Vértigo (Fall): desesperación y acrofobia
Hunter (Virginia Gardner) es una de esas personas diseñadas por los manuales de autoayuda, que maneja 200 palabras y casi todas las usa para decir frases prefabricadas de superación personal; su amiga Becky (Grace Caroline Currey) es una de esas personas que parecen estar ante una verdad revelada cuando Hunter dice: “si no vences tu miedo, el miedo te vencerá a tí”.
Fall (Vértigo) tiene a dos personajes débiles en un entorno fuerte y hostil: chicas saludables y estúpidamente imprudentes que suben a una torre de 600 metros de altura como una forma de terapia alternativa: Dan, el esposo de Becky, murió hace un año mientras los tres hacían alpinismo. Ella entra en una espiral de autodestrucción llena de alcohol y llamadas al celular todavía activo de Dan, un refugio de soledad y aislamiento que la llevan a alejarse de su padre (Jeffrey Dean Morgan).
Hunter aparece en su puerta con la propuesta que no puede rechazar: subir a una torre B67 abandonada en medio del desierto de California -la tercera construcción más alta de Estados Unidos- para cicatrizar heridas y tirar desde la cima las cenizas de su marido. “Si tienes miedo a la muerte, no tengas miedo a vivir”.
La fotografía de MacGregor y el CGI hace que la película sea lo que busca ser: una experiencia de shock cinematográfico, sostenido por un tratamiento visual inmersivo de ansiedad acrofóbica. La parte del ascenso funciona en sus propios términos, con planos de altura, perspectivas, temeridad absurda y una estructura de hierro oxidado que se resiente poco a poco. Cuando la escalera se separa de la torre y Hunter y Becky quedan atrapadas en lo alto, Vértigo entra en una zona previsible de desesperación en aumento e intentos fallidos de comunicación con tierra.
El director Scott Mann toma elementos del terror psicológico para hacer de la espera una odisea emocional: buitres que huelen heridas, traiciones del pasado que salen a la superficie, alucinaciones y sueños que aumentan el factor de inestabilidad de Becky. Pero la disposición de los recursos narrativos se siente forzada para hacer cerrar un guion sin espesor ficcional y con actuaciones irregulares que pocas veces alcanzan el grado de verosimilitud que este tipo de películas necesita.
¿Es Vértigo una metáfora de mujeres empoderadas escalando el falo gigante del patriarcado? Vértigo no es de esas películas. De hecho, contradice sus propias premisas: Becky parece incapaz de seguir su vida sin su hombre; Hunter es una escotada youtuber con 60 mil seguidores que su carisma, sus frases empalagosas – “hay que aprovechar cada momento, hacer algo para sentirte vivo”- y una evidente pulsión de muerte, parecen esconder sólo a una chica necesitada de atención.
Vértigo es dos películas: cuando intenta ser un drama de supervivencia, cae en una zona gris de motivaciones absurdas; cuando se dedica a ser una película de lo extremo, su fotografía se transforma en un ensayo adrenalínico y cruel, en el que la escala y el alcance de la torre se sienten en el cuerpo y logra el efecto vertiginoso que se propone con imágenes palpables de un infierno rodeado de aire.
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