Blonde (Rubia) no es una biopic, es puro teatro de la crueldad: el vía crucis físico y emocional en el que Marilyn Monroe deja de ser un ícono cultural para transformarse en una mártir de la fama. Las víctimas no se admiran, se compadecen. Y la Marilyn de Andrew Dominik es una mujer al borde de un ataque de nervios. O en medio de un brote psicótico. Y más generalmente, es una mujer llorando. El problema de la película no es que altere los hechos de su vida, sino que Marilyn no tenga humanidad: un ser pasivo, sin poder de decisión, una esclava perpetua de sus traumas, de los hombres y de la industria del espectáculo.
Misoginia y feminismo en Blonde de Andrew Dominik
Blonde es onírica y realista, brutal y enferma. Una maravilla formal cinematográfica que crea una atmósfera asfixiante para representar el estado mental de una mujer que siente que el mundo conspira contra ella. Una ficción paranoica más cercana al terror psicológico que al retrato de uno de los personajes más adorados del siglo XX. Dominik transforma la figura trágica de Marilyn en un símbolo de la cultura decadente de Hollywood, pero su película termina siendo lo mismo que denuncia: la explotación de una mujer abusada una y otra vez por los códigos machistas del cine.
Blonde es una crítica a la misoginia sin ser feminista. Si la Marilyn verdadera era consciente del poder hipnótico y sobrenatural que ejercía sobre los hombres y usaba su sexualidad y popularidad como un arma para conseguir lo que quería, la Marilyn de Dominik es un personaje unidimensional, una máquina sufriente a la que le han robado la voluntad, el lado oscuro que solo muestra su vulnerabilidad e inseguridades.
El principio de la película establece su hipótesis narrativa: Marilyn era una persona que buscaba desesperadamente una figura paterna. Su madre Gladys (Julianne Nicholson) -que sufría esquizofrenia paranoide- le muestra para su 8° cumpleaños la foto del padre que no conoce. Y también algo peor: el acecho de la locura que corre por sus venas. La escena termina de manera impresionista, con Los Angeles en llamas y Gladys tratando de ahogar a su hija en una bañadera.
Esa niña (una desgarradora Lily Fisher) es todavía Norma Jean, quien más tarde crearía un personaje de ficción hecho de fantasías propias y ajenas. Un doppelgänger con el que conquistaría el mundo. Una máscara que los demás llegarían a confundir con su propia piel.
Monroe usó su cuerpo para pasar de ser una chica pin up a ser la máxima estrella de Hollywood, y luego usó su inteligencia al crear una productora para tener control sobre los proyectos que le llegaban: ella elegía los guiones que le gustaban, los directores con los que quería trabajar, el salario que pretendía ganar. La Marilyn de Blonde no tiene ningún control sobre su vida ni su carrera: es la escort de lujo del dueño de la Fox, la viola físicamente el jefe de productores (Mr. Z, en clara referencia a Richard Zanuck) y la subestima todo el resto la industria.
Los hombres la prefieren rubia
Cuando no es abusada por algún hombre del sector, es abusada por sus pretendientes: Joe Di Maggio (Bobby Carnevale) -el ídolo máximo del béisbol que quería una ama de casa y no una actriz- es romántico pero intolerante, comprensivo pero golpeador; Arthur Miller (Adrien Brodie) es el escritor paciente pero frío, con el que Marilyn termina de caer en una espiral de autodestrucción hecha de pastillas y alcohol luego de sufrir un aborto espontáneo. Hasta los momentos más delicados e íntimos están mostrados a través de un prisma de ansiedad y melancolía y roza la incomodidad escuchar a Marilyn decirles daddy.
Quizás el único momento de Blonde en el que Dominik le permite a Marilyn cierto goce hedonista es con un ménage à trois ficticio con Charlie Chaplin Jr. (Xavier Samuel) y Edward G. Robinson Jr. (Evan Williams). Un trío sensual y noctámbulo en el que no hay juegos de poder, sino de identificación ante la ausencia paterna. Dominik lo usa como contrapunto para crear un ideal en la vida de la estrella: personas que puedan amar a Norma Jean y ver a Marilyn Monroe como lo que es: una falsificación sexy y vacía. “Mira, ahí está tu amiga mágica”, le dice Chaplin Jr. mientras se miran desnudos en un espejo.
No deja de ser paradójico: Ana de Armas hace el papel dramático que siempre quiso hacer Marilyn y nunca le dieron. La actriz cubana hace una actuación antológica como una Juana de Arco moderna que destila lágrimas a un ritmo vertiginoso. Armas le inyecta a su personaje una fragilidad emocional inquietante y una inestabilidad llena de carisma para soportar las decepciones constantes de la vida. Desde que Dreyer filmó a Renée Falconetti en La Passion de Jeanne D’Arc (1928) y Jean-Luc Godard a Anna Karina en Vivre sa Vie (1962) que un director no hacía un uso tan dramático y conmovedor del rostro de una actriz.
Blonde es un infierno glamoroso gobernado por hombres y en el que una muñeca rota trata de sobrevivir. Dominik utiliza un magnífico vocabulario de ideas, imágenes y ritmos, por momentos reinventa el discurso en el plano y hace de la película un mapa mental psicodélico y realista, perturbador y emocionante. Pero el director parece tenerle menos respeto que lástima a su protagonista. Una fantasía del horror en la que queda poco de Marilyn para tanto drama: una víctima no solo de los hombres, sino también de su propia película.
Blonde está disponible en Netflix.