La ciencia ficción y el terror son los géneros que mejor exponen las fobias y obsesiones de una cultura. La película alemana Paradise (disponible en Netflix) es un thriller sci-fi que recorre los tropos gastados del sistema -un mundo diseñado por y para los ricos, la falta de ética de las corporaciones, la búsqueda irracional de status, los pobres como material descartable- a la vez que corre los límites del capitalismo: la capacidad de comprar el tiempo de los desesperados.
Si para Borges la inmortalidad es una maldición, en un futuro cercano la investigación científica logró reescribir su Historia de la Eternidad: Aeon es una poderosa corporación que compra años de vida lumpen para transfundirlos a clientes genéticamente -y económicamente- compatibles. ¿Cuánto vale el tiempo de los que no tienen nada? Para Aeon, 15 años es el equivalente a 700 mil euros. La ecuación es fácil: si sos pobre, vivirás menos… pero mejor.
Si la ciencia ha logrado extender la vida -la vejez- de las personas pero no la calidad de esa vida, Paradise da un paso más y plantea cómo sería un rejuvenecimiento contra natura, en la que unos pueden comprar el tiempo de los demás. La primera parte de la película es un manifiesto progre sobre los peligros de una biotecnología que abre aun más la brecha entre quienes tienen dinero y quienes no.
Una tecnología que ha hecho del tiempo una commodity más, usada por los pobres para pagar sus deudas y por los ricos para extender sus vidas -una trama que recuerda demasiado a In Time de Andrew Niccol-. Los temas están expuestos de manera bruta, con poco lugar para la reflexión, un subtexto filosófico-sociológico sobre las castas de toda sociedad capitalista, sobre quiénes son importantes -y merecen vivir más- y quienes son desechables en un mundo en el que todo se ha convertido en una mercancía.
Paradise (Netflix) y los límites del capitalismo
Max (Kostja Ullmann) es un empleado modelo de Aeon, el conocedor de las vulnerabilidades de los pobres, el que camina los barrios bajos en busca de donantes -los eufemismos que construyen el discurso del capitalismo-. Un hombre obsesionado con el status, que vive por encima de sus posibilidades en un departamento de lujo hipotecado con 40 años de la vida de su esposa Elena (Marlene Tanczik). Un incendio hace que tengan que pagar su deuda.
Paradise -un título hiperbólico y sin sentido- se convierte en un thriller distópico cuando Max se decide a recuperar los años perdidos de Elena, una road movie que recorre los países de una Europa del Este habitado por guerrillas, clínicas clandestinas y campos de refugiados. La película entra en zona de confort genérica con secuestros, tiroteos, giros ad hock y cambios abruptos de personalidad. Es una película única en su especie: una versión estadounidense saturada de actores clase-A la podría mejorar.
Si el director Boris Kunz se había dedicado en el incipit a construir un mundo oscuro lleno de interrogantes morales, la segunda parte de la película evita las implicaciones de esta sociedad con una escritura lacónica y minimalista en favor de los tropos de acción y suspenso. No logra tomarle el pulso a los personajes, que se sienten meros dispositivos para hacer avanzar la trama. Aún así, la interrogación íntima por la inmortalidad circula por los agujeros del relato como una reserva ética que funciona para cuestionar el mundo contemporáneo.
Paradise está disponible en Netflix.