MadS, la ópera prima de David Moreau, es un tour de force por los abismos de una locura contagiosa. La película abre con una escena que podría ser parte de cualquier fábula de terror suburbana: un joven de 18 años, Romain (Milton Riche), estaciona su auto en una carretera secundaria: un cigarrillo mal apagado manchó la tapicería de su auto de lujo. Una mujer vendada, herida, maníaca, sube al coche y comienza a autolesionarse. En medio de esa danza macabra, parece transferirle a Romain una infección que convertirá su cuerpo y su mente en un infierno privado.
Este encuentro entre dos extraños —la joven mutilada y Romain, perdido en la paranoia de una droga mal administrada— es el comienzo de una noche que se desarrolla en un escenario impreciso, entre la realidad y la alucinación.
MadS, la película de terror francesa filmada en plano secuencia
Pero si algo define a MadS es su recurso técnico: el plano secuencia que nunca se rompe, una coreografía visual que, más que una puesta en escena, es una prisión. Moreau no lo utiliza como una herramienta del lenguaje cinematográfico sino como un objeto en sí mismo. Cada movimiento es registrado, no hay escape. La cámara se niega a lectura del corte. Estamos atados a los personajes, a su colapso psíquico.
En MadS, el plano secuencia es más que un truco visual. Es la representación misma de la lógica interna de la película: los cuerpos de los personajes, su violencia, su deseo de escapar o de entender qué los está devorando, son filmados con la misma claustrofobia que ellos experimentan. Este dispositivo se vuelve una extensión del caos. La cámara no observa: es parte del apocalipsis.
La fractura del cuerpo como territorio seguro
Romain, al comienzo, es el centro de gravedad de la película, pero pronto el punto de vista se transfiere a Anaïs (Laurie Pavy), su novia, y luego a Julia (Lucille Guillaume), una amiga de ellos. Cada cambio de perspectiva coincide con una nueva infección, y la cámara nos arrastra a la pesadilla interna de cada personaje.
Los adolescentes que protagonizan MadS no son héroes ni víctimas, son la encarnación de un malestar que Moreau no intenta definir. La infección que los posee no tiene una explicación clara, como si el virus fuera una metáfora de la alienación de una generación que estaba rota mucho antes de que la violencia estalle en sus cuerpos.
La zombieficación que los consume se manifiesta de distintas maneras, moldeada por las personalidades de sus huéspedes. Mientras que en Romain la transformación es difusa, confundiéndose con los efectos de las drogas el un odio a sí mismo, Anaïs queda envuelta en su propio conflicto de identidad y autonomía, y canaliza el virus en una danza frenética entre placer y autodestrucción, como un recordatorio de que la libertad puede ser el prólogo del vacío.
El apocalipsis es íntimo: las ruinas de lo privado
Mientras la película avanza, la escala de lo que está en juego parece expandirse. Sin embargo, Moreau mantiene la acción en los márgenes de lo privado. Aunque la cámara se mantiene ligada a los cuerpos, MadS también captura el derrumbe de un mundo. Mientras los personajes se desmoronan, el exterior sugiere un paisaje bajo sitio: helicópteros militares, disparos y soldados que operan bajo una ley marcial.
Pero lo que interesa no es tanto la caída del orden exterior, sino la desintegración interna. A diferencia de las películas apocalípticas tradicionales, donde el foco está en la supervivencia, MadS se obsesiona con lo íntimo: las relaciones, los cuerpos, el sexo, la violencia que destruye primero desde dentro.
Más que una película sobre la violencia explícita, MadS puede leerse como una reflexión sobre lo que ocurre cuando lo social ya no puede contener lo individual. Si su referencia más evidente es la tensión corporal de Posesión de Andrzej Żuławski, Moreau examina la fractura social a través del lente de un apocalipsis como George A. Romero. El contagio es un pretexto para explorar la rabia reprimida, la desconexión juvenil, y los privilegios de una generación que de repente se ve al borde del abismo.
Violencia y juventud: la metáfora del contagio social
Los personajes de Moreau son representantes de un sistema que ya estaba en ruinas antes de que la infección llegara. La violencia es solo el síntoma visible de un colapso mucho más profundo: el de las jerarquías, las instituciones, las conexiones emocionales que, en tiempos de crisis, se revelan insuficientes.
En MadS, Moreau construye un mundo visual en el que lo sublime y lo horrendo coexisten. Cada elemento de la película, desde la estética minimalista de los escenarios hasta los destellos de humanidad que los personajes aún intentan preservar, sugiere una batalla perdida contra el tiempo, contra el sistema, contra ellos mismos.
Lo que comienza como la pesadilla de un adolescente muta rápidamente en un relato apocalíptico que nunca pierde de vista lo humano. La película, con su provocadora narrativa en tiempo real, es un viaje alucinado que demuestra que antes del fin del mundo
MadS no es simplemente una película de zombies. Es una reflexión sobre el cuerpo, la juventud, y la violencia como pulsión inevitable en un mundo que ya ha perdido sus anclajes. David Moreau nos arrastra, sin cortes, a una visión apocalíptica que no necesita explicar sus orígenes, porque lo que importa no es el “qué” sino cómo se muestra. Lo social siempre está al borde del colapso, y el cuerpo, en su fragilidad, es el primer testigo y la primera víctima.