Escape Bajo Fuego: Gerard Butler en el desierto
Escape Bajo Fuego (Kandahar) es otra película de acción con Gerard Butler, que además de otra película de acción con Gerard Butler quiere tener un discurso sobre el estado de la geopolítica mundial. El resultado son dos horas de un cine menos adrenalínico que atmosférico, en el que el desierto está configurado como un laberinto existencial donde se juega el destino de los países árabes: el espacio en el que se desarrolla una guerra fantasma perpetua, donde la facción que gobierna hoy no será la misma que gobierne mañana.
La película transcurre en Afganistán luego de la retirada oficial de las fuerzas militares de los Estados Unidos del país después de más de dos décadas de una ocupación que continúa por otros medios: los servicios de inteligencia estadounidenses prolongan una guerra secreta con el gobierno talibán, que intenta mantener su poder con precarias alianzas internacionales y con organizaciones extremas que quieren el control.
La introducción de la película es casi psicodélica: el agente de elite del MI6 Tom Harris (Gerard Butler) se hace pasar por un empleado de comunicaciones, que desde una pequeña cabina ubicada en el medio del desierto logra intervenir todo el sistema operativo de la central de energía atómica de Afganistán para que la CIA produzca su Chernobyl islámico en esas instalaciones subterráneas.
Escape Bajo Fuego continúa con la primera regla del manual para principiantes que quieren humanizar a personajes duros: la devoción por el trabajo que arruina la vida personal. Una llamada de su esposa deja en claro que la presencia de Harris en la próxima graduación de su hija no es negociable, y que realmente necesita que firme los papeles de divorcio. Por supuesto, un viejo amigo de la CIA (Travis Fimmel) le pide ayuda con un último trabajo. Pero una filtración de inteligencia a una periodista (Nina Toussaint-White) revela la identidad de Harris en el atentado, por lo que sólo resta intentar salir del país a través de Kandahar.
Geopolítica e Islam
La última tentación de culpabilidad norteamericana está configurada por los traductores islámicos: traidores útiles, hombres con algún hijo muerto por la violencia de las sectas islámicas que se juegan su vida y la de su familia por una visa a Occidente. Es el tema de The Covenant (El Pacto) de Guy Ritchie y de Escape Bajo Fuego, que utiliza al personaje de Mo (una soberbia interpretación de Navid Negahban) como ancla emocional que le da a Harris un sentido más profundo de protección, a la vez que sirve como comentador social autóctono del salvajismo que se vive en la zona.
Escape Bajo Fuego intenta alejarse de los tropos raciales más brutos del género con cierto toque postmoderno: los buenos no son perfectamente buenos ni los malos son esos seres sin rostro que atentan contra la pax americana. En lugar de retratar a los islámicos como una especie de monolito amenazante, el guion de Mitchell LaFortune explora el mapa del poder de una zona dividida en innumerables facciones con objetivos radicalmente diferentes, sólo unidos por su odio común hacia Estados Unidos. Si Hollywood muestra sus guerras como una continua fábrica de héroes, Escape Bajo Fuego le imprime un tono melancólico, una sensación de derrotismo frente a la ambigüedad política.
El ISIS, los talibanes, Irán, Afganistán, el secuestro de una periodista, un traductor, la CIA, un señor de la guerra local, un agente de inteligencia pakistaní que se muestra escéptico sobre el supuesto fundamento religioso de gran parte de la lucha: la película intenta tener algo que decir en su exploración de la forma en que las coaliciones terroristas perpetúan el conflicto. Pero el guion de LaFortune, al buscar equilibrar el espectáculo con algo parecido a la sustancia, deriva en subtramas sin desarrollo, espejismos en el desierto narrativo que es Escape Bajo Fuego.