Crítica A Chiara de Jonas Carpignano
Filmar la ficción como si fuera un documental y el documental como si fuera una ficción: la lección que aprendió Jean-Luc Godard del neorrealismo italiano es la que aplica Jonas Carpignano a su filmografía para reflejar la cualidad de doble dimensión del cine: el movimiento que pretende mostrar fragmentos de vida de una manera naturalista en una relación directa, rápida e indiscreta con lo real, a la vez que cuestiona sus propios códigos narrativos al intercalar estudiadas secuencias oníricas en el tránsito entre la realidad y la puesta en escena que reduce la tensión entre estos dos universos.
A Chiara (Para Chiara) cierra el tríptico dedicado a la ciudad calabresa Gioia Tauro, un territorio bruto y violento que parece salido de algún postapocalipsis, pero que es la actualidad de miles de personas que viven en los márgenes del primer mundo. Un lugar donde sólo queda sobrevivir -como los inmigrantes africanos de Mediterranea (2015) y la comunidad gitana de A Ciambra (2017)-, en el que siempre se vive en la frontera de la ilegalidad y la pobreza, el racismo y la mafia moldean el tejido social. Un cuadro sórdido de desheredados que Carpignano coloca en dilemas existenciales para terminar construyendo una topografía de sentimientos y conductas morales.
Si en A Ciambra el personaje de Pio debía elegir entre traicionar a su amigo africano o acatar un oscuro mandato familiar, Chiara (Swamy Rotolo) debe elegir entre aceptar el submundo al que pertenece su padre o buscar una vida alternativa lejos de su familia. Para Chiara es un thriller sobre la mafia y un drama intimista, un coming of age sobre la pérdida de la inocencia y un muestrario de las jerarquías sociales que existen en los guetos olvidados del sistema, que Carpignano trabaja con una mirada lírica y descarnada para hacer un sensible relato sobre el destino y la fatalidad.
Chiara pertenece a la aristocracia de Gioia Tauro, un lugar en el que no se necesita mucho para ser de la clase privilegiada: alcanza con no ser gitano o no haber llegado desde África. Tiene 15 años y dos hermanas; madre ama de casa y padre cariñoso. El largo incipit de la película muestra a una prototípica adolescente en una prototípica familia italiana de pueblo. Pero después de la fiesta de 18 de su hermana Giulia (Grecia Rotolo), su realidad se vuelve porosa, inestable: una bomba molotov incendia el auto familiar y ve a su padre desaparecer en la noche, escapando por la ventana de atrás de su casa.
Como en sus películas anteriores, la búsqueda de un naturalismo completo hace que Carpignano utilice actores no profesionales -en este caso, además, muchos pertenecen a la misma familia-, a los que sólo se les mostraba el guion de las escenas del día minutos antes de filmar. Y la elección de Swamy Rotolo como una adolescente retobada pero transparentemente tierna es inmejorable: puro carácter, determinación y desafío a las prohibiciones asignadas a su edad cuando comienza a hacer las preguntas equivocadas sobre su historia familiar.
Pero para Carpignano la realidad no es totalizante, le falta algo. El director ítalo-americano rompe el relato -como lo había hecho en A Ciambra, en la que Pio sigue en plena vigilia a un caballo que lo lleva hasta una versión joven de su abuelo- con escenas psicodélicas para hacer una reflexión sobre la narración y sus falsos valores de objetividad. Chiara trasciende la inconsciencia y el peligro: siente, cuestiona, adivina. Tiene sueños epífánicos que la hacen sospechar: su casa en llamas muestran pasajes ocultos que le indican las entradas a un bunker que hay debajo del piso de su hogar.
Cuando alguien le manda un video del noticiero informando que su padre es un dealer que trabaja para la ‘Ndrangheta y es un fugitivo de la justicia, ella intenta atravesar el secretismo inviolable de sus parientes y la historia se convierte en una búsqueda de la verdad en el camino iniciático de una chica enfrentada a la realidad para encontrar el hilo invisible que la une a su familia.
Con un enfoque de carácter íntimo para dar una mirada más amplia a los problemas políticos y culturales de una región gobernada por la mafia, Carpignano deconstruye el realismo trabajando la torsión entre ficción y el documental. A pesar de todas sus tendencias sociales, A Chiara se cuenta de una manera fluida y poética. La cámara en mano de Tim Curtin, muy cerca de los personajes, se adhiere plenamente a sus estados de ánimo, perturbaciones e impulsos con una simplicidad casi insolente y un extraordinario rigor formal y narrativo.
Si por los agujeros del relato circula el neorrealismo, la película se acerca más al modernismo del Pasolini de Accatone (1961) y, sobre todo, a ese poema de los suburbios que es Los Olvidados (Luis Buñuel, 1950). Sin emitir juicios ni ser condescendiente, A Chiara -que contó con la producción ejecutiva de Martin Scorsese- dirige la mirada a la humanidad de las personas, inscrita en un determinismo biológico y rodeada de la cárcel abstracta de la marginalidad. Un espejo oscuro, donde se encierra el alma de las personas, su dolor más íntimo, su verdad más indecible.
Crítica A Chiara Dirección y Guion: Jonas Carpignano Fotografía: Tim Curtin Música: Benh Zeitlin, Dan Romer País: Italia / Francia Año: 2021 Duración: 121 min. Con Swamy Rotolo, Carmela Fumo, Claudio Rotolo, Rosa Caccamo, Grecia Rotolo, Salvatore Rotolo, Vincenzo Rotolo, Silvana Palumbo, Giacinto Fumo.
DISPONIBLE EN MUBI