Lazos de Vida (One Life) es una de esas películas que sirven como experimento sociológico: demuestra que, a pesar de toda su obviedad, de su evidente voluntad de conmover y sus lágrimas programadas, nadie puede resistirse al canibalismo emocional del cine. El primer largometraje de James Hawes (Slow Horses, Black Mirror) utiliza el gastado repertorio de la brutalidad nazi, y, sin embargo, de alguna manera, su abrumadora resonancia trágica y su heroísmo tan perfecto y simple logran hablarle a un presente marcado por la insensibilidad y el odio a los más necesitados.
En 1988, el programa de televisión británico That’s Life! presenta a una audiencia masiva una vieja historia de hace 50 años. Entre el público del estudio se encuentra el invitado, un anciano de sonrisa averiada, incómoda, que parece no saber bien qué está haciendo ahí: es un tal Nicholas Winton, el hombre ayudó a rescatar a más de seiscientos de niños judíos en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, cuando Praga estaba al borde de la invasión nazi.
Lazos de Vida se divide en dos temporalidades: Anthony Hopkins interpreta a Winton de edad avanzada, más atormentado por los niños que no logró salvar que por el éxito de sus acciones en 1938, cuando todavía el nazismo era percibido como una lejana amenaza en Inglaterra.
En ese momento, siendo un joven empleado de banco (Johnny Flynn), viajó como voluntario del Comité Británico para los Refugiados en Checoslovaquia, donde es testigo de la desesperada realidad de los campos de refugiados improvisados en las gélidas calles de Praga. Winton comenzará una frenética carrera contra el tiempo, contra la burocracia y la inminencia de la guerra para transportar a los niños de la Europa continental a los hogares que las bellas almas inglesas estuvieran dispuestas a ofrecerles.
Lazos de Vida: Nicholas Winton y el mito del héroe sin atributos
El Holocausto e Hiroshima son el horizonte impensable de la historia humana, que marcan los límites de representación del arte. En Lazos de Vida -como en Oppenheimer y en La Zona de Interés, las dos grandes películas de la II Guerra Mundial de 2023-, la guerra sólo se percibe indirectamente, a través de sus residuos materiales e ideológicos. Pero si el film de Jonathan Glazer es un poderoso artefacto cinematográfico sobre la banalidad del mal, Lazos de Vida es su reverso humanista, que remarca la necesidad del bien en un mundo que ha perdido su brújula moral.
El guion de Lucinda Coxon y Nick Drake -basados en el libro If It’s Not Impossible…The Life of Sir Nicholas Winton de Barbara Winton, la hija de Nicholas- construye el mito de un héroe sin atributos, sin otras armas que su idealismo y pragmatismo: un significante vacío en el que proyectar nuestra sensibilidad y la todos aquellos que aún poniendo en riesgo su vida lucharon de alguna manera contra la indignidad y la injusticia.
Por supuesto, la película está atravesada por monumentos del cine –La Lista de Schindler de Steven Spielberg y El Pianista de Roman Polanski, incluso Monsieur Klein de Joseph Losey o Adiós, Muchachos de Louis Malle-. En comparación, Lazos de Vida es una película menor, pero James Hawes es capaz de trasladar su experiencia televisiva con eficacia para hacer que su historia hable en imágenes.
Lazos de Vida es sutilmente didáctica, la sobriedad prima sobre el sensacionalismo, las interpretaciones son potentes -que incluye a la siempre perfecta Helena Bonham Carter como la madre de Winton-, y la narración se ajusta a la emocionalidad del tema. Es difícil no derretirse ante el lacrimoso espectáculo de la humanidad en su forma más milagrosa y conmovedora.