Alicia y el Alcalde: un exámen crítico de la política actual
La opinión pública es la opinión de las personas sin opinión, de los que hacen coincidir su discurso con el discurso de los medios. La política sin ideas es marketing, estudio de mercado, expertos en comunicación: la que gana elecciones. En un contexto en el que los intelectuales han sido reemplazados en el debate público por famosos, por cualquiera que tenga plata y por gente que maneja muchos seguidores y poco vocabulario, Alice et le Maire (Alicia y el Alcalde) es una radiografía de la izquierda contemporánea, que pone en escena la difícil relación entre el pensamiento crítico y la acción política.
Paul Théraneau (Fabrice Luchini) es un animal político hastiado después de 30 años de carrera, que en el último tiempo ha gobernado la provincia francesa de Lyon con su impronta progresista, pero ya no puede pensar por sí mismo: se ha quedado sin ideas. Su gabinete es un plantel de tecnócratas obsecuentes, que maneja un repertorio de datos que sirven para hacer campaña, pero no para hacer los cambios significativos que pretende el alcalde para su ciudad. Un Ayuntamiento moderno, con su léxico y metodologías especializadas, sus brain storms y sus convicciones en 140 caracteres. Lástima la realidad.
Un Luchini enorme le inyecta profundidad, delicadeza y sobriedad natural a un personaje atrapado entre la resignación y la búsqueda de la libido que vuelva a erotizar su vocación. Un jefe que ha perdido su mojo. Por eso, su jefa de gabinete inventa un puesto extravagante e impreciso, que es ocupado por Alice Heimann (Anaïs Demoustier, perfecta) una recién egresada en Letras, interesada por la filosofía: “Tu función consiste en trabajar con las ideas. De hecho, tu trabajo consiste en mantenerte al margen de la acción municipal cotidiana, mirar al futuro”.
Alice cae en el agujero del conejo de la política. Parece siempre un poco fuera de lugar, mientras se supone que debe comentar con cierto grado de sagacidad alguna cosa. Su primera nota dice: “modestia”. Pero es esa mirada exterior honesta y desacomplejada por la que Théraneau se interesa, que lo hace salir de la condescendencia de sus empleados para encontrar un intercambio de puntos de vista sobre qué puede hacer un político hoy en día y qué no, sobre mantener los ideales en un contexto donde las macropolíticas comunitarias chocan de frente con los microfascismos del yo capitalista. La utopía de un futuro por inventar.
Alice se mueve entre la aptitud y la inocencia, entre la agudeza crítica y su inutilidad. Lo que debería ser la pasión de la juventud lo sustituye por el escepticismo de una generación consumida por la ansiedad. Tiene una mirada sin ironía cuando responde con un franco y rotundo no a la pregunta del alcalde: “¿Tienes algo que te interese? “En el encuentro entre estas dos desilusiones se establece una admiración mutua, una amable lucha conceptual de la que nace una pequeña lección de política, ecología y moral existencial.
La izquierda contemporánea en el cine francés
En Alicia y el Alcalde, el arte de preguntar es más complejo que el de responder. “Yo creo en las ideas, en el progreso, en el crecimiento infinito, en el infinito ingenio humano -dice Théraneau -. Creo en la virtud de las luchas sociales, en que la humanidad puede tener cada vez más derechos, más educación, más cultura, más diálogo. ¿Cómo lo hacemos? Si la derecha, y un sector cada vez más grande de la izquierda, piensa que lo único que queda es gestionar la pobreza”. Unos ideales que se encuentran entre el realismo económico, las exigencias particulares de una ciudadanía desinteresada en lo público y los límites de los recursos del planeta.
El director Nicolas Pariser hace una película de engañosa levedad, que esquiva la demagogia sin caer en la frivolidad ni en pretensiones discursivas, y logra captar las contradicciones de los intelectuales y artistas -que a veces están al borde de la alienación-, la de los empresarios que con una militancia new age quieren hacer negocios con el Estado, y la de los políticos que se pierden estrategias de campaña, en la burocracia del pensamiento que los alejan de la realidad.
Frente a discursos graves y las dramatizaciones fuertes, Pariser elige el diálogo como forma de acción, la ironía sobre el cinismo, para retratar la política y la sociedad a través del prisma contemporáneo en el que la ficción se confunde con la realidad, lo individual con lo colectivo. Si los políticos tienen la autobiografía de Steve Jobs como piso sanitario intelectual, Alicia y el Alcalde propone a Orwell, a Melville, a Rousseau, para volver a las raíces del pensamiento que puede transformar el mundo, al retorno al lenguaje como forma de expresión.