Una ciudad pequeña. Un hombre pequeño. Un gesto pequeño. Así es como se construye la historia, así es como se pelea al poder en Small Things Like These (2024). Bill Furlong reparte carbón en New Ross, condado de Wexford, Irlanda, 1985. El invierno muerde, la miseria se pega a las ventanas como esa suciedad que Bill no puede sacarse cada noche de sus manos, antes de sentarse a cenar con sus cinco hijas.
Cillian Murphy —después de interpretar a Robert Oppenheimer, el físico que partió el átomo y el mundo en dos— aquí parte algo más íntimo: nuestra conciencia. Sus ojos, esos ojos que parecen pozos de agua helada, cargan el peso de los secretos que todos conocen y nadie nombra. Murphy construye a Furlong desde el silencio, desde esos gestos mínimos que dicen más que mil gritos.
La Irlanda de los ochenta todavía era un país atrapado en las redes del poder eclesiástico. Las campanas de la iglesia que abren y cierran la película son más que un sonido: son el latido de una institución que controla la vida, la muerte y todo lo que había en medio. Y en medio están los Magdalene Laundries, esos asilos-prisiones donde encierran a las “mujeres caídas”, a las madres solteras, a las que se atreven a ser diferentes. Las monjas las explotan, les roban a sus bebés, las convierten en fantasmas de sí mismas.
Small Things Like These de de Tim Mielants
Tim Mielants, el director belga, filma New Ross como quien mira a través de un cristal empañado. La cámara se mueve en círculos, como si estuviera atrapada en el mismo ciclo vicioso que sus habitantes. Las calles estrechas, las casas apretadas, la omnipresente silueta del convento: todo conspira para crear una atmósfera de claustrofobia moral.
Small Things Like These transcurre en Navidad, pero aquí no hay lugar para el espíritu festivo. Los adornos navideños parecen una burla cruel frente a la miseria, frente a lo que sucede tras los muros del convento. Emily Watson, como la Hermana Mary, es la encarnación de ese poder que sonríe mientras amenaza. Su interpretación es un ejercicio de terror contenido: ofrece té y pasteles con la misma naturalidad con que destruye vidas.
Furlong tiene sus propios fantasmas. La Navidad le pega como un cross a la memoria. Se levanta de noche, hace té, mira por la ventana como quien busca respuestas en la oscuridad. Algo le sube por la garganta: no son palabras, son recuerdos de un niño criado por una madre soltera, salvada del Magdalene Laundries por la bondad de una mujer rica. Bill se acuerda: él también fue pobre, él también pidió un rompecabezas para Navidad y le dieron una bolsa de agua caliente porque el frío no pregunta si tenés con qué calentarte.
Furlong tiene esposa —Eileen (Eileen Walsh)—, tiene hijas —muchas—, tiene deudas —como todos—. Las niñas estudian en el colegio de la iglesia porque así son las cosas en esta Irlanda donde Dios todavía decide quién estudia y quién no, quién se casa y quién no, quién existe y quién no. Las cinco hijas de Furlong son cinco razones para callar, para mirar hacia otro lado como hacen todos.
Y entonces pasa lo que tenía que pasar, lo que siempre estuvo ahí, esperando. Llega temprano a entregar el carbón a las monjas y encuentra a una chica temblando en el galpón. Ve a las pupilas: son esclavas, son fantasmas, son su madre. Ve el pasado que no fue, el futuro que podría ser: sus hijas también son mujeres en esta tierra donde ser mujer es casi un pecado.
¿Qué hace un hombre bueno cuando descubre que vive en un sistema malo? ¿Qué hace cuando el silencio es cómplice pero hablar significa poner en riesgo a su familia? Hay cosas que, una vez vistas, no pueden ser ignoradas. La conciencia es como el carbón que Furlong reparte: mancha, pesa, quema. Y a veces, solo a veces, ilumina.
Cillian Murphy cambia el mundo
Small Things Like These está basada en la novela corta de Claire Keegan, y mantiene esa economía de palabras que hace que cada silencio sea ensordecedor. El guion de Enda Walsh preserva la precisión del texto original: aquí no sobra ni falta nada. Cada escena es como un ladrillo en un muro que se construye para ser derribado.
La fotografía de Frank Van den Eeden captura la cualidad específica de la luz irlandesa en invierno: esa claridad turbia que apenas alcanza para distinguir el bien del mal. Los interiores son cuevas donde los secretos se esconden en las sombras, donde el fuego de la chimenea no alcanza para calentar el frío moral que se cuela por las paredes.
Las Magdalene Laundries existieron en Irlanda hasta 1996. Miles de mujeres pasaron por sus puertas, muchas no salieron nunca. Sus historias son una mancha en la conciencia de un país que prefirió mirar hacia otro lado. Small Things Like These no es solo una película sobre el pasado: es un espejo donde podemos ver nuestro propio rostro, nuestras propias complicidades, nuestros propios silencios.
La última vez que suenan las campanas en la película, ya no suenan igual. Ya no son el llamado a la oración: son el sonido de un poder que se sostiene sobre el silencio de los buenos. Y ahí está Bill Furlong, repartiendo carbón en las calles heladas de New Ross, cargando el peso de lo que sabe, de lo que ve, de lo que ya no puede ignorar. Y ahí estamos nosotros, mirando, preguntándonos qué haríamos en su lugar.
En Small Things Like These no hay grandes gestos, no hay discursos grandilocuentes, no hay héroes de película. Solo está Bill Furlong, un hombre pequeño en una ciudad pequeña, haciendo una cosa pequeña que cambia el mundo.