Crítica del episodio de The Idol episodio 1 – Pop Tarts & Rat Tales
Jocelyn es sexy, atrevida y un poco trastornada. Es alguien que es lo que ya no quiere ser: una estrella pop domesticada por la industria. Su vida y su música son de diseño, entretenimiento para las masas. Ella solo quiere una dosis de caos y honestidad en su trabajo. El episodio 1 de The Idol, la nueva serie salvaje de HBO, pone en escena el motín existencial de un ícono teen contra todo lo que la oprime en esa cárcel abstracta que es su carrera.
La secuencia inicial de The Idol define a Jocelyn de Liliy-Rose Depp: un primer plano de su cara, con un fotógrafo fuera de campo que enumera emociones para que ella las interprete. Es una metáfora poco sutil de su vida prefabricada, dirigida por otro, en la que lo natural se convierte en pose y el deseo queda sometido a una imagen comercial. Cuando ella se deja llevar por la espontaneidad del momento comienzan los problemas: mostrar las tetas no estaba en el contrato.
The Idol episodio 1 comienza como una radiografía cínica de la superficialidad del pop y del entorno de mercenarios disfrazados de productores, agentes de publicidad y managers de gira: Jocelyn es su Pigmaleon, cualquier expresión de su propia personalidad puede adulterar la redituable imagen pública que ellos crearon. Jocelyn solo puede ser sincera a través de su neurosis: un reciente colapso nervioso la alejó de los escenarios y ahora prepara su regreso con un disco que no le gusta y una gira con pocas entradas vendidas en la preventa.
Lily-Rose Depp y The Weeknd en The Idol episodio 1
Depp transmite una especie de incomodidad en la desesperación silenciosa de un personaje incapaz de tener el control de algo que le pertenezca. El caos de su vida privada es su respirador artificial, hasta que la fotografía de su cara maquillada de semen se viraliza y se alteran las coordenadas de sus necesidades. En una salida eufórica y llena de tequila conoce a Tedros de The Weeknd, el sórdido dueño un sórdido club nocturno, con facilidad para la frases de autoayuda motivadoras y un concepto del pop filtrado a través del BDSM.
Todo actor quiere ser músico y todo músico quiere ser actor, como si quisieran hacer algo en lo que no son buenos. Weeknd definitivamente no se suma a la lista de excepciones (Mick Jagger en esa maravilla del cine moderno que fue Performance, David Bowie, Tom Waits). Ofrece una interpretación vulgar y rígida para un personaje que se autopercibe carismático y perverso pero que resulta una versión aún más misógina de las 50 Sombras de Grey.
Tedros cambia el eje del relato llevándolo al terreno de una fantasía porno romántica masculina subrayando las deficiencias de Jocelyn, que canjea la sumisión impuesta por su carrera por otra clase de sumisión: una liberación tercerizada, dirigida por otro, a través de los poderes terapéuticos una sexualidad border.
The Idol episodio 1 y el sexo como provocación
La escena final con ella de Caperucita a merced del lobo bondage se siente demasiado forzada y manipuladora. El sexo ya no es sinónimo de provocación: la mercantilización de los cuerpos es propiedad de las redes sociales. El problema de The Idol episodio 1 no es moral sino estético. Si el cine postmoderno hipervisibiliza el cuerpo y lo expone como un territorio desconocido donde se busca la propia identidad (La Vida de Adele, Love, Joven y Bonita, Nymphomaniac), Levinson apuesta por una concepción voyeurista del desnudo y del sexo como una puesta en escena.
The Idol es una serie que se toma en serio sus propias ideas sobre el artificio y la superficialidad, pero cae en su propia trampa ideológica. Si el comienzo es atrevido como sátira sulfurosa de la fama (¿”Estás romantizando la enfermedad mental”?) con una crisis existencial que amenaza todo a su alrededor, a partir de la mitad del episodio 1 se disuelve en un catálogo light del caos y los excesos de una diva pop, que intenta menos explorar la complejidad de los personajes que ser una provocación vintage para “gente de internet con estudios universitarios”.
TRAILER | THE IDOL