Dicen que el capitalismo devora todo lo que toca. También los relatos que intentan desnudarlo. También, por supuesto, El Juego del Calamar. Hay algo irónico en el destino de esta serie que nació denunciando la voracidad del sistema y terminó convertida en el producto más exitoso de Netflix. La paradoja es casi perfecta: la crítica al sistema se transforma en el mayor éxito del sistema. Y ahora vuelve, inevitablemente, convertida en su propia secuela.
Gi-hun (Lee Jung-jae) regresa en El Juego del Calamar 2. El ganador de los últimos juegos, el padre fracasado devenido en millonario con conciencia, el que decidió no subirse a ese avión que lo llevaría con su hija. Vuelve obsesionado, enloquecido, gastando fortunas para encontrar al Reclutador en las estaciones de subte de Seúl. Busca venganza. Busca justicia. Busca algo que le dé sentido a toda esa muerte.
No está solo en su obsesión. El policía Hwang Jun-ho (Wi Ha-joon) también busca. Dirige el tránsito durante el día, pero en sus ratos libres navega por el mar buscando la isla donde perdió a su hermano. Donde su hermano se convirtió en el Front Man, el rostro visible de toda esta locura.
La pregunta es obvia: ¿por qué volvería alguien a jugar después de sobrevivir al infierno? El Juego del Calamar 2 se toma su tiempo para responder. La primera temporada nos metió de lleno en el juego. Esta nueva entrega se demora. Explora las consecuencias. Muestra el detrás de escena. Los médicos, los soldados, los francotiradores que hacen posible este circo macabro.
El Juego del Calamar 2 es, ante todo, un espejo de nuestros tiempos: la historia de cómo una obra nacida desde los márgenes —una serie coreana de crítica social— se convierte en un producto mainstream que debe responder a las expectativas de un público global. Es la crónica de una domesticación.
Las nuevas reglas de El Juego del Calamar 2
Cuando por fin llegamos a los juegos, algo ha cambiado. La Luz Roja, Luz Verde sigue ahí, pero todo lo demás es nuevo. Incluidas las reglas. Ahora, después de cada juego, los participantes votan: seguir jugando o repartirse el dinero acumulado y salir con vida.
Es un cambio que lo cambia todo. La solidaridad entre jugadores —esa que hacía tan potente la primera temporada— se rompe. Ahora hay dos bandos: los que quieren irse mientras pueden y los que siempre quieren “un juego más”. Como en el capitalismo mismo. Es una metáfora casi demasiado evidente: la serie misma está atrapada en ese dilema. ¿Seguir jugando o retirarse con la dignidad intacta?
El problema de El Juego del Calamar 2 es que los juegos ya no son el centro. Son apenas pausas en un drama social que se parece demasiado a Survivor. Alianzas, traiciones, política de pasillo. En siete episodios solo hay tres juegos. La adrenalina se diluye.
Los nuevos personajes de El Juego del Calamar 2
Los nuevos personajes son un catálogo de nuestro tiempo: está el cripto-bro que lo perdió todo, el rapero llamado Thanos —sí, como el villano de Marvel—, la mujer trans que busca dinero para su transición —interpretada, polémicamente, por un actor cis, aunque la serie maneja el tema con sorprendente sensibilidad—, la madre y el hijo inseparables, la embarazada que oculta su estado. Son arquetipos, sí, pero arquetipos que hablan de nuestro presente, de nuestras ansiedades, de nuestros miedos.
El Front Man (Lee Byung-hun), el antagonista enmascarado, tiene más protagonismo esta vez. Su presencia crece como crece la sombra del sistema sobre la serie. Ya no es solo el villano: es el símbolo de cómo el espectáculo devora la crítica, de cómo el entretenimiento neutraliza el mensaje.
En El Juego del Calamar 2, la producción es más grande, más brillante, más espectacular. Los juegos son más elaborados, los decorados más impresionantes, la violencia más coreografiada. Es lo que pasa cuando tienes éxito: todo tiene que ser más grande. Pero en ese “más” se pierde algo. La urgencia de la primera temporada, esa sensación de estar viendo algo nuevo, algo que necesitaba ser dicho.
Los juegos siguen siendo brutales, pero hay menos muertes. La primera temporada nos hacía encariñarnos con los personajes para luego matarlos sin piedad. Era brutal. Era efectivo. Era el punto. Esta vez la muerte aparece, pero medida, controlada. Como si alguien hubiera decidido que necesitamos más sobrevivientes para la tercera temporada.
La serie sigue siendo adictiva, sigue siendo un espectáculo fascinante. Pero ya no es una sorpresa. Ya no es una revelación. Es un producto bien hecho, bien actuado, bien producido. Es entretenimiento de primera clase. Y esa es, quizás, su mayor tragedia.
Hwang Dong-hyuk dirige todos los episodios. Su mirada sigue siendo precisa, su control sobre el material impecable. Los nuevos juegos son ingeniosos, los nuevos personajes son interesantes, las nuevas tramas son atrapantes. Pero falta algo. Falta esa rabia original, esa urgencia, esa necesidad de contar algo que nadie estaba contando. Ahora todos cuentan historias sobre la desigualdad, sobre la codicia, sobre el sistema. El Juego del Calamar ya no es la excepción: es la regla.
La serie se ha convertido en su propio juego: un espectáculo que debe seguir siendo relevante, seguir atrapando la atención del público, seguir generando conversación. Y como en el juego del calamar, el precio de la supervivencia es alto.
El Juego del Calamar 2: espectáculo vs. mensaje
La actuación de Lee Jung-jae sigue siendo notable. Pero su personaje ya no es el mismo. Ya no es el perdedor que no tiene nada que perder. Ahora es un hombre con una misión, un héroe en busca de venganza. Es un arco narrativo más convencional, más hollywoodense. Más seguro.
La verdadera pregunta no es si esta segunda temporada es mejor o peor que la primera. La verdadera pregunta es si podía ser otra cosa. Si existía alguna manera de hacer una secuela que no traicionara el mensaje original. La respuesta, probablemente, es no. El Juego del Calamar 2 es exactamente lo que tenía que ser: un espectáculo brillante, un producto eficaz, una secuela que cumple con las expectativas. Y en ese cumplimiento está su fracaso. Ya no es una voz que grita en el desierto: es parte del coro. Ya no es una revolución: es una marca.
¿Era imposible igualar el impacto de la primera temporada? Seguramente. El Juego del Calamar original no tenía expectativas que cumplir. Era una sorpresa. Un golpe en la mesa del streaming global. Esta segunda temporada carga con el peso de su éxito. Como segunda temporada, cumple. Como primera parte de un final, promete. El problema es que ya no estamos jugando el mismo juego.
DISPONIBLE EN NETFLIX.