Eufórica, sexy, nostálgica, intensa, exagerada: Babylon es un teatro del exceso y la crueldad que retrata el paso del cine mudo al sonoro con el ritmo urgente de un jazz narcotizado, la estética de un vodevil enloquecido y la moralidad de una orgía decadente. Hollywood como un afterhour permanente, donde hacer películas no se diferencia demasiado a irse de fiesta: todo es acelerado, nervioso, dramático, como si conseguir la toma perfecta en la hora mágica del atardecer fuera el equivalente artístico a tomar una línea de cocaína.
Damien Chazelle da una versión hiperbólica de los mitos y las leyendas urbanas de la década del ’20 para representar lo inmodificable de la industria cinematográfica: un sistema que canibaliza a todo aquel que participa del circo exclusivo, chic y farmacológico de Hollywood. Si La La Land (2016) era una visión cursi y romántica de la época clásica, Babylon es su espejo invertido: un lugar donde todos son descartables y el sadismo está justificado en nombre del Cine.
Babylon, el mito de Hollywood según Damien Chazelle
Babylon presenta un plantel de freaks deslumbrados por la atmósfera mágica de Hollywood. Personajes centrales y periféricos -de las estrellas consagradas a la starlet del momento, de los productores (que ven menos un arte que una inversión) a los parásitos, de los técnicos a los directores, de los críticos a los pragmáticos que resuelven cualquier problema que pueda surgir. Casi todos tienen la máscara de sordidez de la falta de sueño, los residuos del alcohol, las drogas y la disipación sexual, que les da ese aire de familia disimulado que solo comparten los miembros de una misma raza vip.
Nellie LaRoy (Margot Robbie) tiene las dosis indispensables de autodestrucción, carisma y confianza de toda star. Es la típica rubia con ínfulas de it girl – “Todavía no trabajé en ninguna película. Pero se nace o no se nace siendo una estrella. Y yo soy una” – . Es la encarnación de lo que escribió Nietzsche: que lo instintivo se manifiesta de manera inmediata en una violencia desmesurada y primaveral. Cuando tiene la oportunidad de trabajar en una película no la desaprovecha. Es puro talento natural: la chica sexy y retobada, el ángel perverso de la escuela de Clara Bow y Evelyn Nesbit.
Jack Conrad (Brad Pitt) es el galán envejecido, el monumento de la industria que está a punto de descubrir que tiene fecha de vencimiento: el cine sonoro que apareció en 1927 hizo obsoleto todo lo que había antes. Ni Chaplin ni Buster Keaton sobrevivieron. Chazelle hace de Babylon una experiencia inmersiva en las técnicas cinematográficas de la época, un momento caótico en el que parecía no haber límites creativos, en el que era más importante hacer películas que planearlas. Todo parece improvisado y a punto de implosionar de manera gloriosa.
Babylon y el cine como forma de arte
El contraste es brutal, y el director lo representa como una terapia de shock: después de la libertad, los exteriores, la luz natural con las que el cine mudo había alcanzando su máximo potencial expresivo como poesía épica y visual, el sonoro vuelve a encerrarlo en el estudio, con cámaras blindadas e inmóviles, las marcas en el piso, el micrófono en el techo y la dictadura de los musicales empalagosos. Después de los excesos, llegaba la frigidez puritana, que se reglamentaría con el Código Hays, el ente censor de los estudios para convertir a las películas en los niveladores morales de la nación, y que determinó el contenido del mainstream hasta fines de los 60’s.
Pero el hilo conductor de la historia es el arco de Manny Torres (Diego Calva), el incansable trabajador de las sombras, el que hace que las cosas se puedan hacer: desde conseguir un elefante y subirlo a una colina donde está la mansión de la fiesta de la noche a sacar una chica con sobredosis sin que ningún invitado se entere; de robarse una ambulancia del centro de LA para llevar a tiempo la cámara que se necesita para filmar en la hora mágica del desierto hasta pagar la deuda de Nellie con la mafia de las apuestas. Manny representa el alma del cine, el romántico que adora ser parte de algo más grande que la vida misma.
Obscena, escatológica, noctámbula, urgente, dionisíaca: Babylon intenta ser más que la suma de sus partes, pero en su pretensión de cine-total, de abarcar todos los temas de la industria, desde el racismo hasta la obsolescencia programada de sus estrellas, se queda en el limbo de ser un conjunto de escenas magníficas a las que les falta un guion unificador que le de espesor ficcional a la narración. Aún así, todo funciona en un nivel superlativo: el diseño de producción, el vestuario, las actuaciones, la puesta en escena y la incendiaria banda de sonido configuran esta declaración de amor y odio al cine cuando se sabe más que entretenimiento y se eleva a forma de arte.