En El Hoyo 2 (2024) de Netflix, Galder Gaztelu-Urrutia regresa al universo alegórico carcelario de la primera entrega de 2019 para profundizar en las grietas filosóficas, políticas y éticas del primer experimento. Si en la primera película el director se proponía diseccionar las estructuras de poder y desigualdad a través de una alegoría brutal y explícita, El Hoyo 2 no solo expande su distopía social, sino que cambia las reglas lo suficiente como para enviar un nuevo mensaje más oscuro, íntimo y desesperanzador.
La prisión vertical que vimos en El Hoyo continúa siendo el escenario principal de la secuela. Cada celda tiene un agujero rectangular por el que cada día una plataforma con comida desciende desde lo más alto de la prisión hasta los niveles inferiores. Que haya suficiente alimento para los 316 pisos depende de que ningún prisionero coma más de lo que le corresponde.
En el nivel 24 están los nuevos compañeros de celda, Perempuán (Milena Smit) y Zamiatin (Hovik Keuchkerian), que deben aprender rápidamente el sistema que prevalece ahora en la cárcel: la Revolución Solidaria implementó una estricta red de control para intentar garantizar que la mayor cantidad de personas coma. “Matamos para construir un futuro en el que nadie mate a nadie”, dice uno de los personajes, mientras revela un régimen pseudo fascista en el que la gente es salvajemente castigada si no cumple la ley básica: comer sólo lo que pidió antes de ingresar. “Sólo el miedo somete a las bestias”.
La metáfora del Hoyo 2: entre la política y la condición humana
La tensión de El Hoyo 2 no surge de intentar comprender cómo funciona la prisión en sí, sino de navegar por el sistema impuesto por la gente que está dentro de ella. Los pisos ya no son simplemente niveles de jerarquía económica y social, sino capas de significado cada vez más impenetrables, más abstractas, donde la justicia social choca con la naturaleza egoísta de la humanidad. El hoyo, más que una cárcel física, parece ahora una manifestación tangible del alma humana, donde los deseos, los miedos y las violencias se perpetúan sin final ni propósito.
Los personajes que habitan este mundo, moviéndose entre sombras y luces artificiales, parecen figuras condenadas a la repetición eterna de los mismos gestos, las mismas traiciones y avaricias. La pareja del piso 24 entra en conflicto con el autoproclamado “ungido” y su fuerza de choque, que insisten en una aplicación fundamentalista de las reglas (por ejemplo, que si un prisionero muere, su comida debe ser desechada, no redistribuida).
La Revolución Solidaria introduce un cambio a nivel sociológico que permite que la metáfora central de El Hoyo 2 entre en estado de mutación permanente: la injusticia inherente al capitalismo, la viabilidad de la igualdad social, el adoctrinamiento de la religión, la violencia como manifestación primaria de la naturaleza humana, la libertad entendida a través del interés personal en perjuicio de otras. Galder Gaztelu-Urrutia analiza todos estos temas en una caótica y sangrienta película que incluye canibalismo armado, historias de fondo surreales y otras formas de esperpento visual y narrativo.
En El Hoyo 2, la estructura de la cárcel refleja no sólo una sociedad en descomposición, sino una humanidad fragmentada, como si la arquitectura misma del lugar hubiera interiorizado la podredumbre moral de sus habitantes.
Una secuela que trasciende el original
Donde la primera película la realidad no podía ser cambiada (pero sí descifrada), donde el concepto de libertad se desvanecía a medida que se encuentra con las paradojas internas del sistema, El Hoyo 2 plantea preguntas directas sobre la naturaleza del poder y la desigualdad —¿cómo respondemos ante la injusticia cuando somos víctimas o beneficiarios del sistema?—. En este universo, la rebeldía es castigada y la adaptación parece la única forma de sobrevivir.
En El Hoyo 2 Gaztelu-Urrutia consigue llevar la metáfora a un nivel aún más complejo, una señal de que el director español está más interesado en la ficción especulativa que en predicar sobre los temas de la película. Si la primera entrega era una alegoría política evidente —un comentario sobre las jerarquías sociales, la escasez de recursos y la brutalidad del capitalismo—, en la secuela el hoyo se convierte en un sistema opresivo, como si la justicia sólo fuera viable a través de métodos fascistas.
El hoyo sigue es infinito, y su estructura, su verticalidad, parece aludir a una especie de infierno dantesco donde no hay posibilidad de ascenso o descenso, sólo de supervivencia dentro de un ciclo repetitivo e interminable.
El Hoyo 2 es una obra que, lejos de repetir la fórmula de la primera película, se arriesga a explorar nuevos territorios temáticos. Gaztelu-Urrutia ha creado una secuela que no solo amplía el universo distópico que conocimos en El Hoyo, sino que lo transforma en un espacio más complejo, más desolador, y, en última instancia, más humano. La película es una meditación sombría sobre la condición humana, donde la moralidad, la resistencia y la esperanza se desmoronan bajo el peso de un sistema implacable que no ofrece redención ni salida.
El Hoyo 2 está disponible en Netflix.