Crítica Laberinto Mortal con Gaia Weiss
Meándre (Laberinto Mortal) comienza con un match perfecto: la suicida y el asesino serial. Pero Lisa (Gaia Weiss) finalmente no tiene la voluntad necesaria para matarse y Adam (Peter Franzén) parece tener ideas criminales más sofisticadas que atropellarla con su auto cuando ve que ella está acostada en medio de una ruta. En el prólogo, el director francés Mathieu Turi crea una atmósfera de thriller policial para poner en escena de dos estados de ánimo: Lisa está deprimida por la muerte de su hija; Adam tiene la adrenalina controlada de quien encuentra a su próxima víctima. Cuando la escena entra en estado de tragedia inminente… blackout.
Lisa se despierta dentro de un pequeño espacio metálico con paredes perforadas. La única salida parece ser a través de una escotilla que da a un pasillo más angosto. Una pulsera luminosa le marca una cuenta regresiva de 15 minutos. El techo comienza a cerrarse.
La película se convierte en una experiencia inmersiva claustrofóbica, con Lisa convertida en una rata de laboratorio que debe arrastrarse por un laberinto de tuberías llenas de trampas mortales. Laberinto Mortal es un tour de force por los abismos de la ansiedad y la angustia sin sentido, el vía crucis físico y emocional de una mujer en cautiverio sometida a formas industriales de sadismo y a las maquinaciones de su propia mente, en un loop espacial que parece no tener fin.
La película funciona por el trabajo de cámara del director de fotografía Alain Duplantier y con una actriz totalmente comprometida en su papel de víctima entregada a un juego que no comprende y en el que no hay tiempo para dudar: cualquier error puede ser mortal. Gaia Weiss destila desesperación, angustia, asco y esperanza a través de los planos cercanos que colocan al espectador en una posición tan incómoda como la de la protagonista.
Lisa encuentra en su camino a muertos en estado de descomposición, a una especie de zombie ciego, a un Adam al borde de la locura, a una máquina-alien que la protege y con su hija de 9 años, Nina (Romane Libert), que Turi coloca en un mismo plano de realidad, lo que sugiere que esa tubería puede ser una topografía siniestra de su mente.
El director intenta compensar la total falta de lógica de la situación, el guion de dos páginas con escasos diálogos y sin fuerza dramática con una alegoría a medio camino entre la ciencia ficción y la metáfora religiosa de una madre atravesando su duelo, de un serial killer atravesando su karma.
Laberinto Mortal toma sus ideas de una serie de películas que van desde Cube (Vincenzo Natali, 1997) a Saw (James Wan, 2003) pasando, claro, por Buried (Rodrigo Cortés, 2010). Pero donde estas películas tenían una coherencia interna que hacía avanzar la trama, la película de Turi es un enérgico catálogo de situaciones de pánico, angustia e incomodidad, que cuando intenta elevarlo al nivel de alegoría conceptual pierde toda su eficacia. Laberinto Mortal es Gaia Weiss, que hace sentir cada centímetro de confinamiento hasta el punto de no retorno de la opresión.