La película Phil Spector (David Mamet, 2013) y el documental que ahora estrena Starz, Spector, quizás den una definición de lo que es una celebridad: un famoso es aquel que cuando es acusado de un delito, la sociedad lo juzga desde el momento preciso en que el suceso es noticia según valore o desprecie su trabajo, su apariencia o su personalidad. No es una cuestión de conocer personalmente al involucrado, de las pruebas que haya o del contexto en que suceda: es una cuestión de piel.
Si la película de Mamet -con un enorme Al Pacino interpretando a Spector- mostraba la personalidad excéntrica del freak que cambió para siempre la industria de la música y ponía en escena el debate de si era un femicida a través de la mirada de la abogada (Hellen Mirren) y su convicción de que la falta de pruebas absolvería a su cliente, la serie de 4 capítulos de Don Argott y Sheena M. Joyce busca en la historia personal de Spector una explicación a su genialidad atormentada y su brutal decadencia cuando Lana Clarkson es encontrada muerta en su casa el 3 de febrero de 2003.
Pero además,Spector hace foco en Clarkson para mostrarla como una persona real, más allá de la etiqueta víctima trágica y el epíteto “actriz de películas clase B” que los medios utilizaron durante los meses que duró el juicio. No suele suceder con las víctimas anónimas de una celebridad: que haya un detallado registro de su vida. Clarkson tuvo una carrera de 25 años en los márgenes de Hollywood y en Europa como modelo y actriz. Tenía 40 años cuando fue a la casa-castillo del productor.
El primer capítulo es un recorrido por el infierno familiar de Spector, desde el suicidio de su padre cuando tenía 9 años a los problemas mentales de su madre y su hermana. La locura en el ADN que el productor sublimó en la música pero que retornaba con su alcoholismo. La muerte de su padre parece haberle tatuado una fobia al abandono que se tradujo en situaciones violentas para no quedarse solo y en una obsesión por el dominio absoluto de las situaciones. Gracias a esa manía controladora Spector hizo de la grabación de discos un arte sofisticado y redefinió lo que era una canción pop.
Gracias a esa manía, seguramente mató a Lana Clarkson.
La primera parte de Spector es un retrato de su vida, su violencia, su neurosis y su música. El principal entrevistado -y el más interesante-de la miniserie es Mick Brown, el periodista que le hizo una entrevista a Spector después de 25 años de silencio mediático. El encuentro fue tres semanas antes de la tragedia. Se publicó horas antes de que Spector regresara al noctambulismo de Los Angeles y terminara en su casa con Clarkson, la recepcionista del bar vip House of Blues. Hacía una década que vivía recluido en su castillo.
Con un formato demasiado estándar -que incluye dramatizaciones y permanentes inserts que sirven para que nunca se olvide que hubo un asesinato o suicidio- y entrevistados más interesados en hablar de su tiempo de gloria que en Spector, el documental, sin embargo, mantiene cierta coherencia interna sobre la carrera de Spector -de su primer hit con The Teddy Bears a Be my Baby, de Tina Turner a The Beatles- y presenta al hacedor de una música inolvidable, su carisma sofisticado y su sordidez neurótica.
Los episodios 2 y 3 muestran las dos caras de la industria del entretenimiento. Por un lado, una hagiografía de Clarkson hecha por familiares y amigos, películas bizarras y videos caseros que muestran una mujer hermosa y carismática que intentaba reinventarse permanentemente y ser tomada en serio por una industria que nunca lo hizo.
Por otro, las entrevistas a quienes conocieron o trabajaron con Spector tienen un factor común: se puede sentir esa mezcla de fascinación y repulsión que generaba el productor a su alrededor: el genio demente que creaba arte al tiempo que destruía vidas. Esa obsesión por el control que se traducía en un desgastante intento de buscar la perfección y que podía llegar a los límites de la violencia psicológica. Cuando no alcanzaban las palabras, Spector solía sacar un arma como método de persuasión.
Los que pasó la noche del 3 de febrero de 2003 sólo Phil Spector lo sabía. Lana Clarkson murió de un disparo en la boca en su casa, pero el productor nunca reconoció haberla matado. Dijo que que fue un suicidio. La última parte del documental se centra en el juicio, en las inconsistencias de las pruebas, que a Spector no solo se lo juzgaba por asesinato sino por su excentricidad y por los errores recientes de la Justicia: las absoluciones de O.J. Simpson y Robert Blake.
Pero Spector no busca exonerarlo y presenta a un hombre brillante pero desequilibrado, violento y fóbico, genial y peligroso. La serie es una autopista de dos direcciones, en la que el hombre y su música se encuentran con una mujer y una condena por asesinato. “Qué horrible destino para una leyenda”, dice el músico Paul Shaffer, y esas palabras quedan resonando como el epitafio de Spector. Pero a esa oración le faltan los excesos impulsivos del lado oscuro del genio: qué horrible destino para una mujer.
