Crítica Men de Alex Garland
Philippe Garrel dijo que el cine era Sigmund Freud + los hermanos Lumière. Alex Garland le sumó el #metoo y CGI para hacer reflexiones contemporáneas sobre la feminidad. Su obra gira en torno a mujeres atrapadas en un entorno hostil, en el que son puestas a prueba -física, emocional o psicológicamente- en odiseas de autodescubrimiento para chicas empoderadas. Men (Terror en las Sombras) es un teatro de la mente que materializa el trauma de Harper (Jessie Buckley), una mujer recién separada que descubre que es más fácil abandonar a un marido manipulador que divorciarse de un fantasma.
La noción de duelo es esencial para delimitar el campo de lo visible en Men. Porque Harper no sólo está atravesando una separación de pareja, sino también el desorden psíquico provocado por ver el suicidio de su ex -¿o fue un accidente?- después de la pelea en la que ella le comunicó que se quería separar y él que se iba a matar si lo hacía.
La película es una puesta en escena del inconsciente de Harper a través del prisma del terror moderno, y se nuclea en torno a estos procesos singulares de elaboración o de rechazo del pasado, en la conmoción que provocan las contenciones o el rebrote de la memoria en su forcejeo con los cuerpos y las identidades de los sujetos.
Harper alquila una casa antigua en las afueras de Londres para intentar curar sus heridas psicológicas, pero es asaltada por flashbacks de los últimos momentos de la pareja -llenos de chantaje emocional-, por el cruce de miradas cuando él caía al vacío mientras ella miraba horrorizada por el balcón. Freud distinguía entre el luto y la melancolía: el luto supone renunciar al objeto perdido mientras que la melancolía implica aferrarse morbosamente a él. Harper está encerrada en su propia neurosis, condenada a revivir su sentimiento de culpa frente a un hombre cuya influencia es más intensa más allá de la muerte.
Garland está menos interesado en contar la historia de Harper que en profundizar en su psique mediante la combinación de elementos bíblicos, estética surrealista y terror corporal. Men está rodada con precisión milimétrica, con la habitual atención a las formas del director, a los cromatismos hipnóticos cercanos al LSD, a los mecanismos básicos del género que subvierte en favor de un enfoque menos frontal, más intimista e intelectual: en Men ya no se puede diferenciar el adentro del afuera y no se sabe con certeza si lo que estamos viendo es el retorno de lo Real, si Harper está en el sueño de otro o en su propia pesadilla.
Jessie Buckley (I’m Thinking of Ending Things, The Lost Daughter, Women Talking) se transformó en una de las caras más reconocibles del indie, y en Men da una actuación antológica llena de angustia contenida e inestabilidad emocional ante el acoso de sus recuerdos, que toman forma como proyecciones fantasmáticas del Hombre en distintos roles sociales. Porque Harper llega a la tranquila campiña inglesa sólo para encontrarse en un pueblo que parece estar habitado exclusivamente por estereotipos masculinos (todos interpretados por Rory Kinnear) que pasan de la amabilidad forzada inicial a la misoginia y al intento de femicidio.
Kinnear puede hacer de un grotesco propietario, de policía, de niño maleducado o de párroco sexista (que acusa a Herper de ser “experta en carnalidad”, la culpable de la muerte de su ex marido), pero le da a todos los personajes el mismo aire de desequilibrio perverso, una presencia amenazante que se multiplica como un síntoma del patriarcado.
La productora A24 sigue intentando salvar al cine de su anemia formal y creativa con propuestas innovadoras, mientras el escritor / director Alex Garland se posiciona como uno de los autores más interesantes de la nueva ola del terror con su tercera película -después de esa maravilla sci-fi Ex Machina (2014), también para A24, y la tropa femenina de la alienígena Innihilation (2018)-. El ritmo metódico, una cinematografía psicodélica, el preciso diseño de sonido y los vívidos efectos visuales funcionan en conjunto para crear una tensión que va de menor a mayor, y en el que todo elemento -aunque no siempre- converge hacia su propio sentido o utilidad narrativa.
En general, el adjetivo pretencioso en el cine es mal utilizado por los básicos que critican lo que no pueden entender. ¿Qué es una película sin pretenciones? Entretenimiento vacío y sobreexplicado, que subestima la capacidad del espectador para imaginar.
Pero Men es pretenciosa porquefalla en lo mismo que la hace funcionar: un tratamiento visual arriesgado que la transforma en una experiencia visceral, pero que se excede en su propio formalismo lleno de metáforas y alegorías que intentan disfrazar de artístico y complejo las pocas ideas originales que circulan por los agujeros del relato.
Freud sostuvo que la única posibilidad de olvido es el recuerdo, que constituye la condición que permite al aparato psíquico delimitar el pasado para que el trauma no tienda a repetirse compulsivamente. Como Solaris y Stalker (Andréi Tarkovski, 1972, 1979) –dos de las mejores películas de la historia- Men busca su condición de misterio en la materialización orgánica del inconsciente. Si falla como discurso feminista es poderosa como una inquietante exploración del dolor, mientras recorre un arduo camino hacia la curación.
Dirección y Guion: Alex Garland Fotografía: Rob Hardy Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury País: Reino Unido Año: 2022 Duración: 100 min. Con Jessie Buckley, Rory Kinnear, Paapa Essiedu, Gayle Rankin.