Crítica The Crow 2024
El reinicio de The Crow es un intento actualizar el culto que rodea a la película homónima de 1994. Sin embargo, esta nueva versión dirigida por Rupert Sanders se distancia del estilo del largometraje original: el teatro expresionista de Alex Proyas -que compensaba con una saturación de efectos la ausencia de su actor estrella Brandon Lee– e incluso el pulso gótico que definía a los personajes, son ahora eliminados en favor de una extraña mezcla de thriller urbano sobre un fondo de romance emo-sobrenatural. Aquí no hay ningún fantasma que esconder: al contrario, se trata de erigir nuevas figuras capaces de exhumar el mito sin competir con él.
Eric Draven (Bill Skarsgård) tuvo una de esas vidas difíciles con destino de clínica de rehabilitación. En esta oscura instalación conoce a su alma gemela, la igualmente arruinada Shelly (FKA Twigs) . “¿Crees que los adolescentes angustiados nos levantarán altares?” susurra ella a su amante mientras miden su amor y el abismo al borde de un puente. The Crow, en definitiva, es la batalla cíclica entre Eros y Thanatos, donde la pulsión de muerte está cosida a la piel y la llegada del Otro provoca un motín existencial contra todo lo que nos había definido hasta ahora. Hasta que, de nuevo, la muerte.
El prólogo de The Crow 2024 despliega un romance iniciático al estilo Crepúsculo como un tedioso camino hacia su inevitable tragedia, proporcionada por el dueño de la ciudad, Roeg (Danny Huston), un prototipo de hombre rico y poderoso, pero que también es un demonio que recolecta almas para extender su vida en la Tierra.
La película se propone desgarrar el cuerpo del fantasma Eric Draven de todas las formas imaginables, mientras se compromete en un negocio de venganza a través de un confuso pacto con un ser divino (Sami Bouajila) que lo vuelve inmortal. No solo es el ángel negro de un plantel de freaks de Detroit de 1994 que pelea en nombre del amor, sino que también está buscando salvar el alma de Shelly del infierno.
La transformación de Eric se revela sobre todo como una cuestión de apariencia (en sentido amplio: ropa, tatuajes, maquillaje). Sanders se inclina por favorecer la trayectoria formal del héroe, relegando el estallido de violencia hiperbólica en el último tercio de la película: El Cuervo ya no es arlequín triste de Brandon Lee, sino un simulacro de Joker de Jared Leto. Frente a la oscuridad del mundo, se siente ante todo hot. Skarsgård lo da todo, pero tiene poco que hacer con la falta de espesor ficcional de su personaje: es más una pose que un protagonista.
The Crow 2024 también quiere poner en escena una especie de lucha generacional. Frente al mundo glacial de los adultos, se alza la inocencia y la emotividad de los “jóvenes”. Si la versión de Proyas fue un producto postmoderno que se convirtió en un retrato de los años 90’s alternativos con música industrial y un diseño sórdido, apocalíptico y gótico, la nueva versión aspira a representar a la juventud torturada del siglo XXI con un violento monólogo de depresión maquillada.
The Crow 2024 se cuida de no mezclar legados y homenajes e invierte su escaso ingenio en dosis de masivas pólvora y mutilaciones, demostrando que, a veces, es mejor estar muerto.