado es un Leviatán que conspira para permanecer en el poder.

Hot Skull (Cráneo Febril)
Osman Sonant, Hot Skull (Cráneo Febril, 2022).

La serie hace foco en la oscuridad represiva del entorno -con la ciudad divida en zonas militarizadas donde los enfermos viven en ghettos-, pero también en la búsqueda de un cambio social a través de la solidaridad del Más 1. 

El centro de gravedad es Murat, menos una persona que un mito urbano, menos un héroe que alguien que trata de pasar desapercibido viviendo con su madre en la clandestinidad mientras se autoestudia para poder reiniciar su cerebro: su inmunidad es su maldición, lo que lo hace una presa para Anton (Şevket Çoruh) -un agente del IA que tiene a su familia contagiada escondida en el sótano de su casa-, para Sule (Hazal Subaşı) la integrante del Más 1 que cree que Murat es la pieza faltante para encontrar una cura y para Fazil Eryilmaz  (Kubilay Tunçer) el líder del IA que sabe que el miedo es la mano de obra del poder y que la enfermedad es la que justifica la represión.

Hot Skull camina por los tropos distópicos conocidos, pero lo hace con un héroe improbable e impredecible. La serie además intenta darle un giro científico a la epidemia y coloca dos planos a un mismo nivel narrativo: el nivel de realidad y un nivel psicodélico de sueños, visiones y profecías en el que Murat trata de decodificar esos signos visuales para alcanzar alguna certeza sobre su inmunidad, adquirida mientras trabajaba para el gobierno en el Proyecto X, una grupo de investigación que la IA hizo desaparecer de sus archivos e intentó asesinar a sus integrantes. 

Hot Skull (Cráneo Febril)
Hazal Subaşı y Osman Sonant, Hot Skull (Cráneo Febril, 2022).

Chomsky en el país de los distópicos barrocos 

Ese estado de desvarío permanente y compulsivo que provoca el virus en las personas parece ser una versión sonora del lenguaje de los sueños, parecido al proceso que hace la poesía. “Si crees que la oración ‘Las verdes ideas incoloras duermen furiosamente’ no tiene sentido, pregúntale a Chomsky”, dice una voz en off en el episodio 2. Hot Skull se basa en la teoría del lingüista, filósofo y politólogo Noam Chomsky, que se centró en los procesos mentales del lenguaje como objeto de investigación para demostrar la capacidad de las personas para entender y producir oraciones. 

Según la hipótesis de Chomsky, los infectados de Hot Skull continúan hablando el mismo lenguaje, porque es la gramática la que determina la pertenencia de las oraciones al conjunto de la lengua. Ni la semántica (el sentido) ni la fonética permiten una operación similar. Si los sujetos pueden generar infinitas oraciones nuevas es porque en sus mentes hay un sistema innato que permite un uso creativo de las combinaciones de palabras y no su simple repetición.

Quizás ese desierto blanco que aparece en las visiones de Murat sea la representación de la tabula rasa (hoja en blanco) de la teoría lingüística que rivaliza con la de Chomsky, según la cual la mente nace vacía: sin cualidades innatas, los conocimientos y habilidades de cada ser humano provienen exclusivamente del aprendizaje. El director Mert Baycal crea un escenario psicodélico lleno de referencias bíblicas (el Árbol de la Vida, la manzana y la mujer -e incluso el personaje Haluk podría representar el mutismo de Dios-) y neurocientíficas con las que cuestiona la naturaleza del lenguaje y funcionan como las claves para entender la dinámica del virus en el cerebro.

Hot Skull cae a veces en su propia trampa de símbolos y enigmas y repite algunos clichés del género -incluso tiene su propio 5 de noviembre (V de Vendetta) con la represión policial en Kocaeli como trauma nacional-, pero la serie funciona por la combinación de una atmósfera distópica y un thriller policial y científico, con escenas lisérgicas que alteran las coordenadas del relato y arman un rompecabezas visual organizado sobre la acumulación de indicios, en la que cada sueño y cada visión de Murat funciona como el rastro de una acción y, a la vez, el signo de su misterio.

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