Crítica Babygirl: Deseo Prohibido (2024) | Buena chica

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Nicole Kidman aprende a desobedecer. Harris Dickinson enseña y no sabe. Babygirl muestra cómo el sexo puede ser una forma de renacimiento.
3.5/5

Con Babygirl (2024), Halina Reijn —holandesa, extranjera— mira el puritanismo norteamericano como quien estudia una especie exquisita y moribunda. Entre tanta película que intenta “desexualizar” lo erótico, pone el goce en el centro, celebra el caos como el único estado posible del deseo. Una CEO que coge con su interno podría ser el gastado material para un drama sobre el poder y sus abusos. Pero Babygirl es otra cosa: es una película que se mete en el barro de la fragilidad humana y sale sucia pero victoriosa. Como el sexo. Como la vida misma.

Romy Mathis (Nicole Kidman) es la ejecutiva del post-feminismo corporativo: fuerte pero suave, autoritaria pero accesible. “La vulnerabilidad es positiva, no negativa”, le dice una empleada cuando usa la palabra “debilidad” en un video institucional. Su trabajo consiste en reemplazar humanos por robots, quizás porque ella misma es uno. O casi. Es una mujer que ha construido su vida como quien diseña un algoritmo: cada variable controlada, cada resultado pronosticado. Pronto descubrirá que el cuerpo —ese espacio rebelde en estado de permanente descubrimiento— se resiste a ser programado.

Su esposo Jacob —Antonio Banderas, director de teatro— está por estrenar una producción de Hedda Gabler de Ibsen. La referencia no es casual: como Hedda, Romy está atrapada en una jaula que ella misma construyó. La diferencia es que la de Romy tiene wifi y vista al Central Park.

Romy lo tiene todo: el trabajo top, el marido amoroso, las hijas perfectas. Pero en el fondo —ese lugar donde guardamos lo que nos da vergüenza— Romy quiere que la degraden, que la humillen, que le hagan rogar. Entonces llega este chico lindo con cara de ángel caído que le habla como si fuera la chica del café. Y ella se excita. Y él lo sabe.

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Nicole Kidman como Romy Mathis en Babygirl: Deseo Prohibido

Harris Dickinson como Samuel en Babygirl

Samuel —Harris Dickinson— es Lolita. El joven precoz que entiende el sexo mejor que los adultos. Ve lo que le falta a Romy: un espacio donde pueda jugar a ser sumisa. Él está listo para dominarla: la hace arrastrarse en el piso de un hotel lumpen, tomar un vaso de leche delante de otros ejecutivos solo porque él lo mandó a su mesa.

Si Babygirl fuera una película convencional, Samuel sería el clásico personaje del joven seductor que destruye la vida perfecta de una mujer madura. Pero Reijn es más inteligente que eso. Él no es un manipulador: es directo, casi brutal en su honestidad. A Dickinson suelen darle papeles de belleza distante, objeto de deseo más que sujeto deseante. Acá es otra cosa: un tipo que sabe lo que Romy quiere pero al que le falta el manual de instrucciones. Las primeras escenas son torpes, divertidas. Romy se deja llevar y después actúa escandalizada por sus propios deseos.

El sexo llega y es brutal y es tierno y es todo lo que está en el medio. Reijn muestra el BDSM como un mundo donde el consentimiento no solo es esencial sino excitante. Samuel le dice a Romy qué hacer. Ella se sonroja, se niega. Él le pide que explique por qué. No es presión: es comunicación. El tipo de diálogo —tenso, electrizante— que no puede tener con su dulce marido.

Lo que es incómoda es la relación: por el poder, por la edad, por los roles de género dados vuelta. Cuando Romy sugiere que su palabra segura sea “Jacob” —el nombre de su marido— no está siendo cínica: se está liberando de su red de seguridad, de todas las estructuras que la controlan y que ella misma eligió.

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Nicole Kidman y Harris Dickinson en Babygirl: Deseo Prohibido

Nicole Kidman en Babygirl

Babygirl es, sobre todo, la película de Nicole Kidman. Tiene 57 años y nunca se mostró así: tan cruda, expuesta, feroz. Su Romy tiene que romper todas las reglas para encontrarse a sí misma. Tiene que someterse para liberarse. Tiene que mentir para ser honesta. La paradoja duele, pero es así: tantas mujeres tienen que hacer lo mismo para respirar en este mundo que les exige ser perfectas y calladas y que alguno les diga a la pasada “good girls”.

Reijn filma como si fuera la versión femenina de Paul Schrader: pegada a su protagonista, excavando en su alma hasta que no queda nada por descubrir. A veces se pierde en comentarios sobre el poder corporativo; a veces deja cabos sueltos. No importa: lo que importa es el viaje al centro de esta mujer que descubre, tarde pero a tiempo, que está viva.

Babygirl, manual de desobediencia

Babygirl juega con los códigos del thriller erótico: la música amenazante, los encuentros furtivos, las mentiras que se acumulan. La película podría haber caído en mil trampas: el moralismo, el sensacionalismo, la simplificación. Pero la mirada de Reijn es clínica pero no fría, crítica pero no condenatoria. Tiene un sentido del humor negro que desarma cualquier intento de moralina. Aquí no hay castigo, no hay lección que aprender: hay descubrimiento. Hay goce. Hay sorpresa.

Babygirl es muchas películas en una: una sátira corporativa, un thriller psicológico, una comedia negra. Pero sobre todo es un espejo donde se refleja la neurosis de nuestro tiempo: esa obsesión por controlarlo todo que termina controlándonos, sobre la imposibilidad de programar el deseo, sobre cómo los algoritmos fallan cuando intentan domesticar los cuerpos.

Al final, como al principio, todo se reduce a una pregunta: ¿quién controla a quién? La respuesta, sugiere Reijn, es que quizás la pregunta misma es el problema. En un mundo obsesionado con el control, la verdadera transgresión es dejarse caer.

CRÉDITOS

BABYGIRL: DESEO PROHIBIDO (2024)

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Dirección

Halina Reijn

Guion

Halina Reijn

Fotografía

Jasper Wolf

Música

Cristobal Tapia de Veer

País

Estados Unidos

Duración

114 minutos

Reparto

Nicole Kidman, Harris Dickinson, Antonio Banderas, Sophie Wilde, Esther McGregor, Anoop Desai, Leslie Silva

TRÁILER

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